Se preparaba para la carrera y se
levantaba todos los días a las cinco de la mañana para correr hora y media.
Mientras se ataba las playeras
pensaba en las palabras de su padre, aquellas que le decía en la adolescencia:
«tienes que trabajar duro si quieres conseguir tus objetivos en la vida, que
las metas no caen del cielo, sino del esfuerzo diario.»
Después recorría el parque central
que rodeaba la ciudad, sintiendo como su cuerpo se activaba mientras oía los
primeros cantos de los mirlos, de los gorriones, de las urracas, de los
petirrojos y veía el despertar de las ardillas o de algún jabalí perdido que
había bajado de las montañas.
Se sentía parte de todo aquello, un
miembro más de la naturaleza a la que respetaba y admiraba y por esa razón solo
corría cross o carreras de montaña. Aquella carrera era una de esas, diferentes y especiales, que le encantaba participar y competir porque le hacía
sentirse especial y parte de todo aquello.