07 enero 2024

En un banco del parque


En la quietud de tus días, aguardabas la compañía serena de Molly, tu fiel perra, y hallabas consuelo en los fragmentos de alegría que tu vida rutinaria te entregaba. Un paseo, una lectura, el canto de un pájaro y los dibujos irreverentes de las nubes. Sin embargo, el amor te sorprendió como una brisa inesperada cuando, en un banco del parque, la encontraste, inmersa en la magia de las palabras.

Tu corazón latió con fuerza cuando la viste y un escalofrío recorrió tu espalda al decidirte a sentarte a su lado. Sin palabras, compartieron ese instante, una mirada indiscreta, un suspiro, una sonrisa y un adios en el silencio tejido entre ambos como un hilo invisible, pero profundo. Al amanecer del día siguiente, regresaste al mismo rincón y, sin necesidad de expresar lo innombrable, compartiste nuevamente ese espacio silente.

Así transcurrieron los años, en complicidad callada, sin ir más alla de saludo silencioso, de la sonrisa complice y del hasta mañana. En el banco compartido, encontraste un refugio donde las palabras eran innecesarias. La presencia mutua, el simple hecho de estar allí, resonaba con una sinfonía de entendimiento que solo el corazón podía componer.

Cada día era una nueva página en el libro de su historia, una historia escrita en la tinta invisible de los gestos y las miradas. Los pequeños momentos se convertían en tesoros compartidos, fragmentos de felicidad que se acumulaban en el cofre de su conexión silenciosa.

Aprendiste que el amor, a veces, se esconde en el espacio entre las palabras, en la comunión de almas que se entienden sin necesidad de explicación. En la serenidad de esos años juntos, descubriste que la verdadera dicha reside en esos pequeños momentos que, aunque parezcan efímeros, son los cimientos de una felicidad duradera y eterna.