30 septiembre 2010

El apuntador



No había razones para seguir. Todo se había acabado. Detuvo su carrera buscando un poco de resuello. Apoyó las manos en las rodillas y vio como se alejaba para siempre, mientras su corazón, intentaba volver al reposo cotidiano. Después, sacó su viejo reloj de bolsillo, que le había regalado su padre, para conocer la hora exacta en la que se había ido.  Buscó dentro de su abigarrada mochila y, a tientas, encontró su pequeño bloc de notas, lo sacó, se sentó en el banco de la marquesina y apuntó la hora exacta: esta vez se había adelantado treinta segundos. Observó como la guagua se perdía entre la bruma de la mañana, pensado que las guaguas son unos seres muy impuntuales.