24 marzo 2009

Los que llegaron a ser y los perdí

Este poema está dedicado a todos aquellos amig@s que un día tuve la gran fortuna de compartir algún trocito de sus vidas y que por una razón o por otra, los he perdido. Para todos ell@s.

Los que fueron, algunos ya se perdieron,

no sé cuando los perdí,

ni porqué,

solo sé que los perdí,

de ellos solo quedan entelequias

y recuerdos.


Llegaron a ser, a sentir, a amar,

a sonreír, y se fueron en busca

de otro ser, de otro sentir,

de otro amar y de otro sonreír.


No sé si volverán, ¿y si vuelven?

Volverán a ser, los volveré a sentir,

los volveré amar, y les volveré a sonreír.



Porque no engraso los ejes....

Esta es una de las canciones que más me gustan, porque en su maravillosa sencillez, encierra una profunda verdad. Porque muchos de nosotros, en los que me incluyo, estamos continuamente engrasando los ejes, cuando en realidad no queremos hacerlo. Ser como uno quiere ser y escapar de una vez por todas de etiquetas, formalismos, conveniencias, pautas, reglas, dogmas, educación, etc..Quizás ya sea hora de quitarse la careta e intentar ser un poquito como este arriero y decir: Si a mi gusta que suenen, pa que los quiero engrasaos. Porque el tiempo se va volando y cuando nos queremos dar cuenta solo hay tiempo para mirar hacia atrás.


Porque no engraso los ejes
me llaman abandonao.
Porque no engraso los ejes
me llaman abandonao.
Si a mí me gusta que suenen,
pa' qué los quiero engrasaos.
Si a mí me gusta que suenen,
pa' qué los quiero engrasaos.

Es demasiado aburrido
seguir y seguir la huella,
Es demasiado aburrido
seguir y seguir la huella,
Demasiado largo el camino
sin nada que me entretenga.

No necesito silencio,
yo no tengo en qué pensar.
No necesito silencio,
yo no tengo en qué pensar.
Tenía, pero hace tiempo,
ahora ya no pienso más.
Tenía, pero hace tiempo,
ahora ya no pienso más.

Los ejes de mi carreta,
nunca los voy a engrasar.




18 marzo 2009

Te he construido en todas las noches de tu ausencia. Una poesía del baúl de los recuerdos


Te he construido en todas las noches de tu ausencia,

le he dado forma a tus labios ardientes,
los he besado con pasión, los he besado con ternura,
los he acariciado con mis manos
como buscando desesperado una forma en el aire,
un suspiro donde agarrarme
buscando en ellos tu cálida presencia.

Te he construido en todas las noches de tu ausencia,
dando forma a tu sonrisa grandiosa,
queriendo oír tu risa, tu carcajada singular,
y reírme contigo para consolar a este
corazón que se oculta como el Sol
todas las tardes en que tu no estás.

Te he construido en todas las noches de tu ausencia,
pintando en el aire tu cuerpo,
queriendo recorrer tus colinas cálidas,
besar las frescas margaritas que crecen en ellas,
desojar con mi lengua sus pétalos,
viendo como tu mirada se pierde en la noche
mirando las nubes y las estrellas
sintiendo como el frescor de nuestro placer
recorre nuestras espaldas.

Te he construido en todas las noches de tu ausencia,
esculpiendo nuestros cuerpos entre sábanas blancas,
entre la arena amarilla de una playa,
entre el vaho tibio de un Ford negro matrícula de Barcelona,
en el salón de una abarrotada discoteca,
para sumergirnos en nuestro amor,
en nuestros besos,
en roce ardiente de nuestros cuerpos,
y llegar vencidos por el placer
al éxtasis, al nirvana que hemos construido
con nuestras caricias.

Te he construido en todas las noches de tu ausencia,
para buscarte dentro de mí,
darte todos mis sentimientos con mis manos,
retenerte en el aire, aunque sea por unos instantes
y perderme en un mar de escalofríos incontrolables,
para caer dormido con tu imagen
en el desierto de su ausencia
esperando el día que me des de beber el agua de tu presencia.

También publicado en:

https://steemit.com/spanish/@moises-moran/te-he-construido-en-todas-las-noches-de-tu-ausencia

16 marzo 2009

Un día con casi gripe

Es lunes, sí lunes. Después de un fin de semana “encamado” por el segundo latigazo de la gripe o de un inesperado resfriado pre-primaveral, intento levantarme para ir al trabajo. Todavía tengo los restos activos de algún puto virus que anda buscando alguna célula despistada como residencia. Me lo pienso durante unos cortos diez minutos mirando hacia el techo, como buscando en la alcachofa de la lámpara, una escondida respuesta. Pero no la encuentro. Pero al final me levanto, me miro al espejo y salgo corriendo: cada día me gustan menos los espejos. Miro el variopinto ropero de otoño, invierno, primavera y verano. Sí, por este orden, aunque bien es cierto que podría ser otro. Me asomo a la ventana. Aparece ante mí un día despejado, caluroso pero con esa jodida calima que se te mete hasta en el alma y si estás resfriado, pues ¡ding-dong Bonus de putadita! Porque si en condiciones normales respirar con la gripe es un suplicio, con el polvo pues ya me dirán. Pero así y con todo me armo de valor, (apunto: usar otro verbo, no me gusta las armas) agarro una camisa de manga corta, de pleno verano, y salgo dispuesto a echar otro día hacia delante, (no me gusta echarlos para atrás) eso si, con un ligero dolor de cabeza, mocos y un poquito de mala gana.

08 marzo 2009

Un tiro, y después otro

Es el primer trabajo que tengo que hacer este mes. Me tiemblan las manos y el corazón me palpita. Siento los latidos en mis sienes y en mi pecho. Nunca me acostumbraré a este trabajo de mierda. Llevo sentado casi dos horas, a quinientos metros de su casa, viendo la gente pasar de aquí para allá, llevando consigo el peso de sus vidas normales, felices unos e infelices otros. Alguno me mira distraído, seguramente le ha llamado la atención mi aspecto, con mi gorra roja de los Chicago Bulls metida hasta la cejas -siempre me gustó Jordan-, y mis Rayban negras de pasta, que me dan un aspecto bastante inquietante, lo reconozco, pero no me importa.

En la tranquilidad de la espera y mientras leo “La caza del asesino”, se me va la cabeza hacia el recuerdo de cómo fue la primera vez. Uff, fue dura, lo tengo que decir. Matar a una persona, cuando sólo tienes trece años, es duro. La banda, como una manada de lobos, te pone a prueba y la prueba fue de sangre. Siempre es de sangre. Me dieron un puñal de dos filos, de veinte centímetros y con una empuñadura de nácar. Todavía lo conservo. El objetivo era un desgraciado que se había ido de la lengua y había que darle una lección. Pero los nervios, la tensión del momento y la adrenalina abriéndose paso por la sangre, hizo el resto. Una puñalada en el culo, sólo eso, pero el cabrito se reviró como un stafford y la otra cuchillada le fue directamente al cuello. Lo miré mientras intentaba atajar con sus manos el chorro de sangre que le salía por entre los dedos. Pero fue en vano, porque al poco se desvaneció, desangrado como un cerdo a manos de un matarife.

A partir de ahí, me gané el respeto de la banda, el puto respeto. “Un bautizo iniciático de sangre, común entre las bandas juveniles”, leí pasados algunos años. Porque aprendí a leer. Me daba mucha rabia no enterarme de lo que decían los periódicos. Después me hice un lector incorregible.

Desde que nací, mi vida había sido como el rosario de la aurora. El hijoputa de mi padre era un borracho empedernido que murió hace ya dos años, y mi madre, mi pobre madre, aguantó todo lo que pudo y más, pero acabó cayendo escaleras abajo, huyendo de la enésima paliza del cabrón de mi padre. Terminó postrada en una cama, comida, literalmente, por una tropa de llagas purulentas que le dejaron el cuerpo en carne viva y con una infección de mil pares de cojones, que la envió, con más pena que gloria, hacia el otro barrio. ¡Pobre vieja!

Pero todo eso forma parte del pasado. Ahora trabajo por mi cuenta. ¡Qué lejos quedan aquellos años, qué lejos...! Ya casi es la hora. He reconocido la matrícula del mercedes azul. Me levanto y voy camino del número treinta y ocho de esta misma calle.

Al llegar toco el timbre. Me recibe un impresionante dogo argentino de color negro, con cara de muy pocos amigos, que no deja de ladrar, moviendo el rabo de un lado para otro. Vuelvo a insistir con el dichoso timbre. Mientras espero, quito el seguro de la pistola, sacándola de la parte de atrás del cinto. Saco el silenciador y, con mucho disimulo, lo enrosco en mi parabellum. Son las mejores para el quemarropa y para el cuerpo a cuerpo. Al poco, lo veo aparecer. Confirmo el objetivo. Soy un buen fisonomista. Y me pagan para que lo sea, no me gusta cometer errores. Se acerca y, sin pensarlo, me abre la cancela de acero blanco, agarrando por el collar al dogo. Me mira y, sin mediar palabra, le pego un tiro certero al perro, justo en la cabeza, dejándolo fuera de juego. En el milisegundo siguiente, nuestros ojos se encuentran en el camino. Él ya lo sabe. Sabe que va a morir. Un tiro, dos, entre ceja y ceja. No tuvo tiempo de reaccionar, cayó de bruces junto a su perro. Cerré la cancela y caminé calle abajo, dejando atrás aquella estremecedora escena.

Tengo que dejar este trabajo. Pero es que no sé hacer otra cosa que pegar tiros. Soy un sicario, un matón a sueldo.

También publicado en:

https://steemit.com/spanish/@moises-moran/un-tiro-y-despues-otro


02 marzo 2009

Una quimera cualquiera

Una quimera que se construye sobre la base de los sentimientos truncados en la infancia y que, por alguna razón que desconozco, ahora, después de haber cruzado los mares de la cuarentena, se presenta ante mi y toca a mi puerta. Y como suele suceder, mi puerta está abierta, y el cancerbero, que debía de estar ojo avizor y vigilante, se ha ido de copas, a no sé que antro, a buscar los néctares de alguna sibilina persona, mujer u hombre. Sinceramente desconozco los gustos suprasexuales de este perro guardián que me ha dejado tirado y más quemado que una colilla de los años cuarenta. ¿Qué les explique lo de la colilla? Vuelva usted mañana... Pero sigamos con esta ficción de abandono de juzgado de guardia y del deber indebido. Sí, es una redundancia, pero me gusta. Ahora estoy solo, con la sublime quimera y no sé que hacer con ella. Ganas tengo que hacerme una regresión hipnótica, de esas que te sale un ojo de la cara y parte del otro, para volver a la infancia y dejarla donde la encontré. Pero solo pensar en el palo económico-financiero, que haría tambalearse mi saneado equilibrio presupuestario, me retiro a las trincheras de la cofradía del puño, que siempre las tienen inmaculadas por si viene la crisis. Y ya en la trinchera vuelvo a abrazar a mi quimera y duermo con ella.
Nota: No intenten buscarle una explicación, porque no la tiene y si se la buscan, no olviden compartirla conmigo. Esto ha sido un simulacro.