15 junio 2018

Siempre me gustó la sangre fresca

sangre
¡Bicho asqueroso!
Ese fue el grito que oí al recibir el golpe. Luego perdí el conocimiento. Cuando desperté no sabía dónde estaba. Intenté incorporarme, pero no pude. Todavía tenía el conocido sabor a sangre en mi boca, ese sabor tan característico, que cuando los saboreas no puedes dejar de hacerlo. Lo reconozco. Me gusta el sabor de la sangre.
Al poco me pude recuperar. Estaba tirado sobre la mesa de la cocina y sus palabras aún retumbaban en mi cerebro:

¡Bicho asqueroso!
Oía su voz en la lejanía, como si estuviera entretenido en algún lugar de su habitáculo. Estoy seguro de que me dio por muerto. El golpe que me asestó fue directo y duro, pero que equivocado estaba. Volví a levantarme con mucha dificultad. Me temblaban las piernas y no veía con claridad. Me senté en la mesa, hasta que me recuperé del todo.
Sin dudarlo un instante, me dirigí hacia él. Atravesé la cocina y llegué al salón. Él estaba sentado frente al televisor. A mí solo me interesaba su cuello, porque el olor a sangre me llamaba. Me acerqué sigilosamente, intentando hace el menor ruido posible. El sonido siempre nos acaba delatando. Aterricé cerca de su yugular y le volví a chupar la sangre, porque a que nosotros, los mosquitos tigre, siempre nos gustó la sangre, aunque perdamos la vida en ello. Nosotros, como los escorpiones, nos puede el carácter.
Esta vez ni se percató de mi presencia y le pude chupar la sangre a gusto, hasta que me harté y volé a buscar otra víctima propiciatoria.

Fuente de la imagen: Pixabay