10 diciembre 2018

La mujer bala

Todo el mundo sabía que era una mujer bala, que iba de mano en mano como la falsa moneda, como decía la canción. Pero a él no le importaba. Él se había enamorado de su primigenia inocencia, corriendo tras sus «ma, me, mi, mo, mu», jugando con su «mi mamá me mima» y de su eterno «siempre serás mi amiguito» tras aquel tierno beso en la mejilla que le dio en el recreo con apenas siete años.
La vio crecer tan rápido que le perdió la pista. Con el tiempo, y después de muchos años, la volvió a encontrar en las calles de su ciudad hecha una mujer, pero perdida en el bucle infernal de las drogas. La fue a buscar para rescatarla y decirle: «todavía eres mi amiguita», pero su amiga de la infancia no lo reconoció. Lo miró y con una mirada endemoniada le gritó que la dejara en paz.
Él no se rindió y siguió yendo todas las noches para intentar sacarla del abismo en el que estaba perdida, pero no lo consiguió.
En una de esas visitas, la encontró tirada entre cartones ennegrecidos, meada y sucia, como una muñeca rota y desvalida que habían tirado al vertedero.
Él se sentó, la puso en su regazo y llamó a los servicios de emergencia que, cuando llegaron, certificaron su muerte. Él la acompañó en la ambulancia intentando controlar un llanto desconsolado. Desde la sala de urgencia, llamó a su familia. Nadie se quiso hacer cargo de ella. Tuvo lo que se buscó, le dijeron sus familiares. Él se sentó junto a ella, le cogió de la mano y le dijo: yo sigo aquí, amiguita.
Fuente de las imágenes: Pixabay