14 febrero 2018

El Diario de Marta. 6 de enero 1997. Noche

Inicio del diario. El diario de Marta. 6 de enero de 1997

6 enero 1997. Noche

Hola de nuevo, querido diario. Acabo de venir de casa de Magdalena. La muy puta también tenía un teléfono móvil. Un Motorola de color negro, que ella llamaba de concha.
teléfono
Mucho más pequeño que el mío y, tengo que reconocerlo, más bonito que mi Ericsson, que podía usar como elemento de defensa propia si fuese necesario.
Le pregunté por qué no me dijo nada cuando la llamé. Me dijo que sus padres le guardaron la sorpresa hasta el final y que de la emoción se olvidó llamarme.
¡Y una mierda!
Magdalena siempre ha sido así. Se lo guarda todo. Nunca dice nada. Parece una maldita mosquita muerta, pero cuando menos te lo esperas, se convierte en una peligrosa mantis religiosa, te arranca la cabeza y se la come para el desayuno.
No es la primera vez que me hace una de esas. Ya me lo hizo en los Reyes de 1990. La llamé para decirle que me habían regalado una bicicleta, una Torrot, rosada, sin esa barra incómoda en el centro, con un sillín de los más cómodo y una cesta a juego en el volante y, encima, se podía plegar. ¡Un sueño! Ella ni se inmutó. No dijo nada de nada.
Fui hasta su casa en mi Torrot rosada muy contenta pensando que el mundo era solo mío. La llamé desde el descansillo y cuando la vi bajar con una bicicleta también rosa, el doble de grande que la mía, el triple de hermosa que la mía, con un diseño que nunca había visto y una marca extranjera que no podía pronunciar.
Cuando salimos a dar un paseo por el parque, yo parecía una jaca que iba junto a una pura sangre.
En aquella ocasión también le pregunté por qué no me dijo nada y, como hoy, me contó la misma milonga.
Al mes siguiente unos gitanos nos asaltaron en el parque, pero solo se llevaron su bicicleta. Ella no puso mucha resistencia. A mí me la intentaron robar también, pero me resistí como una jabata, con uñas y dientes, en el sentido literal de la palabra, porque el que quería robármela, se llevó no sé cuántos arañazos y le falta un trozo del lóbulo de la oreja izquierda que escupí en un parterre cercano.
Te confieso, querido diario, que me alegré que le robaran su bicicleta, aunque, al poco, sus putos padres le compraron otra, no tan hermosa como aquella yegua extranjera de hierro cromado, sino una BH dorada que creo que era de segunda mano.
Lo cierto es que esa tarde de Reyes estuvimos jugando con nuestros nuevos juguetes, ella usando mi Ericsson y yo su Motorola de concha, hasta que me cansé de su maldito espíritu de superioridad y volví a casa.
Ya ves diario, al final te vas a convertir en un buen regalo.
Fuente de la imagen: www.webdesignerdepot.com