02 marzo 2009

Una quimera cualquiera

Una quimera que se construye sobre la base de los sentimientos truncados en la infancia y que, por alguna razón que desconozco, ahora, después de haber cruzado los mares de la cuarentena, se presenta ante mi y toca a mi puerta. Y como suele suceder, mi puerta está abierta, y el cancerbero, que debía de estar ojo avizor y vigilante, se ha ido de copas, a no sé que antro, a buscar los néctares de alguna sibilina persona, mujer u hombre. Sinceramente desconozco los gustos suprasexuales de este perro guardián que me ha dejado tirado y más quemado que una colilla de los años cuarenta. ¿Qué les explique lo de la colilla? Vuelva usted mañana... Pero sigamos con esta ficción de abandono de juzgado de guardia y del deber indebido. Sí, es una redundancia, pero me gusta. Ahora estoy solo, con la sublime quimera y no sé que hacer con ella. Ganas tengo que hacerme una regresión hipnótica, de esas que te sale un ojo de la cara y parte del otro, para volver a la infancia y dejarla donde la encontré. Pero solo pensar en el palo económico-financiero, que haría tambalearse mi saneado equilibrio presupuestario, me retiro a las trincheras de la cofradía del puño, que siempre las tienen inmaculadas por si viene la crisis. Y ya en la trinchera vuelvo a abrazar a mi quimera y duermo con ella.
Nota: No intenten buscarle una explicación, porque no la tiene y si se la buscan, no olviden compartirla conmigo. Esto ha sido un simulacro.