25 junio 2018

Entre tréboles, picas, rombos y corazones

cards
Él sabía que suerte era un ser que no tenía dueño, que no había manera de atarla en corto, que, a la primeras de cambio, se te escapaba y no volvías a verla en mucho tiempo.
Lo había probado todo, tocar madera, los tréboles, los santos patrones y hasta el dorado gato chino, pero no había manera. La suerte lo había abandonado.
Recordó los tiempos aquellos en que la suerte le sonreía, aquellas partidas interminables con los tahúres que ya se conocían como hermanos, sus gestos, sus tics, sus sonrisas socarronas y hasta el olor cuando la partida se torcía. Tiempos en los que ganó mucho dinero y la suerte lo abrazaba con fuerza, hasta que una noche lo perdió todo.
Ahora entra en un bar, se detiene delante de una máquina tragaperras y busca, en sus bolsillos, una moneda que sabe que no tiene. Se queda hipnotizado viendo el baile, monótono, de las picas, los rombos, los tréboles y los corazones, hasta que alguien le toca en el hombro y le dice que se aparte. Entonces se da media vuelta y se va. No le gusta ver cómo la suerte le sonríe a otros.
Entonces, antes del anochecer, se va al viejo puente que está a las afueras de la ciudad, para encontrar un buen lugar a sotavento donde dormir entre cartones. Allí, entre la duermevela, cuenta los días que le quedan para que le ingresen los cuatro cientos ochenta y cinco euros de la paga no contributiva y darse una ducha, afeitarse y dormir una noche en caliente, en una pensión de mala muerte.
A la mañana siguiente buscará una buena partida y ver si le cambia la suerte. Sin embargo, el se olvida que la suerte es esquiva, que se pierde en los vapores etílicos, en la noche oscura y entre los tréboles, las picas, los rombos y los corazones.

Fuente de la imagen: Pixabay