19 diciembre 2018

Habitación 3008


Marta llegó a la hora convenida al hotel. Se registró y subió a la habitación que le habían asignado. Abrió la puerta y entró. La 3008. La habitación era de las comunes de un hotel de cuatro estrellas. Ni más ni menos. Lo justo y necesario; una cama de matrimonio, dos mesillas de noche con sus correspondientes lámparas, un espejo de cuerpo entero que estaba a un lado de la cama, dos sillones y una mesa redonda, un minibar completo por si querías echarte un trago y un baño limpio y reluciente.
Una vez dentro, se quitó la torera de cuero color rojo y la puso encima de la cama. Se miró en el espejo, se recolocó el traje negro de asillas color azabache que le pasaba unos centímetros de las rodillas y se quitó los tacones a juego. Abrió su bolso rojo, sacó una pitillera, la abrió, cogió un cigarro y se lo puso en la boca. Le dio dos caladas e hizo como si estuviera fumando. Se volvió a mirar en el espejo mientras hacía que fumaba. Luego le sonó el teléfono. Lo cogió, puso el pitillo en la mesilla de noche y contestó:
—Hola, Patrick. ¿Cuándo viene el cliente?
—Todavía no lo sé, pero seguro que está al caer. Me lo confirmó e incluso me pagó.
—¿Lo convenido?
—Sí, claro, ni un céntimo menos, aunque deberías rebajar el precio.
—Ni lo sueñes. Tengo que llegar a final de mes y pagar las putas facturas. Si quieres baja tu porcentaje y así bajamos el precio, pero sé que no lo harás. Además, el trabajo que hago no lo hace cualquiera.
—Eso lo sé, pero no todo el mundo puede pagar tus tarifas.
—Ni todo el mundo hace mi trabajo.
—Ya lo sé, pero…
—No hay pero que valga, Patrick. Esto no admite discusión. Si quieres rebajas date una vuelta por el centro comercial del puerto. Yo no las hago. Necesito el dinero.
—Por cierto, deberías abrirte una cuenta en un paraíso fiscal, no sé, en Panamá o Barbados. Así podría hacerte los pagos mediante transferencia.
—No, amigo, los pagos en efectivo. Las transferencias bancarias me las hace el ayuntamiento los días veintiséis de cada mes y hacienda está más que contenta.
Patrick hizo una pausa y después dijo:
—El hotel está pagado hasta mañana a las doce. Si quieres te puedes quedar a dormir.
—Ya me encantaría, pero soy una mujer casada, Patrick, y a mi marido no le gusta que me quede a dormir por fuera. Es muy celoso. No sabes los malabares que tengo que hacer para atender a los clientes.
—¿Tu marido no lo sabe? —le preguntó con asombro.
—No, pero tampoco hace muchas preguntas porque no necesita muchas respuestas. Ya sabes cómo son los matrimonios.
—Sí, lo sé; tengo tres divorcios sobre mis viejas espaldas. Espera, Marta, que tengo otra llamada.
Marta se quedó a la espera. Cogió el cigarro que dejó encima de la mesilla y le dio dos caladas.
—¿Marta?
—Sigo aquí.
—Prepárate. El cliente ya está en el hotel. ¿Qué habitación era?
—La 3008.
—Vale, perfecto. Llámame cuando termines para quedar y pagarte el servicio.
—Oka. Hasta después.
Marta cortó la llamada y dejó el teléfono encima de la mesilla de noche, al lado del pitillo. Cogió el bolso, sacó una bolsa de maquillaje, la abrió y cogió un carmín y un lápiz de ojos. Se miró en el espejo y se retocó los labios y después los ojos. Sonrió.
Al poco se escucharon dos toques en la puerta. Marta se acercó y la abrió. Delante de ella apareció un hombre de mediana edad, vestido con un vaquero, una camisa blanca y una chaqueta azul deportiva.
—Buenas noches. Puede pasar.
—Gracias.
Marta cerró la puerta.
—¿Es su primera vez?
—Sí. ¿Se nota mucho que estoy nervioso?
—Sí, un poco, pero no se preocupe. La primera vez es normal. A todos nos pasa. Póngase cómodo. Puede dejar la chaqueta encima de la cama. Nos vamos a sentar en aquellos sillones. También es importante que apague su teléfono móvil.
El hombre sacó su teléfono de uno de los bolsillos traseros de sus pantalones y lo apagó. Se quitó la chaqueta y la puso sobre la cama.
—Siéntese ahí.
Marta rodó la mesa redonda y se sentó frente al hombre.
—¿Hace mucho que hace esto?
—Desde que tengo uso de razón, pero profesionalmente desde hace dos años.
—¿Desde tan pequeña?
—Sí, a los seis años tuve mi primera conversación con los muertos.
Marta hizo una pausa y dijo:
—Necesito que me de las manos y también que me diga con quién quiere hablar.
El hombre puso las manos boca arriba y las llevó hacia la mujer.
—Quiero hablar con mi mujer.
—Me imagino que sabrá lo que va a pasar ahora. ¿Le informaron sobre ese aspecto?
—Sí, que mi mujer hablará a través de usted como si ella estuviera aquí.
—No siempre logro contactar. Incluso puede pasar que contacte con otra persona que quiera hablar con usted. ¿Está preparado?
—Sí, lo estoy.
Marta cogió de las manos al hombre, cerró los ojos y se puso erguida.
—Hola, Ricardo.
La voz de Marta se transformó ligeramente, un poco más aguda y pausada.
—Hola, Yvette.
—No soy Yvette.
—¿Quién eres?
—Soy Danielle.
El hombre dio un salto, se puso en pie e intentó soltar las manos de la médium en varias ocasiones, pero no pudo. Se quedó en pie y la médium sentada.
—¿No te acuerdas de mí, Ricardo? Ha pasado muchísimo tiempo.
El hombre intentó zafarse de las manos, pero no pudo.
—Sí me acuerdo.
—¿No quieres hablar conmigo?
—No, no quiero. Quiero hablar con mi mujer.
—Tu mujer no quiere hablar contigo. Este es mi turno
—No tengo nada que hablar contigo.
—¿Por qué? ¿De qué tienes miedo?
—No tengo miedo. Es que me traes malos recuerdos.
—Tranquilízate y vuelve a sentarte, Ricardo.
El hombre se sentó.
—Lo que me hiciste estuvo muy mal. No está bien despeñar a tu amante. Con haberme dejado hubiera sido más que suficiente.
El hombre se levantó e intentó soltarse las manos de la médium.
—No te despeñé. Salí a sacar una fotografía y el coche se quedó sin el freno de mano. Debí ponerlo mal.
—No, Ricardo, no pusiste el freno de mano. Además, te vi cómo empujabas el coche. Cuando quise reaccionar ya era demasiado tarde.
—¡Eso no es verdad! ¡Yo no empuje el coche! —le dijo gritando.
El hombre intentaba zafarse del agarre de las manos, dio un tirón y la médium cayó al suelo. El hombre se quedó de pie y la mujer tumbada en el suelo.
—Sí lo empujaste. Así me quitabas de en medio. No querías que tu mujer se enterase que te estabas acostando conmigo.
—¡No, maldita seas! ¡Yo no te maté! ¡Fue un terrible accidente! —le dijo gritando e intentando soltarse.
Después de unos cuantos tirones, el hombre logró soltarse las manos y la médium siguió tumbada en el suelo hasta que se levantó y preguntó:
—¿De qué tienes miedo, Ricardo?
—¿Quién eres?
—Soy Danielle, pero no tengas miedo. —le dijo la mujer acercándose a Ricardo.
Él comenzó a retroceder hasta que no pudo más porque se encontró con la pared.
—Ya no puedes huir a no ser que puedas atravesar las paredes.
—¿Qué quieres de mí, Danielle? ¡Déjame en paz!
Danielle dio tres pasos y se colocó a poca distancia de Ricardo. Levantó los brazos y lo agarró por el cuello y comenzó a asfixiarlo.
—Quiero la vida que me quitaste, pero como eso no puede ser, me cobraré la tuya.
Roberto comenzó a golpearla en la cara, a darle patadas por todos lados, pero Danielle no soltaba su cuello. Entonces Roberto le metió sus dos pulgares en los ojos, pero ella reaccionó al instante y le soltó un cabezazo que lo dejó casi sin sentido.
La mujer siguió apretando hasta que, a Roberto, no le quedó ni un hálito de vida, entonces, soltó a su presa y la mujer cayó desplomada al suelo.
La médium comenzó a recobrar el sentido. Al volver de nuevo a la realidad no sabía muy bien dónde se encontraba ni qué había ocurrido. Vio a su cliente en el suelo, con un azul violeta que no presagiaba nada bueno. Se agachó, le tomó el pulso y no lo encontró. Llamó al 112, les contó qué había ocurrido y le dijeron que estarían ahí en seguida. Ella se quedó siguiendo las instrucciones del médico que estaba al otro lado de la línea, que le indicó cómo debía hacer la respiración artificial y el masaje cardíaco.
Al poco llegaron los sanitarios. La apartaron. Marta se sentó en la cama esperando que se produjese un milagro y que los de urgencias lograran reanimar a su cliente. Sin embargo, nada pudieron hacer. Se levantaron y lo taparon con una sábana blanca.
Marta se quedó en silencio pensando en cómo iba a explicar qué había ocurrido en la habitación 3008 aquella noche. Sabía que nadie la creería y que pasaría el resto de su vida detrás de unos barrotes.
Fuente de las imágenes: Pixabay