02 junio 2018

No sin agua. Segunda parte

Para leer la primera parte: No sin agua. Primera parte
Yo sabía que la venta de agua era un magnífico negocio, pero nunca lo había visto de ese modo. Emeterio me estaba dando una visión que nunca me había planteado.
—¿Qué me está diciendo? Yo estoy estudiando ingeniería y nunca he oído hablar de nada de eso.
El viejo zahorí se bajó de su hamaca y se sentó a mi lado.
—Ni nunca lo oirás, Marla. Las compañías se preocupan de capar ese tipo de investigaciones. No les interesa. No te extrañes que los profesores estén comprados para que no haya investigaciones en ese sentido.
Pensé en lo que me estaba diciendo el zahorí y no le faltaba razón. No había leído ni visto ninguna investigación sobre el agua ni tampoco estaban en los planes de estudio de las universidades.
—Escucha, el método de la desalación del agua es su negocio y lo venden como el único método eficaz de satisfacer la demanda, pero es mentira. Solo la llevan hasta donde les es rentable, cuando pierden dinero, ya no quieren oír nada sobre el tema.
—A mi pueblo dicen que los acueductos llegarán en tres años.
—Mienten. Jamás llegarán. No es rentable. Lo que sí les es rentable son las cubas de agua que vienen desde la costa y así seguirán por muchos años, mientras haya quien las pague.
—Veo que usted sabe mucho de esto.
—Sí, llevo años estudiando, investigando porque tenía, tengo y tendré todo el tiempo del mundo.
—El panorama es muy negro.
El viejo zahorí se levantó con dificultad y se perdió por un pasillo de su casa. Al poco regresó con una carpeta azul y descolorida que estaba llena de papeles y se volvió a sentar junto a mí.
—La mayoría de los sistemas de obtención de agua, distintos a la desalación, son por condensación del aire, pero todos esos inventos los tienen las compañías, menos uno, el mío. Hace mucho tiempo que inventé un aparato que lograría sacar de cincuenta a setenta litros de agua al día mediante la condensación del aire. El sistema es sencillo y está formado por una torre de metro y medio, en cuyo interior hay una serie de láminas que tendrán una temperatura distinta a la del exterior, esa baja temperatura se consigue por medio de un pequeño molino de viento y una placa solar, que alimentará a un pequeño condensador que se encargará de mantener la diferencia de temperatura.
Me entregó las láminas del invento y lo revisé con mucho interés. Estaba muy bien explicado.
—Un prototipo muy interesante.
—¿Quieres sacarlo tú adelante?
—¿Yo? —le pregunté con asombro.
—Sí, no te preocupes por la patente, la pondré a tu nombre y tampoco por el dinero.
—¿Y por qué no lo ha puesto usted en marcha?
—Porque estoy viejo. ¿Sabes qué edad tengo?
Me quedé mirándolo durante unos instantes, intentando descubrir su edad, pero no pude.
—Tengo ciento diez años, Marla. Cuando diseñé este prototipo, la falta de agua no era tan acuciante como hoy; los acuíferos todavía daban agua. Yo sabía que algún día mi invento serviría para algo, así que lo patenté y lo guardé. Un día tocaron a mi puerta las compañías, querían comprarme la patente, pero les dije que no. Han venido muchas veces a intentar comprarla, pero siempre se han llevado un no por respuesta. Llevo muchos años buscando agua, fue mi medio de vida hasta hace muy poco y este prototipo es el legado que quiero entregar a la sociedad. Quizás estaba esperando el momento y ese día ha llegado, pero a mí me ha cogido viejo y cansado. Tú has venido a tocar a mi puerta preguntando por una forma de buscar agua, porque tu pueblo está pasando penurias por la falta de ella. Yo te ofrezco mi invento. Solo tienes que ponerlo en marcha. Eres joven y además ingeniera. ¿Qué más puedo pedir?
Me quedé en silencio, pensando en su propuesta. Era cierto que yo había llegado hasta su casa buscando una forma de buscar agua y también era cierto que me la estaba ofreciendo en bandeja, aunque fuese una fórmula distinta a la que yo pensaba.
—Yo te puedo asesorar. Tengo muchos amigos, incluso uno tiene una pequeña empresa que puede comenzar a producir los primeros aparatos, pero necesito que tú seas la que lidere el programa, la que organice el sistema de distribución, que la máquina llegue a todos hogares posibles, que sea una pequeña revolución, que el mundo vea que hay otra manera de acceder al agua y que sea universal.
—Esa es un gran responsabilidad. No sé si seré capaz —le dije con preocupación.
—Ya lo sé, pero te ayudaré. No te preocupes. Se podría hacer mediante una fundación sin ánimo de lucro, así no estarás sola en el proyecto.
—Sí, esa una buena idea e incluso podríamos invitar a la sociedad a participar en ella, para que seamos capaces de producir miles y miles de máquinas y entregarlas por el mundo. La podríamos llamar Fundación Zahorí, ¿qué le parece?
—¿Ves? A eso me refería yo. Tú tienes ideas y esa es magnífica.
Emeterio se detuvo delante de mí, sonrió y me dijo:
—Un nombre maravilloso, aunque tienes que prepararte.
Me miró sin decir nada.
—Prepararme, ¿para qué?
—Para una guerra dura y sucia. Las compañías acuíferas no se van a quedar paradas viendo como le quitamos su lucrativo negocio.
Pensé en lo que dijo Emeterio y no le faltaba razón. Las empresas del agua no nos lo iban a poner nada fácil, sin embargo había que actuar y yo estaba dispuesta a ello. Había llegado hasta allí buscando una solución y ya la tenía; solo hacía falta ponerla en marcha.
—¿Estás dispuesta?
—Sí, lo estoy —le dije aceptando un reto que podría cambiar mi vida.
El viejo zahorí me sonrió y me abrazó.

A la mañana siguiente me despedí de Emeterio con la duda razonable de que si todo lo que me había prometido se quedaría en agua de borrajas. Sin embargo, a los tres días, me llegó una notificación notarial para que aceptara el cambio de nombre de la patente y se me hizo entrega de una copia completa del prototipo registrado.
Estudié durante varios días los detalles del invento del zahorí y comprendí que el viejo buscador de agua había hecho un magnífico trabajo, pero había que fabricar una de esas máquinas y ponerlas en funcionamiento.
Fabricar la primera máquina no fue difícil porque el proyecto de mi amigo estaba bastante claro y pudimos tenerla en funcionamiento en menos de un mes, al tiempo constituimos la fundación y programamos la primera prueba en la plaza central de nuestro pueblo.
Allí estaba Emeterio, mi familia, muchísimos vecinos y yo. No cabía un alma en la plaza. El agua siempre despierta mucho interés y más cuando suponía un sustancioso ahorro para las familias que las alquilaran. Me subí al atril, expliqué cómo funcionaba la máquina, cómo sería el proceso del alquiler y que ese arrendamiento, sería mucho más barato del que estábamos pagando a la compañía.
Durante el tiempo que estuve hablando, la máquina fue capaz de sacar cinco litros de agua. Yo cogí un primer vaso. Lo levanté, lo observé con detalle y me tomé un buche. Luego me bebí el vaso de un trago. Estaba riquísima. Después comencé a entregar vasos a los vecinos que querían probar el agua y todos salieron más que satisfechos. Miré al viejo zahorí y le dije con una amplia sonrisa:
—Lo hemos conseguido, Emeterio. Su máquina funciona.
—Sí, hija, funciona. Tenemos que llenar el planeta de nuestras máquinas para que el agua no sea nunca más un problema para nadie.

La fundación Zahorí llegó a un acuerdo con una empresa nacional que se comprometió a tener las primeras máquinas en funcionamiento. En tres meses teníamos cien unidades que nos las quitaron de las manos y, en los siguientes tres, producimos otras cien más. La empresa que las producía se comprometió a aumentar la cadena de montaje, producir muchas más Zahoríes por mes y así se hizo, pero como me dijo Emeterio, las compañías movieron ficha.
Recibí la primera visita de una de las compañías, la más importante. Los recibí en mi despacho. Los había citado a primera hora de la mañana. Llegaron un hombre y una mujer de mediana edad, vestidos con carísimos trajes. Los invité a sentarse y les pregunté con una sonrisa:
—¿Qué desean?
—Me llamo Elisa Danfort y soy la Directora General de la División de Contingencias Externas de la Compañía AquaPangea y veníamos a decirles que el proyecto de su fundación es un muy interesante, pero se olvidan de que el agua es un producto y nos están haciendo competencia desleal.
—Usted se olvida de un detalle fundamental —le dije con una sonrisa—, nuestra compañía no vende agua, vendemos las Zahoríes, que producen agua, por tanto, tal competencia no existe. Por otra parte, no hay ninguna legislación que prohíba la producción de agua para el autoconsumo. Ese aspecto lo tienen claro, ¿verdad?
La mujer giró la cabeza y miró hacia el hombre.
—Sí —dijo el hombre mientras sacaba una tableta electrónica de su maletín negro—, nuestros asesores legales están estudiando ese aspecto, pero nos gustaría hacerle una propuesta de compra de la patente que sabemos que está a su nombre. Tenemos autorización para ofrecerle lo que usted nos pida.
Me acercó la tableta electrónica después de tocar cuatro veces en la pantalla y me dijo:
—Ahí tiene la página del banco que gestiona los pagos de nuestra compañía, solo tiene que poner una cifra, un número de cuenta y la transferencia será automática. ¿Qué me dice?
Desplacé la tableta hacia a él y le dije:
—La patente de la Zahorí no está en venta.
—Pero ese dinero le resolverá la vida a usted y a los suyos. No desaproveche la oportunidad que le estamos ofreciendo —volvió a insistir el hombre.
Pensé en lo que me decía y me pareció mezquino y repugnante. Me levanté y les dije:
—Esta conversación se ha terminado. Saben dónde está la salida.
El hombre se levantó y cogió sus cosas. La mujer permaneció sentada y mientras se levantaba me dijo:
—Sabíamos que no iba a entrar en razones. Sepa que acabo de dar la orden de que se presente una denuncia ante el tribunal de la competencia y hemos incluido en la demanda, como medida cautelar, que se paralice la producción y se confisquen todas las máquinas que han alquilado.
—Sí, ustedes tienen sus abogados y nosotros también tenemos los nuestros. Teníamos previsto esta contingencia, solo esperamos que nos cite el juez. Así que les ruego que se marchen y no vuelvan más por aquí.
A los pocos días recibimos la citación del juez. Nos movilizamos para tener una buena defensa y en cuarenta y ocho horas teníamos a diez letrados dispuestos a dejarse la piel por defender a nuestra fundación.
Como nos había anunciado la representante de la compañía AquaPangea, denunciaron a la Fundación Zahorí por competencia desleal, solicitaban la paralización cautelar de la producción y la incautación de todas las Zahoríes.
Llamé a Emeterio porque estaba preocupada por el proyecto y porque no sabía qué nos iba a deparar el futuro. Me contestó, pero se le veía cansado:
—Buenos días, Marla. ¿Algún problema?
—Sí, nos ha visitado una de las compañías del agua, AquaPangea, ¿la conoces?
—Sí, esa es la más poderosa, surgió de la reconversión de una petrolera que supo diversificar su negocio a principios del siglo XXI y se dedicó a comprar acuíferos, a invertir en la tecnología del agua y a comprar todas las patentes que existían.
—Me pusieron un cheque en blanco encima de la mesa para comprarnos la patente, pero lo rechacé y al cabo de un minuto me dijeron que habían presentado una demanda por competencia desleal.
—Sobre el papel no tienen nada que hacer, pero los rejos de las multinacionales llegan muy lejos y ese cheque en blanco puede estar en el cajón del despacho del juez. Tú sabes lo que tienes que hacer. Has demostrado tu valía y también lo vas a demostrar ahora.
—Gracias, Emeterio. Por cierto, te veo cansado, ¿qué te ocurre?
—La vejez, niña, la vejez, la medicina nos llevará hasta los ciento cuarenta años, pero ¿de qué forma? No te preocupes, céntrate en solventar el problema de la demanda.
—Así lo haré, amigo, pero cuídate —le contesté terminando la llamada.
Me quedé pensando en él, en sus más de cien años y en lo que había hecho porque el proyecto de las Zahoríes estuviera donde está. Lo sabía, sin su proyecto, nada de esto hubiera sido posible.

Nos presentamos en tiempo y forma en el juzgado. El juez escuchó el alegato del abogado principal de AquaPangea y luego del nuestro, que se sustentaba en que, nuestra fundación, no producía agua y por tanto la supuesta competencia desleal era inexistente. También alegamos que la paralización cautelar de la producción no era pertinente y que la incautación de las máquinas que teníamos alquiladas tampoco, porque la producción de agua para el autoconsumo era totalmente legal.
El juez, después de oírnos, decretó un receso de una hora y cuando volvió resolvió la demanda diciendo:
—Nadie duda que el agua, su producción y venta, es un negocio legítimo, aunque, en estos últimos tiempos, la venta de este bien universal se ha convertido en un negocio de usureros, donde solo prima el lucro desmedido, sin tener en cuenta, en muchos casos, que el acceso al agua tiene que ser universal y, a ser posible, gratuito o a un precio que los ciudadanos puedan pagar sin tener que vender un riñón, como en ocasiones ha ocurrido. La compañía AquaPangea nos presenta una demanda de competencia desleal y como bien plantea la parte demandada, no ha lugar, porque la Fundación Zahorí no produce agua y, si lo hiciera, la podría vender al precio que estimase e incluso regalarla, porque hace muchos años, el 28 de julio de 2010, la ONU, a través de la Resolución 64/292, reconoció explícitamente el derecho humano al agua y al saneamiento, reafirmando que el agua potable es esencial para la realización de todos los derechos humanos y esa resolución sigue vigente. Visto lo anterior, la demanda presentada no tiene ningún fundamento jurídico ni social. Por tanto, rechazo la demanda de la compañía AguaPangea y la condeno a pagar las costas de este proceso.
Dio dos golpes con su martillo de madera y cerró la sesión.
Nosotros saltamos de alegría por nuestra primera victoria frente a una de las grandes compañías, porque sabíamos que nos haría más fuerte.
Antes de irme, uno de nuestros abogados me dijo que el juez quería hablar conmigo. Sin dudarlo me fui a su despacho. Toqué y oí su voz que me invitaba a entrar. Entré, me dijo que me sentara y me dijo:
—No quiero robarle mucho tiempo, señorita. Solo quería felicitarla por la labor que está haciendo su fundación, que tiene un valor que en estos momentos no se tiene en cuenta, pero dentro de unos años, sí se valorará en su justa medida. Ustedes han puesto en jaque a todas las compañías que traficaban con este bien universal, ustedes han plantado cara y han hecho realidad esa resolución de la ONU.
Me quedé sorprendida y agradecida por las palabras del juez y le dije:
—Muchas gracias, señor juez, palabras como la suyas animan a seguir trabajando y luchando.
Salí de los juzgados satisfecha y llamé a Emeterio que estaba preocupado por el futuro de la fundación, pero no me contestó. Volví a insistir sin recibir respuesta. Pensé lo peor, llamé a la Central Hospitalaria preguntando por él y me dijeron que estaba en Centro de Recuperación para la Vejez de Aunpurn. Solicité un taxi y me dirigí hacia el centro hospitalario.
Después de pasar el control de seguridad, pregunté por mi amigo y subí a su habitación. Entré y lo encontré dormido. Me senté a su lado y esperé a que se despertara. Al cabo de una hora se despertó.
—¡Marla! ¿Qué sorpresa? —dijo arrastrando las palabras—. ¿Por qué te has molestado? Tienes que estar al frente del proyecto.
—Sí, en eso estoy, pero los amigos también son importantes y ahora toca estar aquí, Emeterio.
No dijo nada porque le costaba hablar y respiraba con mucha dificultad.
—¿Por qué no te ponen oxígeno? Estarás mejor.
—Sí, Marla, pero no quiero que una máquina me mantenga con vida; es hora de partir.
Se quedó en silencio, como pensando en sus palabras y después me preguntó:
—¿Cómo fue el juicio?
—Lo ganamos. El juez rechazó la demanda. Luego me llamó a su despacho, nos felicitó por nuestro proyecto y nos animó a presentar una demanda por usura contra las compañías acuíferas.
Sonrío y luego dijo:
—Ese es de los nuestros, niña. Algunos todavía tienen conciencia. Hemos hecho un buen trabajo, Marla. Me iré feliz, jamás pensé que vería mi proyecto hecho realidad. Cuando apareciste por mi casa, lo vi claro y el tiempo me ha dado la razón. Al final hemos puesto nuestro granito de arena para mejorar la vida de nuestros semejantes y eso es muy importante. Tendrás que seguir sola, pero sé que lo harás muy bien porque ya lo estás haciendo.
—Sí, hemos hecho un magnífico trabajo, sobre todo usted, Emeterio, sin su generosidad no estaríamos hablando de nada de esto y no me hable de seguir sola, formamos un buen equipo.
—Hemos trabajado en equipo y hemos conseguido nuestro objetivo. Eso es lo único que importa.
—Lo dejaré descansar, volveré en unos días.
—Sí, tengo que descansar y ven cuando quieras, pero céntrate en sacar los proyectos adelante.
Me despedí de él, le cogí las manos y las tenía muy frías. Le sonreí y me fui preocupada, con una extraña sensación en el cuerpo.
A la mañana siguiente me llamaron de la Central Hospitalaria y me comunicaron que Emeterio había muerto al amanecer.
Volví a Aunpurn, me hice cargo de los trámites de la incineración de su cuerpo porque no tenía familia y de todo el papeleo hereditario, en los que descubrí que había dejado sus bienes a la Fundación Zahorí, su último gesto de generosidad hacia sus semejantes.
Con el tiempo nuestra Fundación fue creciendo llegando a abaratar, al máximo, los costes de producción y, por tanto, los precios del alquiler de las Zahorís y produciendo una cantidad razonable de máquinas que envíabamos a todas las partes del mundo.
Con los años pudimos ir creando secciones de la Fundación Zahorí en todos los continentes y nos embarcamos en un proyecto, quizás el más importante de la fundación, que no era otro que el diseño, y la puesta en funcionamiento, de una máquina capaz de producir cien litros de agua por hora, a la que llamamos Emeterio, con la idea de entregarla, sin coste alguno, a los pueblos que no tuvieran acceso al agua potable.
Hoy, en mi pueblo, el agua no es un problema, logramos solventarlo gracias a Emeterio y a su proyecto. Seguimos trabajando para que el acceso al agua sea universal y gratuito. En eso estamos, será un trabajo duro, pero tenemos todo el tiempo del mundo, como decía mi viejo amigo el zahorí.