12 abril 2018

A por tabaco


Él se levantó sin decir nada. Miró a través de la ventana. No llovía. Miró el reloj de la pared. Eran las doce y cuarto de la mañana. Apagó la televisión, se quitó el pijama y se vistió. Cogió la cartera y las llaves. Se quedó un instante con las llaves en la mano como si quisiera saber cuánto pesaban y las volvió a dejar donde siempre; en el cenicero de granito negro que le había regalado su hermano.  Miró a su mujer y le dijo que iba a por tabaco y que regresaría en cinco minutos. 

En ese momento ella comprendió que jamás volvería. 
Sentada en el sillón de cuero raído, recordó aquel día en que lo había obligado a dejar de fumar. ¿Cuánto tiempo había pasado? Ya casi no lo recordaba. 

—¿Hacía treinta o treinta cinco años? —Se preguntó mientras  recordaba cuando entraron por primera vez en el piso de protección oficial. Él fumaba un cigarrillo mientras contemplaba las vistas desde su balcón. 

Ella se acercó, le quitó el cigarro, abrió la ventana, lo tiró y le dijo muy seriamente:
—Paco, aquí no se fuma. El tabaco o yo.


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