02 febrero 2009

Adiós, amigo



—¿Cómo fue hoy trabajo?
—El mismo rollo de siempre. Las mismas caras empanadas de todos los días. Estoy un poquito harto de esta historia. ¿Sabes? Estoy pensando en cambiar de trabajo.
—Bueno, bueno. Ya estás otra vez con ese guineo. Llevas quince años con la misma cantinela y al final, te levantas todos los días a la misma hora y como un corderito te vas a tu trabajo a soportar las impertinencias de tu jefe y las memeces de tus compañeros. Así que no me estés volviendo loco con tus historias para al final no hacer nada.
—Oye no te pases. Esta vez estoy hablando muy en serio. Ya va siendo hora de cambiar de trabajo y de vida. Romper con todo, ser libre y volar como una gaviota. Necesito un cambio. Aires nuevos.
—Jajajajajaja, como una gaviota. ¿Dónde vas a ir? Eres un muerto de hambre y seguirás siéndolo hasta que te mueras. ¿Pero no te has visto? ¿Qué has conseguido en la vida? Naaaaaaddaaaaa. Jajajajaja. Solo ser un miserable «correveydile». El rey de los mediocres. ¿Pero no ves que en tu trabajo nadie te respeta? Todos se ríen de ti a tus espaldas, pero tú no quieres verlo. Lo sabes, pero metes la cabeza en el water como un puto avestruz. Nunca has sido capaz de enfrentarte con esos capullos de mierda que están todo el santo día puteándote y riéndose de ti.
—¡No! ¡Cállate! ¡Idiota! ¡Siempre eres el mismo, siempre, maldito seas! No puedo contarte nada, porque acabas insultándome o dándome un sermón.
—¿Insultándote? ¿Dándote un sermón? No, amigo, no, diciéndote las verdades. Lo que pasa es que no te gusta oír la verdad. ¿Qué esperas? ¿Qué me quede aquí pasmado oyendo tus sandeces? Si no quieres oír lo que pienso, pues no vengas a verme. No pasa un maldito día sin que vengas aquí a molestarme con tus historias.
—Pero ¿No puedes quedarte ahí escuchándome como un buen amigo? Nooooo, siempre tienes algo que decir. Solo quiero que me escuches.
—¡Venga ya! Ya me conoces y nunca me quedaré callado porque estoy harto de atender tus milongas de quejica amargado. Nos conocemos hace mucho tiempo para me vengas a vender la moto porque tu nunca cambiarás y lo sabes. ¿O quieres que te recuerde la fábula de la rana y de escorpión?
—¡Dios! ¡Cállateeeee! No quiero escucharte. Déjame en paz.
—Sabes que no me voy a callar. Seguiré diciendo lo que me dé la gana.
—¡Noooooo, noooo, no quiero verte, vete de mi casa, no quiero verte!
—No me voy a ir, y lo sabes.
—Si te puedes ir, por lo menos por unos días.
—¿Qué vas a hacer? ¿En qué estás pensando? ¡No! No vuelvas hacerlo, porque más pronto que tarde volverás a buscarme con las orejas gachas y con el rabo en el culo. Reconócelo. No puedes estar sin mí.

—Si puedo estar sin ti, por lo menos por unos días, así que lárgate y déjame en paz. –Se dijo mirándose en el espejo, cogiendo el pequeño jarrón que tenía en el baño y rompiendo, en mil pedazos, el rostro que se reflejaba en él.

También en: