31 agosto 2018

Miedo y destino

Recorría el camino sin pensar, como un autómata que tenía todos los registros precisos en su cabeza, sin que necesitara nada más. Había días que, incluso, no recordaba cómo había llegado a su trabajo y ni cómo había vuelto a su casa. Solo se percataba de ello cuando estaba delante del espejo y sentía un leve dolor en la encía al cepillarse los dientes. Entonces, en ese preciso instante, se detenía, se miraba a los ojos y era consciente de que estaba vivo. Ahí se quedaba en silencio durante un tiempo indeterminado. Cerraba los ojos y escuchaba las gotas que caían del grifo a medio cerrar, el agua de los bajantes, el canto del mirlo, las conversaciones de la calle y el ulular del viento. Respiraba y sentía como su vientre bajaba y subía, como inhalaba el aire que lo mantenía con vida, una vida monótona y sin sentido.
No lo dudó, cogió su vieja mochila, aquella que tenía guardada al fondo del altillo, le quitó el polvo y la llenó con la ropa necesaria, ni una prenda más. Se fue al aeropuerto y se detuvo ante el panel de salidas. El corazón comenzó a latirle con fuerza, las manos le sudaban y el miedo se apoderó de él. Se tuvo que sentar porque creía que se iba a desmayar. Cerró los ojos y comenzó a respirar, concentrándose en el ritmo de su respiración, agitado y desbocado, hasta que comenzó a relajarse, a oír las voces de los pasajeros, las canciones perdidas, el repiqueteo, acompasado, de las ruedas de las maletas y el sonido del panel de llegadas y salidas.
Se levantó y se dirigió a una de las agencias de viaje que había en el aeropuerto. Esperó su turno mientras seguía el ritmo de su respiración, ahora tranquila y acompasada. Cuando le tocó su turno le dijo a la chica:
—Quiero comprar un billete en el primer vuelo que salga.
—¿Con qué destino?
—Me da igual. 
—¿Le da igual? Solo le puedo ofrecer aquellos que no necesiten visado. 
—Esta bien.
—¿Es usted español y tiene pasaporte en vigor?
—Sí a las dos preguntas.
—El primero que tengo es un viaje directo a Hamburgo, que sale dentro de una hora. ¿Le viene bien?
—Sí, perfecto.
—¿Paga en efectivo o con tarjeta?
—Con tarjeta.
—¿Tiene maletas para facturar?
—No, solo tengo esta mochila.  
—Entonces le imprimiré la tarjeta de embarque. 
La chica e entregó la tarjeta con destino a Alemania.
—Tome, esta es la tarjeta de embarque. La puerta de embarque es la A52. No se demore, aunque tiene tiempo suficiente de llegar a la puerta de embarque. Que tenga un buen viaje.
—Gracias.
Salió de la agencia de viajes y se dirigió a la puerta de embarque. Cuando pasó los controles, llamó a su hermana menor y le dijo que iba a estar fuera por algún tiempo. Que no se preocupara, que volvería, pero no sabía cuándo.
Ya en el avión, buscó su asiento que estaba junto a la ventana. Se sentó y comenzó a respirar hasta que se quedó dormido. 
Con aquel vuelo empezaba su nueva vida.
Fuente de la imagen: propia