16 marzo 2009

Un día con casi gripe

Es lunes, sí lunes. Después de un fin de semana “encamado” por el segundo latigazo de la gripe o de un inesperado resfriado pre-primaveral, intento levantarme para ir al trabajo. Todavía tengo los restos activos de algún puto virus que anda buscando alguna célula despistada como residencia. Me lo pienso durante unos cortos diez minutos mirando hacia el techo, como buscando en la alcachofa de la lámpara, una escondida respuesta. Pero no la encuentro. Pero al final me levanto, me miro al espejo y salgo corriendo: cada día me gustan menos los espejos. Miro el variopinto ropero de otoño, invierno, primavera y verano. Sí, por este orden, aunque bien es cierto que podría ser otro. Me asomo a la ventana. Aparece ante mí un día despejado, caluroso pero con esa jodida calima que se te mete hasta en el alma y si estás resfriado, pues ¡ding-dong Bonus de putadita! Porque si en condiciones normales respirar con la gripe es un suplicio, con el polvo pues ya me dirán. Pero así y con todo me armo de valor, (apunto: usar otro verbo, no me gusta las armas) agarro una camisa de manga corta, de pleno verano, y salgo dispuesto a echar otro día hacia delante, (no me gusta echarlos para atrás) eso si, con un ligero dolor de cabeza, mocos y un poquito de mala gana.