31 diciembre 2018

La esquela

No puedo creérmelo, Cándido. Ahora que todo está tranquilo, te lo tengo que decir. No puedo quedarme con esto dentro de mí. Ahora son las tres de la mañana. Nadie nos oirá. Solo estamos tu hermana Amparo, tu hija Maite y yo, pero ellas duermen fuera. El resto se han ido a descansar. ¿Que qué tengo que contarte? Espera que lo saque, que lo tengo aquí dentro del bolso. Mira. ¿Que qué es esto? Sí, es la página del periódico en la que salieron tus esquelas. Yo pensé que solo iba a salir la nuestra, pero cuál fue mi sorpresa cuando vi otra dedicada a ti y, encima, a media página y más grande que la nuestra.
Te repito que no puedo creérmelo. Leo esa esquela una y otra vez y sigo sin entenderlo. He llegado a pensar que se trata de una broma. No sé, de algún amigo tuyo, de esos con los que te ibas de farra, que ha querido hacerse el gracioso o de alguna que no me quiere bien y que me quiere hacer sufrir aún más en estos momentos tan dolorosos. ¿Que qué dice? Espera que te la leo. Me tiembla hasta la voz.
«Mi churrito, gracias por esos siete años de pasión, amor y felicidad. Tu amada Mariela para siempre. Jamás te olvidaré, Candi.»
Sí, como lo oyes. Un insulto. Cuando me la trajeron no sabía dónde meterme. Tú hija Mayte se puso como una fiera, pero luego se calmó. Ya sabes eso que dicen que la procesión va por dentro. No te haces una idea de la vergüenza que he pasado aquí sentada, siendo el hazme reír del tanatorio. Algunos vecinos me miraban raro, como apiadándose de mí. Yo no necesito piedad ni comprensión.
Gracias a que te vamos a incinerar. Así será todo más rápido. Menos doloroso y menos vergüenza. ¿Te imaginas que te hubiésemos llevado al pueblo para enterrarte? No lo quiero ni pensar. Todo el pueblo hablando de tu aventura, de lo hijo de puta que has sido y de los cuernos que me llegan al segundo piso. Ya lo sé. Querías que te enterrásemos junto a tus padres, pero cambié de opinión. Después de lo que me hiciste con esa, ¿qué pretendías? ¿Qué te lleváramos en procesión al cementerio? No, ni hablar. Al ver la esquela lo tuve claro. Llamé a la funeraria y les pregunté si se podría cambiar el entierro por la incineración. Me dijeron que no había ningún problema. Así que lo comido por lo servido.
Incluso me van a devolver algo de dinero porque el ataúd me saldrá más barato. Además, no voy a encargar las estampitas para la misa funeral porque no te lo mereces. Incluso estoy pensando en no hacerte la misa para que te quedes en el purgatorio toda la eternidad, pero sé que tu hija Mayte no me dejará. Ella te quería mucho, incluso te ha defendido cuando se enteró que habías tenido una amante. Cosas de hombres, me dijo. Cosa de cabrones, le contesté yo. También les dije que deberíamos cerrar la sala y venir mañana por la mañana, a eso de las nueve, pero tu hermana puso el grito en el cielo. Claro, a ella le trae al pairo que tú me hallas puesto los cuernos. A lo mejor hasta lo sabía. Quién sabe.
Ahora que te lo he dicho me he quedado tranquila. Había pensado guardarte luto durante un tiempo, pero desde que te quemen, pasaré página. A rey muerto, rey puesto y voy a recuperar todo el tiempo que perdí atendiéndote como una tonta del culo. Ah, se me olvidada decírtelo, tu amigo Mario, sí Mario el que iba a casa a tomarse los vinos. Él siempre me miró con buenos ojos. Yo lo sabía, pero lo dejé estar. Él me está consolando muy bien y creo que voy a dejarme querer por una vez.