Un día antes de su boda lo hizo. Se subió al pico más alto, aquel que casi llegaba a los cuatro mil metros y saltó con aquel traje de hombre-pájaro que le había regalado su prometida dos días antes de su compromiso. Bajando a más de ciento ochenta kilómetros por hora, sorteando las aristas de las montañas y las copas de los pinos, decidió darle el sí a su novia. Nada lo hacía más feliz que la sonrisa de su prometida.