14 septiembre 2018

El de la mesa del rincón

café
Ya sé que no me conoces, que no sabes quién soy, que solo soy el de la mesa del rincón, el del café solo, el del croissant con jamón, el del periódico y también, lo sé, el cascarrabias, ese que te habló de mala manera el primer día, aquel en que te pedí un café solo y me trajiste un cortado largo, pero que, cuando me miraste y te disculpaste, algo desconocido comenzó a transformarse dentro de mí.
Sin embargo, no sabes que, desde hace mucho tiempo, desde nuestro primer encuentro, desde el primer día en que me perdí en el negro azabache de tus ojos, desde el primer día que oí tu voz cantarina, desde el primer día que rocé tu mano, desde el primer día que me mantuviste la mirada y me sonreíste, desde primer día que te preocupaste por mí y me preguntaste cómo empezaba el día, desde esos días, estoy enamorado de ti.
Y vengo a esta cafetería ya no solo a matar el hambre de la mañana, que se multiplica en las horas de insomnio en las que pienso en ti; ya no solo a leer el periódico y asquearme de las mentiras que también se multiplican como las bacterias en las aguas fecales y ya no solo a enterrar el tedio que me atenaza y que me ahoga. Me acerco hasta aquí porque quiero volver a verte, porque quiero pedirte el café solo, que te acerques a mí y oler ese perfume, casi imperceptible, de las flores de primavera, porque te has convertido en ese maná que me alimenta, ese manantial que aplaca mi sed, que borra del mapa la pesadumbre y también calma a la fiera que me atormenta, que quiere salir a devorar lo que se le ponga por delante.
Tú haces que levante por las mañanas y que, por arte de magia, se me dibuje una sonrisa con solo pensar en ti y que las mañanas sean más luminosas que las de ayer.
Pero ya sé que poco tengo que hacer; he visto al cuarentón de traje y chaqueta, que te viene a buscar a la hora del cierre con una sonrisa que le llega hasta las orejas. También sé, los chismorreos solo necesitan un oído atento, que el cuarentón te conoció aquí, que es director de un gran banco, que dejó a su mujer y a todo el mundo que él tenía a sus pies.
Pero no lo critico, porque yo hubiera hecho lo mismo, aunque yo no tengo nada que dejar atrás, quizás solo mi mísera existencia. Pero sí, yo también lo hubiera dejado todo por ti, por tener tu mirada en las noches de soledad, por tener tus manos para calentar las mías, por ver tu sonrisa entre el tumulto de los cafés solos, los pinchos de tortillas, las pulgas de queso tierno y las medias raciones de ensaladilla rusa.
Sí, ya sé que no me conoces, soy el cascarrabias del café y el croissant con jamón del rincón, pero no sabes que has cambiado mi vida, que, en silencio, me has hecho mejor persona, una persona que disfruta de la vida, del canto de un pájaro, de la hermosura de un amanecer, de la belleza de una flor o de la insignificancia del café bien hecho y lo más importante, has excavado los primeros centímetros de la fosa para enterrar al miedo a la vida.
Sin embargo, no pretendo ir más allá, solo quedarme con lo que tengo y con lo que me das, ni más ni menos y pensar que eres como un salvavidas al que me agarré cuando estaba a punto de ahogarme.
Fuente de la imagen: Pixabay