17 marzo 2011

La vida puede ser maravillosa

El Monaguillo estaba preparado para comenzar el interrogatorio, no había cambiado mucho desde que lo vi en el tribunal. Un olor a sardina podrida lo impregnaba todo. Lo miré a los ojos, sabía que tarde o temprano comenzaría la fiesta y la fiesta empezó pronto. Sentí el acero del puño americano, con el primer directo a la mandíbula, el segundo, al estómago, el tercero, a la cien derecha, el cuarto...
Me despertó el agua helada y ahí seguía el Monaguillo, con su traje blanco moteado con ribetes rojos de mi sangre. Con voz pausada me preguntó que dónde estaba el cargamento de paraguas, con mil kilos de coca pura en sus mangos. Yo lo sabía, le dije que fifty-fifty, lo suficiente para retirarme. Él se giró y se perdió en la oscuridad. Volvió inmaculado, con media sonrisa en los labios, sabía que la cosa había salido bien. La vida, a veces, es maravillosa.