27 mayo 2018

SIEMPRE ESTARÁS EN MÍ-MICROTEATRO

ESCENA I

(Tenerife. Icod de los Vinos 20 de julio de 1936. Puerta del Convento de San Agustín. Tres de la mañana. Un hombre está frente a la puerta del convento. Viste totalmente de negro y lleva un sombrero también negro. Toca en varias ocasiones, pero nadie le responde. Insiste hasta que se abre la puerta y aparece un monje. Se quedan dos hombres un momento observándose sin decir nada.)
MONJE: ¿Qué desea, hermano?
MANUEL: ¿Quiero hablar con el abate?
MONJE: El abate duerme y no podemos molestarlo a estas horas.
MANUEL: (Da dos pasos hacia el monje y se quita el sombrero). Despiértelo es un asunto muy importante, muy urgente. Necesito hablar con él.
MONJE: (Da un paso hacia delante. Se quedan los dos hombres uno frente al otro. A un palmo). Ya le he dicho que no podemos molestarlo. Venga mañana por la mañana y veremos si lo puede atender. Usted sabrá cómo están las cosas. Me imagino que estará al corriente de la situación en las islas. ¿Usted sabe que hay un toque de queda?
(Silencio largo)
MANUEL: Sí, lo sé. Mire, dígale al abate Francisco que está aquí su hermano Manuel.
MONJE: (Asombrado) ¿Es usted su hermano?
MANUEL: Sí, soy su hermano.
(Silencio largo)
MONJE: (El monje abre la puerta y da unos pasos hacia atrás) Pase.
Manuel entra, el monje mira a un lado y otro de la calle, entra y cierra la puerta.

ESCENA II

(Interior del convento. Manuel está de pie. Le tiemblan las manos, intenta controlar el temblor agarrando el sombrero y mira de un lado para otro. Se oyen unos pasos y aparece en escena hombre que camina despacio y se acerca a él. Se miran en silencio durante unos instantes. Manuel da un paso y lo coge de las manos. Francisco las baja y se las suelta.)
FRANCISCO: ¿Cuánto tiempo ha pasado, Manuel? Hace muchísimo tiempo que no sé de ti.
MANUEL: Sí, pues veinte años. Justo cuando recibiste aquella llamada.
FRANCISCO: ¿Qué llamada? No, sé de qué me hablas.
MANUEL: (Manuel sonríe) La llamada de Dios, Francisco. Esa llamada cambió tu vida y también la mia.
(Silencio largo)
FRANCISCO: (Lo coge de la mano) Ven, vamos a mi cuarto. Allí tendremos más intimidad y me cuentas qué haces aquí y qué quieres de mí.

ESCENA III

(Cuarto de Francisco. Solo hay una cama, una pequeña ventana, un crucifijo encima del cabecero y una silla. Francisco está sentado en la cama y Manuel en la silla)
FRANCISCO: A ver, cuéntame, ¿qué haces aquí?
MANUEL: (Manuel se levanta, mira por la ventana y le da la espalda a Francisco.) Quiero que me ayudes. Estoy en peligro. Llevo desde el 19 de julio escondido. Salí a pie de Santa Cruz cuando supe que en Las Palmas había triunfado el golpe del General Franco y empezaron a detener a todos mis compañeros de la CNT. Tuve suerte que me avisaron a tiempo. Estoy reventado. No he parado ni para comer.
FRANCISCO: ¿Cómo sabías que estaba aquí? Estuve muchos años en España.
MANUEL: María me mantenía informado de todos tus pasos.
FRANCISCO: María siempre fue un alcahuete. ¡Cómo le gustaba un chisme! (Silencio largo) Entonces vienes huyendo.
MANUEL: (Se gira y se pone delante de Francisco) Sí, como un criminal, como una hiena, como si hubiera asesinado a alguien y solo he defendido los derechos y las libertades.
FRANCISCO: (Se levanta y se queda frente a él) Siempre fuiste tan impulsivo, tan valiente, tan hombre.
MANUEL: ¿Valiente, dices? Si fuera valiente estaría encerrado en una cárcel por defender mis ideas, pero estoy aquí porque tengo miedo, Francisco, miedo a la muerte, miedo a que me torturen, que me peguen un tiro en cabeza y que me tiren a un pozo.
FRANCISCO: (Francisco le coge las manos y le sonríe.) El miedo no es de cobardes, Manuel, el miedo te mantiene con vida. El miedo ha hecho que estés aquí esta noche. De nada vale ser un valiente, sin te pegan un tiro en la nuca.
MANUEL: ¿Tú tuviste miedo, Francisco, cuando te marchaste sin despedirte de mí?
FRANCISCO: Sí, también tuve miedo, mucho miedo y también hui como un cobarde. Miedo al que dirán, miedo al amor y solo encontré una salida, una respuesta y esa respuesta estaba en Dios.
(Silencio largo)
MANUEL: (Le suelta las manos) Sabes que yo te quería con locura, lo hubiera dejado todo por ti. No comprendí nada cuando te fuiste. Me dejaste solo.
FRANCISCO: (Se vuelve a sentar en la cama) Sí, yo también te quería y aún te quiero. ¿Sabes una cosa? Rezo todas las noches por ti, por mi amigo, me querido y amado amigo Manuel.
(Manuel lo coge de las manos, lo levanta y le da un abrazo. Los dos se abrazan con fuerza y los dos lloran)
MANUEL: (Se separa de su amigo lentamente y lo mira a los ojos) Todo aquello se quemó porque tenía que quemarse. Ya sabes eso que dicen, que nuestra vida es como una casa incendiada a la que esperamos que se queme por completo. Aquella habitación que compartimos, todo aquello se quemó por completo. Ahora estoy aquí asustado y perseguido, pidiéndote ayuda. Que me escondas y que me ayudes a escapar del tiro en la nuca.
FRANCISCO: No te preocupes, te ayudaré, Manuel. Si tuviera el cielo te lo entrega en bandeja. Tenerte delante de mí. Es (Mueve la cabeza de un lado para otro), es, es. ¡Maldita sea! ¡Es maravilloso! No sabes la de veces que he soñado con este momento. De volver a verte, de encontrarnos, pero siempre supe que eso era del todo imposible.
MANUEL: Yo también pensé mucho en ti. Siempre te tenía presente, incluso pensé en venir a visitarte. Sin embargo, siempre había algo que me lo impedía. Me volqué con el trabajo, en mis ideas para olvidarme de ti, de tus besos, de tus caricias, de tu ternura, Francisco. De todo aquello que me dabas solo con una mirada, con esa media sonrisa que siempre tenías para mí, sin decírmelo, me decías; no te preocupes, estoy aquí.
FRANCISCO: Éramos únicos, pero yo fui el cobarde, aquel que te dejó tirado, aquel que se fue porque sintió terror a lo que estaba sintiendo, pero aquello ya pasó, como tú dices, ahora tenemos que pensar en cómo sacarte de aquí. Los militares están por todos lados. Ya pensaré algo. Acuéstate y descansa. Aquí estás a salvo. Nadie entrará.
(Francisco se levanta y se pone al lado de su amigo. Le va quitando la ropa, hasta que se queda totalmente desnudo. Lo observa por unos instantes y lo mira de arriba abajo.)
FRANCISCO: Había olvidado lo hermoso que eras, fuerte como un roble. Toma (Le entrega un camisón de lino blanco) pote esto y descansa.
(Manuel se pone el camisón en silencio y se acuesta. Francisco se siente en la cama y lo observa)
MANUEL: Gracias, amigo. Gracias.
FRANCISCO: Descansa, Manuel descansa.
(El escenario se queda totalmente a oscuras, hasta que poco a poco se vuelve a iluminar por completo.)

ESCENA IV

(Manuel está sentado en la cama y su amigo Francisco está de pie con una bandeja con leche, queso y pan.)
FRANCISCO: Has dormido dos días.
MANUEL: ¿Dos días?
FRANCISCO: Sí, dos días. Toma, come, tienes que reponer fuerzas. Vas a hacer un gran viaje.
MANUEL: ¿Un gran viaje?
FRANCISCO: Sí, en quince días te sacaré de la isla con rumbo a México. Unos monjes Agustinos salen hacia allí. Ya está todo hablado.
(Manuel se levanta y abraza a su amigo con fuerza)
MANUEL: ¡Gracias, Francisco, gracias! ¡No sé cómo te lo podré pagar!
FRANCISCO: Ya me lo pagado. Tenerte a mi lado es suficiente pago. Pensé que jamás te vería, pero Dios es grande, Manuel y sabe que el amor puro no conoce de género, es amor y nada más.
MANUEL: (Se le queda mirando durante unos instantes y le coge las manos) Vente conmigo, Francisco, retomemos lo dejamos hace veinte años. En México no habrá barreras, nadie nos conoce y podremos vivir libres y disfrutar del amor que sentimos.
(Silencio largo)
FRANCISCO: Sabes que siempre fui un hombre de principios. Cuando decidí hacerme Agustino sabía que tendría que renunciar a todo lo que hasta ese momento formaba parte de mí y tú eras el pilar básico de mi vida. Me comprometí con Dios y con los más pobres.
MANUEL: Pero ya le has entregado lo mejor de tu vida a la orden, ahora te toca ser feliz. Me encantaría tenerte de nuevo a mi lado, Francisco. Volver a sentir lo que sentía, aquellos temblores incontrolables cuando te acercabas a mí, aquel fuego que me quemaba por dentro. Jamás lo he vuelto a sentir. Nadie me ha hecho más feliz que tú, nadie. Hoy estás aquí y tenemos la posibilidad de retomar lo que dejamos en el camino. Se que aún me quieres y que me deseas.
FRANCISCO: (Le suelta las manos y se sienta en la cama, mientras Manuel como algo de pan y queso.) Sí, te quiero, incluso te deseo, siento esas ganas locas que me vuelvas a besar y de sentirte dentro de mí, ¡Sí, maldita, sea, sí, claro que me gustaría cometer una locura por una vez en mi vida! Lo llevo pensando todos estos días. Irme con el amor de vida. Sin embargo, Manuel, no puedo irme y menos ahora, en este momento. ¿Sabes cómo están las calles? El miedo está por todas partes, en cada puerta, en cada aldaba que suena en la madrugada, en cada voz, en cada grito y en cada paso que se da.
MANUEL: Ya lo sé.
FRANCISCO: No, no lo sabes. Yo salgo y palpo el miedo en las miradas, en los gestos. Ayer lo pensé, Manuel, me convertiré en ti.
MANUEL: ¿Qué dices? No te entiendo, Francisco.
FRANCISCO: Lo fácil es irme contigo y olvidarme del sufrimiento de los demás, de los que necesitan una mano amiga, un aliento y un consuelo antes el sufrimiento. ¿Tú que harías, amigo? (Manuel hace un amago de contestar, pero su amigo le hace un gesto para que no hable) No, no me la digas, porque ya sé la respuesta. No voy a huir como hice hace veinte años.
(Silencio.)
FRANCISCO: No voy a marchar contigo, Manuel. Sé que, si tu fueras yo, te quedarías y que harías lo imposible por ayudar a los demás, por eso te digo que yo seré tú. Por suerte, este hábito es un magnífico disfraz. Soy invisible ante ellos, antes los que están sembrando el terror. Alguien se tiene que quedar para ayudar a los más necesitados y ese seré yo.
MANUEL: Tienes razón, Francisco, ahora era más necesario que nunca. Sé que serás un refugio no solo espiritual para los represaliados.
FRANCISCO: Lo intentaré, Manuel, te juro que lo intentaré.

ESCENA V

(Un túnel oscuro, solo hay un candil con una luz mortecina, están Francisco y Manuel)
FRANCISCO: (Le da el candil a Manuel) Aquí nos despedimos, amigo. Sigue este túnel que te llevará al Convento de San Francisco. Allí hay un monje esperándote que te llevará junto con otros monjes. No te preocupes. Está todo arreglado.)
MANUEL: (Pone el candil en el suelo. Llora) Gracias, amigo, gracias. Ahora soy yo el que huye, el que se va para siempre.
(Los dos se abrazan con fuerza y Francisco le da un beso en la boca a Manuel)
FRANCISCO: Jamás te olvidaré, Manuel, te llevaré en mi corazón hasta el fin de mis días.
MANUEL: Sabes que yo también te llevo en mi corazón para siempre.
FRANCISCO: Vete, amigo, te están esperando.
MANUEL: (Coge el candil, lo levanta hasta la cara de su amigo y le sonríe.) Gracias.
(Manuel se aleja por el túnel. Francisco se queda en silencio viendo como su amigo se va y el escenario se va oscureciendo hasta que se queda completamente oscuro.)

OSCURO