12 septiembre 2018

Las madres y nuestros fracasos

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Muchas veces no consideramos el valor que tienen nuestras madres, que siempre están ahí, en las verdes y en la maduras, pero sobre todo cuando más nos hace falta el apoyo incondicional en nuestros fracasos, en nuestras penas y en nuestras tristezas. Cuando somos felices y el viento sopla a nuestro favor, también están ahí, aplaudiendo en desde un rincón, casi invisibles.
Sin embargo, cuando las cosas se tuercen son las primeras de la fila para prestarnos el apoyo necesario para que podamos salir adelante y sin pedir nada a cambio.

El callejero del jubilado

Cuando se jubiló no quería hacerlo. A diferencia del resto de sus compañeros, él quería seguir trabajando. Hizo todo lo posible para retrasar su jubilación y logró que lo jubilaran a tres meses de cumplir los setenta años. Él quería quedarse entre sus viejos papeles, en aquel archivo histórico que parecía que a nadie interesaba. Tenía la extraña sensación de que, si dejaba su trabajo, nadie lo continuaría. Él sabía cómo funcionaba la administración cuando se trataba de la cultura del conocimiento y ese era su mayor temor. 
Se quedó con las últimas palabras de joven Jefe de Servicio de Archivística Documental:
—Gregorio, no se preocupe, cuidaremos bien de sus papeles y recuerde que nadie es imprescindible. El mundo seguirá girando a la mañana siguiente de que usted se vaya. 
Así que un día se vio en su casa sin nada que hacer. Un hombre soltero, sin hijos y sin perro, ¿qué haría? Tendría que buscar algún entretenimiento, una ocupación que alimentara las horas muertas que tenía por delante. 
Lo primero que hizo fue ir a la perrera municipal. Necesitaba un compañero y qué mejor que un perro. Eligió un «mil leches» de tres colores, marrón claro, negro y blanco al que llamó Pergamino. Lo segundo fue comprarse un equipo informático de última generación, contrató la fibra óptica para conectarse a Internet y se matriculó en un curso de ofimática básica en la Escuela de Adultos de su barrio.
A partir de ese momento comenzó a salir a la calle, a primera hora, a sacar a Pergamino. Aprovechaba los paseos para caminar y seguir las recomendaciones de su médico porque era muy importante para mantener los parámetros de salud en el nivel deseable porque la edad no perdona.
En uno de esos paseos matutinos se detuvo en una vía y leyó el nombre de la calle: 
Eustaquio Del Monte Siberio. 
Sacó su libreta y apuntó el nombre. Al llegar a su casa encendió el ordenador y abrió el navegador siguiendo las instrucciones de la guía didáctica que le entregaron en la Escuela de Adultos.
Tecleó el nombre y lo entrecomilló para restringir las búsquedas. Al poco le salieron algunas referencias, pero solo encontró artículos superficiales que no profundizaban en la figura del Eustaquio Del Monte Siberio, pero sí supo que era un maestro de escuela que colaboró en el desarrollo y la universalización de la educación en su ciudad a finales del siglo XIX.
Lejos de desmoralizarse siguió su búsqueda en Internet y localizó una página que dependía de la Universidad, en la que tenían todos los periódicos de la ciudad escaneados, realizó una búsqueda y encontró algunas referencias importantes sobre el maestro de escuela, que fueron suficientes para ir al Archivo Histórico y seguir con su trabajo.
Volvió a su antiguo trabajo y, para su sorpresa, habían contratado a una chica joven, no tendría más de veinticinco años y que era más que competente.
Después de un mes de trabajo en el archivo, ya tenía datos suficientes para hacer un artículo sobre la figura del insigne maestro de escuela.
No sabía qué hacer con esa información, pero sí tenía claro que tenía que hacer un artículo de referencia utilizando el procesador de texto de su ordenador, y eso hizo. 
Después habló con el joven profesor de ofimática de la Escuela de Adultos. Le contó lo que había realizado y preguntó que qué podía hacer con la información. El profesor le dijo que creara un blog, que no era difícil y se ofreció a echarle una mano.
Al poco ya tenía el blog creado y lo llamó:
«Los nombres de nuestro callejero»
Después de haber subido la primera entrada de su blog, volvió a salir con Pergamino y se detuvo delante de otro nombre de otra calle, esta vez «Barlovento». Apuntó el nombre y al llegar su casa se puso a trabajar. Esta vez fue más fácil encontrar referencias a ese nombre, pero Gregorio no se quedó ahí, buscó el significado etimológico de la palabra y realizó una entrada muy cuidada para su blog en la que explicaba el origen de la palabra en cuestión.
Gregorio siguió recorriendo la ciudad, apuntando los nombres de las calles y realizando la entrada correspondiente en su blog de Internet  hasta que completó el callejero de su ciudad.
A los pocos meses de haber concluido el trabajo, le llegó una oferta de su ayuntamiento en la que le planteaban la publicación de la totalidad de su blog y al tiempo le llegaron otras ofertas de municipios vecinos que querían tener un trabajo parecido al de la ciudad de Gregorio.
Gregorio aceptó el trabajo de uno de los municipios vecinos, que le ofrecieron hospedarse en un hotel rural, propiedad de la corporación con todos los gastos pagados, a cambio de realizar el trabajo. El jubilado no se lo pensó dos veces y se mudó a la ciudad vecina con su perro Pergamino
Sentado en la terraza de hotel tomando un té a eso de las cinco, Gregorio pensó que ya no tendría tiempo de aburrirse, que tendría todo el tiempo del mundo para pasear con su perro y disfrutar de lo que le quedaba de vida haciendo lo mejor que sabía hacer.

Fuente de la imagen: Pixabay