30 marzo 2024

La cartera. Soraya Santana


Parecía a todas luces que el universo se había confabulado para que ese sábado no diera mi caminata matutina como de costumbre. La verdad es que tal y como sucedieron los acontecimientos me hubiera perdido algo de vital importancia…

Me levanté mas tarde de lo habitual porque el despertador no sonó, estaba conectado, programado con la hora de siempre, la batería cargada pero simplemente no sonó. Seguramente esa fue la primera señal para que no saliera de casa esa mañana, pero yo estaba empeñado en hacerlo.  

Hice un desayuno frugal porque ya no eran horas para otra cosa y me dirigí al garaje. La idea era bajar en coche hasta el puerto y caminar en llano por el Paseo de los Poetas, pero el coche no quiso ponerse en marcha, después de intentarlo tres veces desistí. Será la batería en el mejor de los casos, pensé, ya hablaré con el mecánico. Pero no se me ocurrió pensar que ahí había otra señal

Yo seguía empeñado en salir, así que ante este repentino abandono de mi “bólido” no quedó mas opción que bajar desde el Valle hacia las callejuelas del pueblo, me tocaría saludar aquí y allá inevitablemente, pasar por delante de la iglesia y desde ahí llegar a la playa por fin. No me importaba, no sabía en ese momento porqué, pero sabía que el paseo valdría la pena.    

Salí de casa y comencé a bajar las escalinatas que comunican mi urbanización con la carretera general. Reconozco que a esas alturas del día ya empezaba a preguntarme si podía pasarme algo más…y ¡¡claro que sí podía!! Al llegar al último escalón, absorto como estaba en mis pensamientos, no me fije en que   había un objeto en el centro y lo pisé de lleno, poco faltó para hacerme tropezar. Era una cartera de hombre, en su día debió ser marrón, pero estaba sucia y desteñida, a saber, cuánto tiempo llevaría allí tirada…

Me llamó la atención un papel doblado varias veces sobre sí mismo que sobresalía por una de las esquinas. Abrí la cartera, no contenía dinero ni documentación alguna, solo el papel doblado. Lo saqué con cuidado y al hacerlo salió también una tarjeta plastificada. En ella figuraban dos nombres y una dirección: Lucas Jiménez – Lucía García. C/ Malpaís nº 26. La volví a guardar y me centré en el papel doblado. Con sumo cuidado lo fui desplegando, se veía frágil y quebradizo. Debía haberse mojado porque la tinta estaba desteñida en algunas zonas, pero aún era legible. Estaba fechada justo un mes antes y la firmaba Lucas, el mismo de la tarjeta, me supuse.  Mi curiosidad alcanzaba ya sus mayores límites así que por fin empecé a leer:  

“Querido desconocido, si estas leyendo esta carta es porque has encontrado mi cartera. Habrás encontrado también la tarjeta con mi dirección y la de Lucía. Te ruego que la busques y se la entregues. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que me fui pero, sea el que sea, Lucía debe leerla. Confío en tu buena fe y espero que hagas llegar estas palabras a su destino…”  

Continué leyendo y, aunque me invadía la sensación de estar entrando en la vida privada de alguien sin permiso, mi curiosidad podía más, tenía que saber de qué se trataba todo aquello.

“…Mi querida Lucía: Perdóname por meterte a ti también en este embrollo. Me decías que dejara de fisgonear donde nadie me llamaba, que viviera mi jubilación tranquila y sin meterme en problemas, pero no te hice caso y ahora me veo vigilado y sospecho que perseguido. Voy a marcharme por un tiempo porque tal es el lío que temo por mi vida. No te preocupes. Saldré de esta, ya sabes como soy, pero necesito que hagas algo. Sobre la persona que te lleva mi cartera y esta carta, no sé si será de fiar, mi niña tú tienes buen ojo para esas cosas, así que ya decidirás si quieres contarle todo o solo darle las gracias y despedirlo. “

—Sonreí…vaya con el jubilado, no se andaba con chiquitas…-. Continué leyendo:

“Te he dejado el resto de mi mensaje en la maleta que usé para ir a Lanzarote la última vez, ya sabes dónde está. Por favor, sigue al pie de la letra mis instrucciones. Confío en tí. Lucas.”  

Ya en esta tesitura y ante tanto misterio no pude hacer otra cosa que in en busca de Lucía ¿En qué tremendo lío se podía haber metido Lucas para que su vida peligrara?  No me podía quedar con las ganas de saberlo así que hacia allá me dirigí. 

La calle Malpaís era muy conocida porque allí estaba ubicado el local de ensayo de la popular Banda Guayedra y en días importantes, como los de la Rama, se montaban los mejores tenderetes del pueblo.

Llegué al número veintiséis y toqué al timbre. Era una casa terrera, antigua, pero en buen estado, los geranios de colores en las ventanas y los visillos de encaje la hacían parecer sacada de una telenovela de los años sesenta.

Para mi sorpresa abrió la puerta una chica joven, de no más de veinte años, en lugar de la abuelita jubilada que yo esperaba. Mas tarde ella misma me contaría que no era la esposa de Lucas sino la chica que cuidaba de él desde hace varios años y que se había convertido, con el paso del tiempo, en su única familia. 

Intentando disimular mi sorpresa como pude, expliqué casi tartamudeando el motivo de mi visita. Sus ojos azules me miraban incrédulos. Le entregué la cartera y el pliego de papel con la carta de Lucas y esperé su respuesta.   Pero nada más leer las primeras líneas la emoción pudo más. Hice ademan de retroceder unos pasos para marcharme, pero se agarró de mi brazo y, entre lágrimas, me pidió por favor que me quedara. Por supuesto acepté.

Entramos en la casa y nos acomodamos en un sillón de mimbre, estábamos en una especie de patio interior lleno de helechas que colgaban del techo y fotografías antiguas decorando las blancas paredes. Se escuchaba al fondo del pasillo el canto de los pájaros. Y en ese escenario Lucía leyó en voz alta las palabras que Lucas le había dirigido. 

En uno de los laterales del patio había una única habitación y hacia allí nos dirigimos. Dentro solo la cama, una mesa de noche y un baúl antiguo. Me quedé en la puerta mientras ella se dirigía a la cama y sacaba de debajo una maleta igual de antigua que el baúl.  En su interior aparecieron varias pequeñas bolsas con lo que parecían ser muestras, jirones de ropa, dos vasos pequeños e incluso unas colillas. También había un sobre amarillo grande y una pequeña grabadora.  Del sobre sacamos varios documentos y un montón de fotografías de la calle, de los coches y de personas que ni Lucia ni yo habíamos visto nunca por el pueblo. La grabadora llevaba detrás una pegatina que decía “Enciéndeme y escucha”. Nos miramos asombrados… “…¡¡Pero qué peliculero es este hombre...!!” se le escapó a ella.  

Y eso hicimos, escuchar… El audio iba desgranando toda la aventura de Lucas desde que hace unos meses había descubierto, dos casas más allá, lo que él llamó “movimientos sospechosos” de día y de noche, chicas que entraban y salían, gente desconocida, voces a altas horas de la madrugada, coches de lujo que transitaban la calle a horas impropias… En fin, toda una retahíla de detalles que le hacían pensar que nada bueno estaba pasando allí. Se había decidido a recopilar fotografías de todo lo que pudo ver, las pruebas de que, según el, por allí se movía algo gordo y, desde luego, cualquier cosa menos honrada.

Nos costó un buen rato digerir la historia y los dos estuvimos de acuerdo en que lo mejor era llevar todo aquello a la Guardia Civil en Gáldar y poner una denuncia por la desaparición de Lucas, quien sabe si le había dado tiempo de desaparecer o los vecinos le descubrieron, se anticiparon y lo hicieron desaparecer antes.

En el cuartelillo estuvimos casi todo el día, declaración va, declaración viene. Ya bien entrada la tarde, agotados y muertos de hambre, nos volvimos para Agaete. De todo aquel material los picoletos sacaron muy buen provecho. Nos informaron pasados unos meses que se estaba montando una red de trata de personas en el pueblo y que, gracias a Lucas y sus pesquisas, habían podido paralizarla. Como siempre los cabecillas habían escapado pero el norte de la isla se había librado de unos cuantos malandrines y gente de mal vivir.   Del pobre Lucas seguimos sin saber nada, no hay ningún indicio de su muerte, pero tampoco de que siga con vida. Lucía y yo confiamos, algo nos dice que anda por esos mundos de Dios colaborando a resolver misterios y evitar delitos. 

Lucía y yo no nos hemos separado desde el día en que encontré la cartera. Las cosas del destino son así…. Y la vida te da sorpresas como las de ese día. Pero esa es ya otra historia. 


La cartera. Relato de Carmen Cabral


Mis mañanas siempre comienzan a cámara lenta, desperezarme lleva su tiempo, meterme en la ducha y prepararme, algo más. En realidad, el engranaje de mi cerebro no empieza a funcionar hasta el momento en que recibe el chute de cafeína que lo conecta al mundo real.

Una vez en el trabajo, las siete horas siguientes, transcurren en modo automático hasta que me permito un “kit kat” de 10 o 15 kms de carrera. Es ponerme la ropa de deporte, abrocharme las zapatillas, ajustarme los auriculares, enchufarme a la “playlist” de rock y me convierto en otra persona llena de energía que trota y corre por la Avenida Marítima hasta que se hace de noche.

Es noviembre, oscurece pronto, hace algo de fresco, pero con el corta vientos que llevo debajo de la sudadera, ni me entero. A la altura del Cuartel de la Guardia Civil, cruzo desde el Lady Harimaguada hacia San Cristóbal y me adentro en Vegueta. A esas horas, las calles están casi desiertas, aminoro el paso y disfruto de la tranquilidad y el silencio que destila el Barrio con más solera de la Ciudad. Bajo desde la Calle Colón hasta el Teatro Guiniguada.  Estoy enamorada del Edificio “Valse Canariote” que hace esquina entre la Calle Pelota y Mesa de León, de corte modernista y de una belleza que no puedo explicar. Son sus metales, las puertas y contraventanas pintadas en rojo, sus balcones acristalados o esas ménsulas apoyadas en piedra de la Cantería de Arucas las que me conquistan.

Mientras subo por las escaleras que me llevan a la Carretera de Tafira, me encuentro una cartera en uno de los escalones, abierta, sin nada destacable. Mi primer pensamiento me lleva a un posible ladronzuelo que se la haya birlado a un “guiri” y luego se deshizo de ella allí, o bien a alguna desgraciada pérdida personal. Miro en derredor, son casi las once de la noche, allí no hay nadie, los locales cercanos están recogiendo o cerrando, apenas pasan coches o guaguas. La recojo, no sin antes volver a mirar a derecha e izquierda, delante o detrás… ¡Nadie! 

Cruzo por lo que antes era el Barranco en dirección al Teatro Pérez Galdós, y con la prudencia y el respeto que produce registrar posesiones ajenas busco entre el contenido algún papel o documento que me indique algún indicio de la identidad del propietario. Papeles sin más, “tickets” térmicos imperceptibles por el paso del tiempo, un viejo resguardo de algún espectáculo pasado y 1.340 € en efectivo. Es una cartera usada, debe ser polipiel porque está bastante desgastada por el uso y por la forma cóncava que le otorga un largo viaje entre el bolsillo trasero de un pantalón y la curva de una nalga. 

Tras el reconocimiento inicial al billetero y al inventario de sus posesiones empiezo a sentir taquicardia, pero bueno… ¿qué me pasa? De repente, mi subconsciente empieza a librar una batalla inesperada, una batalla que no he buscado de manera intencionada, la lucha moral entre el bien y el mal, el “non plus ultra” de la conciencia. 

Me llevan los demonios mientras me dirijo de vuelta a casa, como si alguien, siguiese de cerca mis apresurados pasos. Cuando me acomodo en el sofá, no dejo de abrir y cerrar la cartera. Cuento una y otra vez el dinero, hasta verifico si los billetes pueden ser o no falsos. Una “paga extra”, me digo para motivarme, una pequeña bonificación inesperada… se convertiría en un fin de semana en Madrid, ¡ya me apetece!, ese reloj para hacer deporte que tanto me gusta o renovar el móvil… ¡Dios, menuda mierda!, ¿y si…? ¿y si…?  Estas palabras pueden resultar inocentes por separado, pero si las juntas no van a dejar de atormentarte. ¿Y si es el sueldo de una familia, la paga de pensionista, el dinero para un imprevisto? ¿y si…?

¡Joder! Menuda noche me espera: “La noche es oscura y alberga horrores” como dirían en “Juego de Tronos”.

Lo que me suponía, no he podido pegar ojo, he intentado sin éxito justificar mis intenciones primarias que están reñidas con la honestidad y la coherencia. Este dinero no tiene dueño, ni la policía podría hacer otra cosa diferente a la que yo tengo en la cabeza. No sé que caerá antes, mi argumento o mi dignidad… ¿Cuál es el riesgo de ser o no ser como los demás? El riesgo de atreverse a obtener una satisfacción instantánea, es de primero de antropología o de psicología, _ ¡qué coño sé yo! _ pero, ¿qué hay de la adrenalina, las endorfinas y todas esas mierdas que alimentan nuestras emociones?

Inicio con indiferencia mi rutina diaria, hoy si cabe, es mucho más ralentizada que la de ayer, las circunstancias no ayudan. Salgo mucho más temprano que de costumbre y primero me dirijo al cajero de mi Banco que aún sigue cerrado. Hago un ingreso de 1.300 €. Me reservo los 40 € restante para regalarme un desayuno en condiciones, en casa no he podido ni tomar el café. ¡La decisión ha sido tomada! A veces, lo malo es bueno si esa decisión no es egoísta. Estas cosas suceden a diario y no se acaba el mundo porque el dinero va y viene y… me lo sigo repitiendo de camino a la Cafetería. ¡Para ya puñetas!, hoy tengo cosas más importantes en las que pensar.

Me siento en una Terraza de la playa de Las Canteras, pido un zumo de naranja natural, un bocadillo de pata con queso tierno. Tengo ganas, necesidad de azúcar, así que me voy a comer una porción de tarta de limón, el café y una botella de agua Firgas con gas.

Mientras hago acopio de tan opíparo menú, he activado mi móvil y abro la “app” de mi Banco. Doy el último sorbo al café para que no se enfríe y me dispongo a realizar un “Bizum”. Debo corroborar los datos que por seguridad me solicita la Entidad. ¿Importe?: 1.300 € ¿Destinatario?...

Una ONG en alguna parte recibe una donación anónima procedente de una cartera sin dueño a quién esa aportación no le va a generar desgravación fiscal, ni siquiera algún reconocimiento moral.

Así debía ser, exactamente como había pensado que haría.

 El día había empezado a cámara lenta, pero definitivamente, este si que va a ser un buen día.


Carmen Cabral