14 octubre 2016

Quinientos gramos

Él era su segundo hijo, el más pequeño, el que casi no sobrevive, el que estuvo más de diez minutos entre la vida y la muerte, más de dos meses en una incubadora sorbiendo hálitos de vida y ganarle, día a día, unos gramos a la vida.  
Al entregarle el paquete, lo miraba, le temblaba la mano al dárselo, se quedaba en silencio mientras él abandonaba la panadería y sonreía cuando volvía antes de cerrar. 
Sin embargo, ella sabía que un día no regresaría y sabría que se lo habían matado, como a un perro, en cualquier esquina del barrio, para robarle los quinientos gramos de farlopa que había en el paquete. 
«Así era el negocio y las cuentas hay que pagarlas. De hacer pan no se vive, querida.», le dijo su segundo marido cuando perdió a su primer hijo. Aún le quedaban dos de sus hijos en la lista. 

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