30 marzo 2010

¿Qué estoy leyendo?

Después de leerme Vector Robin Cook, un libro entretenido, pero que no voy a recomendar, tengo ya en mi mesilla de noche  El ángel más tonto del mundo de Christopher Moore.




He leído algunas críticas que lo han puesto a caer de un burro, y otras lo han puesto por los cielos. Entonces, ante esta diversidad de opiniones, pues lo voy a leer. Ya les contaré.

25 marzo 2010

El mundo es un pañuelo


Fui a Barcelona a visitar a unos viejos amigos y de camino, ir a ver un partido del Barça. El partido fue magnífico, Messi, increíble, y el resto también. Barcelona siempre me ha encantando, voy cuando puedo, que es, tengo que decirlo, muy de vez en cuando.

Después del partido, salimos a tomar unas copas. Mis amigos me llevaron a una discoteca que estaba de moda, pero que para entrar, o eras socio o tenías que esperar en una cola durante más de una hora. Uno de mis amigos, el Charly, se empeñó en hablar con unos de los porteros, a sabiendas de que poco o nada podía hacer para que nos dejasen entrar. Yo me acerqué hasta el cordón rojo que hacia de frontera entre el infierno y el cielo. Mientras el Charly intentaba convencer al portero con argumentos variopintos, observé con el rabillo del ojo, que su compañero no dejaba de mirarme. Pensé que él creía que iba a sacar una mágnum, que le gustaba o algo por el estilo.

Ya cansado de las infructuosas negociaciones de mi amigo, me acerqué y le dije:

-Charly, vámonos para otro sitio que aquí no nos vamos a comer ni una rosca.

En ese momento, el portero que me observaba, preguntó en voz alta:

-¿Emilio?

Yo me giré al oír mi nombre, durante un instante me quedé mirando y buscando en mi cabeza algo que me dijera de qué conocía aquel tipo. Me acerqué y cuando sonrió, volví a mi infancia, a las calles de mi barrio, a los barrancos, a los juegos, a todo un mundo que estaba dormido en mi interior y que de repente se había despertado. Era Rodrigo, el Fideo.

-¿Rodrigo?

-Sí, joder, el mismo ¿Cuánto tiempo ha pasado?

-Pues algunos años amigo, por lo menos, veinticinco. Te perdí la pista cuando te mudaste no se a donde. Joder, este puto mundo es un pañuelo. ¿Qué es de tu vida?

Tengo que decir, que en ese preciso momento, mis amigos vieron los cielos abiertos e hicieron un corro a nuestro alrededor para no perder comba, porque sabían que ese iba ser nuestro pasaporte de entrada al cielo.

-Pues mira, me casé con una catalana hace algunos años y trabajo en un estudio con un arquitecto. Los fines de semana, pues echo unas horas aquí, que la cosa está muy jodida y hay que tapar muchos agujeros. ¿Y tú?

-Yo, con el síndrome de la abeja Maya, de flor en flor y en el paro, como casi todo el mundo.

-Bueno, entra con tus amigos y si tienes ganas, al final de la noche, charlamos un poco. Ahora tengo mucho trabajo, como puedes ver. —Dijo mirando a la larga cola que se perdía en el fondo de la calle.

-De acuerdo. —Le dije con una sonrisa.

Nos dimos un abrazo, mi miró, me sonrió y abrió el cordón fronterizo para dejarnos pasar. Mientras, por los aledaños, se oían los murmullos de las quejas de algunos llevaban esperando más de una hora en la cola.

Entramos en la discoteca, que era espectacular y no cabía ni un alfiler. Tenía tres pisos y una zona exclusiva para las Very Important Person. Me tomé unas copas para ponerme a tono, al tiempo que intentaba echarle el ojo alguna chica de buen ver, pero había perdido, con el paso de los años, el entrenamiento y eso, me pasó factura durante las primeras dos horas.

Desde la zona Vip, había una rubia que no me quitaba ojo desde hacía más de una hora. Llevaba un traje de encaje negro, que le llegaba no mucho más abajo de sus apretados muslos y tenía un agradecido y llamativo escote que dejaba adivinar e imaginar la voluptuosidad de sus pechos.

Estuvimos muchos minutos mirada va, mirada viene, sonrisa va, sonrisa viene, saludo va, saludo viene, hasta que ella, seguramente guiada por los efluvios del alcohol, me indicó, con su dedo índice, que subiera. Yo subí, cual Romeo enamorado, las caracoleadas escaleras que dirigían hacia la zona donde se encontraba la rubia y la flor y nata de la ciudad de Barcelona.

Ella, mientras tanto, ya había negociado, con unos de los porteros, mi paso al mundo de lo más exclusivo de Barcelona.

Durante algunos minutos, me sentí más perdido que un pulpo en un garaje, hasta que la sonrisa arrolladora de la rubia me cautivó y me olvidé del resto mundo.

Bailamos, nos abrazamos, nos besamos e hicimos todo lo que termina en “amos” en una pequeña habitación que también era exclusiva.

La rubia se despidió antes del amanecer, cual vampira, con un morreo que duró más de un minuto, me sonrió y desapareció escaleras abajo.

Busqué a Rodrigo, el Fideo, le pregunté a uno de los porteros y me dijo que hacía más de una hora que se había marchado.

Yo regresé a mi ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, que es también tan cosmopolita como Barcelona, buscando como un loco un trabajo que solventara, de forma definitiva, mi quebrada solvencia económica que estaba más que puesta en entredicho, por las entidades financieras que no me daban ni un céntimo de crédito.

Antes de que entrara el verano, me llamaron del paro para una entrevista de trabajo. Trabajé confianzudamente la entrevista, me acosté temprano y preparé mis mejores trapos, que era un viejo traje gris que había comprado en el Corte Inglés.

Al día siguiente, me presenté puntual a la cita. Hay varias personas esperando para ser entrevistados. Al llegar mi turno, entré y observé que la entrevistadora era una mujer rubia, que tomaba notas sobre un papel rosado. Sin levantar la cabeza, me dijo que me sentará y cuando la levantó, me llevé la sorpresa de mi vida, porque era la espectacular rubia que había conocido en aquella desenfrenada noche barcelonesa.

Ella no me reconoció, seguramente debido, a que aquella noche ella estaba hasta las cejas de alcohol o que no estuve a la altura debida como amante.

La entrevista trascurrió bajo los cánones de las típicas entrevistas de trabajo, me hizo unas cuentas preguntas, examinó mi currículum y me dijo que la secretaría me llamaría al día siguiente para saber si había sido seleccionado.

Salí del edificio con la imagen de la rubia en mi cabeza y seriamente descorazonado, no por la entrevista laboral, sino porque la rubia ni se acordaba de mí. Mi ego masculino estaba tocado en la línea de flotación.

A media tarde, me despertó, de mi sagrada siesta, el tono de un SMS. Lo busqué a tientas, lo abrí y leí:

-Tu currículum me ha impresionado, tus respuestas acertadas y contundentes; el trabajo es tuyo. Por cierto, me hospedo en hotel Reina Isabel, habitación 512, no me gusta mezclar el sexo con el trabajo. Te espero.

No pude más que alegrarme, no sé si por haber entrado de nuevo en el mercado laboral o volver a perderme en la promiscuidad de aquella felina rubia que me esperaba en la 512.

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18 marzo 2010

La sorpresa de Apolonia


Fuente de la imagen: Pixabay

Era el primer sábado de primavera, me asomé al balcón y un magnífico día se abría ante mí. A mi lado me sonreía y movía el rabo mi perrita Apolonia, que no sé porqué, sabía, que hoy tocaba gran paseo por el parque y muchas, muchas carreras detrás de su pelota multicolor.
Después de desayunar, a eso de las diez y media, salí con Apolonia en dirección al gran parque que hacía bien poco, había sido inaugurado por el señor Alcalde a bombo y platillo, porque las elecciones estaban a la vuelta de la esquina. 
El parque estaba a quince minutos, a pie, desde mi casa. Tengo que reconocer que era magnífico, de no sé cuantos metros cuadrados de zonas verdes y de esparcimientos varios. Un lujo para aquellos que lo podíamos disfrutar, de cuando en cuando.
Para llegar a él, teníamos que atravesar unas viejas ramblas que estaban repletas de vetustos árboles, en su mayoría, plátanos, Platanus Hibrida, como los solía llamar mi padre, que se perdían en el cielo.
Apolonia, se había acostumbrado a hacer sus necesidades por los rincones de aquella larga rambla, por la sencilla razón de que, entre semana, esa era la zona de sus carreras y juegos.
Como siempre, empezó a dar vueltas como buscando un tesoro perdido, pero claro, yo sabía que el resultado, no iba a pasar de una deyección mal oliente. Por fin, encontró el lugar, y mirando hacia las copas de los plátanos, como buscando ayuda del cielo, defecó una cantidad considerable de excrementos.
Esto es lo menos que me gusta de tener un perro, los queremos tanto, que le recogemos la mierda durante muchísimo años, pero claro, hay que estar para las verdes, pero también para las maduras.
Después de su acción escatológica, Apolonia salió corriendo como liberada de un gran peso. Yo saqué de mi bolsillo una bolsa de unos grandes almacenes muy cotizados en mi ciudad, muy grande para mi gusto, que había cogido del guarda-bolsas de mi casa, y recogí, con sumo cuidado, la defecación para tirarla a la primera papelera que encontrara.
Mientras mi perra corría de aquí para allá, yo llevaba en mis manos la bolsa del gran centro comercial, con los restos de una buena digestión canina, buscando donde depositarla.
Por fin, divisé una papelera, que estaba al otro lado de calle. De un silbido llamé a mi perrita, que corrió hacia mí. La até en corto en un banco cercano y me dispuse a cruzar la calle. Cuando estaba en la otra acera, oí el ruido ensordecedor de una motocicleta, giré la cabeza y pude ver claramente que se acercaba a gran velocidad. Casi sin tiempo a reaccionar, el acompañante, de un tirón, me arrebató la bolsa y se perdieron calle abajo. Me quedé unos instantes sin saber que hacer, pero al pensar en lo que se iban a encontrar mis encantadores ladrones cuando abrieran la bolsa, me tuve que sentar en el bordillo de la acera, riendo a mandíbula batiente. Mientras, Apolonia me miraba sin entender absolutamente nada y moviendo el rabo, solo queriendo que siguiéramos nuestro camino, hacia el destino que nos esperaba, en el gran parque, aquel esplendido sábado de primavera.

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17 marzo 2010

¿Qué estoy leyendo?

Después de leer La Tesis de Nancy, de Ramón J. Sender, un libro muy recomendable para su lectura, comienzo con Vector de Robin Cook, a ver que tal está.

16 marzo 2010

Portada de mi novela corta: Historias de un esquizofrénico que no quería serlo, pero que lo era.


Estoy ultimando la corrección de mi próximo libro. Esta vez se trata de una novela corta que espero que vea la luz durante el próximo verano.
Les adelanto la portada.


10 marzo 2010

Di ¡No! al nuevo catálogo de especies protegidas de Canarias.

El Gobierno de Canarias pretende imponer un nuevo catálogo de especies que desprotege de diferentes maneras a 341 especies. Muchas de las especies a las que se les pretende rebajar su categoría de protección han visto empeorar su estado de conservación y sus hábitats en los últimos años. Di ¡No! al nuevo catálogo de especies protegidas de Canarias.

06 marzo 2010

El Escote

Fuente de la imagen: Pixabay

Cuando entré, no pude evitar mirarle su exuberante escote. Me detuve durante unos segundos, los suficientes para pensar que tenía unas hermosas tetas, luego levanté la mirada y vi que tenía unos hermosos ojos negros. Me sonrió y yo le sonreí. Pensé que pensó que:
  1. Todos los tíos son iguales, que solo follan (perdón, piensan) en lo mismo.
  2. Me habré pasado con el escote.
  3. Es que tengo unas tetas de escándalo.
  4. Mi dinero me han costado y tengo que sacarles rentabilidad.
  5. Este tío es un descarado y un guarro.
Ella se fue y no pude evitar pensar en que...,bueno en fin, ese día mis niveles de testosterona estaban por las nubes, por decir algo, pero la tía estaba muy buena. 

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05 marzo 2010

Ponga a un canario en su biblioteca por Alexis Ravelo.

 Transcribo, bueno...copio y pego, una entrada del blog: Ceremonias del amigo y escritor Alexis Ravelo. Espero que les guste, a mí me gustó.

Mi querido amigo /querida amiga:
Usted, que descubrió con ojo avezado el realismo mágico antes que nadie y maneja con facilidad varias generaciones narrativas, no sólo peruanas, argentinas y mexicanas, sino también cubanas, venezolanas, paraguaya y brasileñas.
Usted, persona de hábitos sibaritas, que ha mostrado a sus amigos y amigas las excelencias de escritores de lugares como Armenia, Congo Belga, Albania, Bosnia, Turquía y Eslovaquia.
Usted, lector o lectora perfectamente al día, que ya leía a los autores suecos antes de que llegara Larsson, que ya había asistido a la edificación de los pilares de la tierra antes de que se implantara su marina franquicia catalana y ya sabía de todos los secretos vaticanos antes de que el cine los expusiera al vulgo.
¿Va a dejar pasar la oportunidad de ser el primero o la primera entre los suyos en descubrir el nuevo fenómeno literario periférico? ¿Va a permitir que sea ese compañero de oficina estirado, esa vecina “moderna”, ese cuñado pedante, o esa primita resabiada quienes le descubran a estos nuevos e interesantísimos autores?
Piense que en este mundo global, en el que todo lo excéntrico parece tan céntrico y tan explorado, en el que parecen no quedar ya flores salvajes, existe aún una literatura periférica por descubrir, la cual, sin embargo, resulta intelectualmente asequible a su idioma y su cultura sin dejar de ser un producto genuinamente exótico. Me refiero (si está bien informado, lo habrá adivinado ya), a la literatura canaria.
Repare en las evidentes ventajas: alejamiento de la Metrópoli pero cercanía intelectual; africanidad pero en español; referentes americanos pero giros léxicos mucho más familiares para el lector ibérico; crisol de culturas, pero sin necesidad de viajar a Nueva York (carísimo), en caso de querer visitar el escenario de su novela preferida. Y, en cuanto a la moda sueca, recuerde que los canarios fueron los primeros españoles en plantar su semilla en el frío norte (Muchas veces, en sentido literal. Una demanda colectiva de paternidad en los años ochenta lo demuestra).
Y una vez pensado todo esto, no piense más y ponga a un canario en su biblioteca.
Después podrá hablar de la prosa recia de González Déniz, del rico universo de Antolín Dávila, de los deliciosos bocados narrativos de Dolores Campos-Herrero, de los grises ambientes de González Ascanio y las elegantes ficciones de José Manuel Brito.
Podrá hablar, también, de temas de candente actualidad: del polémico asunto de la memoria histórica, con las novelas de Miguel Ángel Sosa Machín como excusa; del pequeño drama de las anónimas víctimas de la crisis, haciendo lo propio con las de Santiago Gil.
Podrá hacer sonreír a sus amistades con los juegos naif de Juan Carlos de Sancho. O presumir de haber constatado primero que nadie la valía de relatistas y microrrelatistas, como la joven Ángeles Jurado o la todavía más joven Judith Bosch.
Si es amante de intrigas y violencias, tiene varios escritores negros entre los que elegir: algunos autóctonos, como Correa o Ravelo; otros afincados hace años en las Islas, como Lozano o Carlos Álvarez (no confundir con el cantante lírico).
Incluso dispone usted de varios ejemplares de canarios afincados en grandes ciudades, como Sabas Martín o José Carlos Cataño (una de cuyas novelas tiene como ganancia secundaria proporcionar un tema originalísimo de conversación, olvidado entre nosotros desde Leopoldo Azancot: el erotismo y el judaísmo).
Y la poesía… Ah, la poesía. Canarias, por si usted desconoce el dato, es tradicional territorio de poetas. Puede empezar por los más jóvenes: Pedro Flores, Tina Suárez, Federico J. Silva, Alicia Llarena, Verónica García, Silvia Rodríguez (no confundir con el cantautor), Cecilia Domínguez, Marcos Hormiga… Son tantos y tan interesantes que usted podrá hablar de uno cada día sin repetirse en mucho tiempo.
Imagínese en medio de esa reunión social en la que ya hace rato que corren el vino y la cerveza, captando la atención de todos al decir: “Recuerdo un poema de un poeta de Lanzarote que…”. Se convertirá enseguida en el centro de interés de sus potenciales amantes y en la envidia de sus rivales amorosos.
Pero, ya que será el primero o la primera en descubrirlos, aproveche su ventaja. Usted, que cuando apareció Mankell olisqueó enseguida a Sjöwall-Wahlöö, no pierda el tiempo y encuentre cuanto antes a los Millares y los Padorno y los de La Torre, a Arozarena y a Isaac de Vega, a Agustín Espinosa y García Cabrera, a Alonso Quesada y Domingo Rivero.
En esta tarea (puede que algo laboriosa, pero de indudable provecho) podrá ayudarse de utilísimos estudios de Jorge Rodríguez Padrón, Eugenio Padorno, Oswaldo Guerra, Antonio Becerra o Nilo Palenzuela, entre otros, sin olvidar a la decana de los estudiosos de la literatura canaria: doña María Rosa Alonso.
Piense en cómo presumirá de haber llegado antes que nadie a los protagonistas de la nueva ola canaria; en la soltura con la que transmitirá sus conocimientos acerca del mestizaje cultural, de la influencia del paisaje en la poética insular; piense en el asombro que despertará al decir a los neófitos: “Pero si los tenías ahí, ante tus narices: justo enfrente de África. Y no los conocías”.
No espere más. Ponga a un canario en su biblioteca.
Quizá al principio le cueste un poco y tenga que dirigirle la palabra a su librero o librera de confianza, porque tal vez (pequeñas desventajas de ser un pionero) hasta dentro de un tiempo no figuren en mesa de novedades. Mucho menos en supermercados, aeropuertos o en esa cadena de negocios que llevan nombre de maniobra textil (o de gesto insultante, si usted quiere) y apellido de gentilicio británico. Esos sitios, como bien sabe, van siempre en el furgón de cola de la cultura, a remolque de lo que ya otros han descubierto. No sea vulgar. Usted tiene demasiada clase para eso. Acuda a los sitios donde re-al-men-te están los libros y solicite a alguno de los autores mencionados en este aviso (que es también advertencia) o a otros canarios que su librero acaso ya conozca.
Porque sí, ya varios editores (ellos no son tontos) han puesto los ojos en diversos canarios y los han fichado. Y, por otro lado, desde hace tiempo los distribuidores (ellos tampoco son miopes) hacen llegar regularmente a cualquier rincón de España los libros de las editoriales canarias (sí, las hay: alguna tienen incluso luz eléctrica y teléfono).
Así pues, no espere más. Que cuando Babelia o El cultural lleguen, usted lleve ya un buen  rato ahí. Conviértase en un precursor, en un pionero, en un experto. No deje que se le eche encima lo irremediable y le coja despistado lo que ya se veía venir.
No dude un instante más. Ponga a un canario en su biblioteca. Hágalo hoy y enorgullézcase mañana. No sea esta vez de los últimos en enterarse.  Hágalo sin demora. Comparta, además, este mensaje entre personas de su círculo más íntimo. No se lo envíe a todas: sólo a aquellas que lo merecen. Se lo aseguro: se lo agradecerán.
Sin otro particular que comunicarle y esperando que la información proporcionada le sea de utilidad, aprovecha para enviarle un cordial saludo:
Bernardo Betancor.
(Becario Adjunto a la Cátedra de Pirobiología y Concatenaciones Diversas de la Universidad de Patafísica de San Expósito).

Hijo

Estás aquí, sí
dentro de mi corazón
no te olvido.

04 marzo 2010

Ya salí de la nevera....

¿Qué estoy leyendo? La tesis de Nancy; Ramón J Sender. Hasta donde he leído me está gustando. Una forma de escribir clara y directa, como a mí me gusta.

 

Ganar, ganar

Fuente: Pixabay


Sentada delante de su portátil, chateaba a través del Wasap, con sus amigas y amigos, que como ella, no pasaban de los quince años. Su padre entró en su habitación y le dijo:

  ¡Dunia! Ya es hora que vayas apagando el ordenador y te pongas hacer el trabajo que tienes que presentar la semana que viene.
  ¡Papá! Tú con el mismo rollo de siempre. Ya lo haré mañana.
  ¿Mañana? No tienes otra palabra en la boca que mañana. Mañana esto, mañana lo otro. Y mañana, pues más mañana. Y la vida se te va entre el Messenger y mañana.
  Vale, vale, ahora lo cierro y me pongo con el trabajo.

El padre cerró la puerta y se dirigió hacia la cocina, en la que estaba su mujer preparando la cena.
  ¿Quieres que te eche una mano? —Le preguntó.
  No, no, que cocinar me relaja mucho. Luego me fregas los cacharros, que sabes que no me gusta nada y a ti te encanta.
  De acuerdo. Por cierto, Dunia está todo el santo día pegada al ordenador. Es un tema que me está preocupando.
  Sí, ya me he dado cuenta, pero son cosas de la edad, peor sería que estuviera por ahí fumando porros.
  Marta ¿tú sabes lo que hace tu hija cuándo sale por esa puerta? Yo supongo que es una chica normalita y corriente.
  No saques las cosas de quicio, que es una buena chica.

A finales de junio, Dunia llegó con las notas de tercero de la ESO, y estas no eran todo lo buenas que sus padres esperaban. Ella se esperaba la gran bronca.
Comió lo que su madre le había dejado preparado en la nevera y después estuvo toda la tarde conectada hasta que llegaron sus padres.

Se levantó con tranquilidad, con las notas en las manos y les dijo:
  No tengo buenas noticias. He cateado todas las asignaturas y he decido no seguir estudiando. Estoy harta de todo este rollo de los estudios.
  ¿Qué has decidido qué? —Le gritó su padre— ¿Pero quién eres tú para tomar ese tipo de decisiones? Te recuerdo que vives bajo nuestro techo y mientras eso sea así las decisiones las tomamos nosotros, no tú, mojigata.
  Bueno, bueno, tranquilicémonos. —intervino su madre para intentar calmar un poco las aguas— ¿Por qué quieres dejar de estudiar?
  Porque no me gusta, mamá. Es un rollo. Todo el santo día yendo al insti, aguantando el coñazo de los profes.
  ¿Y qué piensas hacer? Porque, me imagino que tendrás una alternativa, no sé, hacer algún módulo de FP, o algo de eso, digo yo. —Le dijo el padre.
  ¡Papá! No quiero seguir estudiando. No lo entiendes, ni ESO ni FP. Nada, de nada.

Su padre se levantó visiblemente enfadado y le gritó:
  ¿Y qué coño quieres hacer con solo dieciséis años? ¿Dedicarte a holgazanear sentada delante de la pantalla del ordenador, con el maldito Messenger?
  Marcelo —volvió a intervenir su madre— vamos a tranquilizarnos ¿vale? Esto es cuestión de hablarlo con tranquilidad y tiempo. Buscaremos una solución.
  ¿Qué me tranquilice? ¿Pero qué se cree esta niña, que la vida es un mundo de rosas? Ahí fuera la vida es dura, muy dura y hay que bregar día a día.
  Dunia, vete para tu habitación, tu padre y yo tenemos que hablar.
  Es que con ustedes no se puede hablar. —Manifestó la adolescente.
  A tu habitación. —Insistió su madre.
Cuando Dunia se marchó, Marta le dijo a su marido que bajaran al garaje para hablar con calma. Bajaron las escaleras y una vez allí, Marta le dijo:

  Marcelo, tienes que tranquilizarte. No te puedes poner así. Está en una edad difícil, y hay que comprenderla.
  ¿Qué me tranquilice? Yo quiero un futuro para mi hija, no quiero que se convierta en un parásito social. Eso lo tengo claro. Los dos nos hemos dejado la piel para conseguir lo que tenemos, nos hemos partido el puto lomo, para pagar la jodida hipoteca y tener un presente y un futuro dignos.
  Déjame que hable con ella. Seguro que la convenzo para que reflexione y que por lo menos, si no quiere estudiar, que haga algún módulo superior de FP. Está en la edad de la bobería. ¿Tú no te acuerdas cuando tenías su edad?
  Claro que me acuerdo. Pero te lo digo ya, para evitar problemas. Si no se aviene a razones y sigue en sus trece, no le voy a dar un euro para nada, le quito Internet y si quiere ir a ver a sus amigas, que vaya en bicicleta, para que sepa lo que vale un peine, y sus trapitos que los vaya a buscar a Cáritas.
  No seas tan drástico. Hemos educado bien a nuestra hija. Hemos sido buenos padres y un ejemplo para ella.
  ¡Joder Marta! Los dos hemos sacado una carrera universitaria, tenemos un buen trabajo y quiero que mi hija siga nuestro camino. Solo eso, porque esto me saca de mis casillas.
  Venga, tranquilízate, subamos a cenar que mañana hablaré yo con ella. Pero no olvides que no podemos vivir su vida, es ella la que elige su camino y también sus consecuencias.

A la mañana siguiente, su madre llamó al gabinete de Psicología donde trabajaba para decir que anulasen las dos primeras citas que tenía, despertó a su hija y después de desayunar, comenzaron a hablar sobre el tema.

  Bueno, Dunia, entonces estás decidida a dejar de estudiar. Las razones las conozco, pero algo tendrás que hacer. Si tuvieras edad suficiente, podrías trabajar, pero no la tienes. Así que hay que buscar una solución que satisfaga al equipo.
  ¿Al equipo? ¿A qué equipo?
  A nuestro equipo. Tú, tu padre y yo. Somos un equipo, todos tenemos que jugar para ganar el partido, y tú eres una jugadora muy importante, si te sales, no lo podremos ganar jamás. ¿Entiendes?
  Sí lo entiendo mamá, pero estoy cansada de estudiar. Quiero cambiar. Además papá se pone hecho una fiera.
  Tienes que entenderlo. Hemos trabajado muy duro para tener lo que tenemos y no comprende que quieras dejar al equipo, porque para él eres la jugadora más importante, más que yo…
  ¿Más que tú?
  Si, no lo dudes nunca, nosotros llevamos muchos años jugando juntos, y hemos hecho muy buenos partidos, y los malos, pues los hemos sufrido juntos. Pero ahora eso no importa. Bueno, te propongo una cosa. ¿Qué es lo que más te gustaría estudiar?
  Pues, no sé, educación física, informática…
  Dime la que más te guste.
  Informática, pero no lo tengo muy claro.
  Escucha, tienes todo el verano para pensar. Nosotros te daremos ese tiempo para que elijas que hacer. Pero ten en cuenta que tienes que hacer algo, para permanecer en el equipo porque fuera del equipo no se pasa muy bien.
  Por cierto ¿Quién es el capitán del equipo?
  Es una capitanía compartida, según es el partido, elegimos el capitán. Por ejemplo, ahora yo soy la capitana.
  Vale, vale.

Marta le explicó a su marido al pacto al que habían llegado, estuvo de acuerdo en todos sus términos y esperó los acontecimientos.
El verano pasó y al comienzo de septiembre, Marta fue a la habitación de su hija y le preguntó:

  ¿Qué has decidido?
  Pues he estado pensando y quiero hacer el modulo superior de informática. Son más de dos mil horas, y según dicen en los foros, tiene mucha salida.
  Perfecto. Yo me he adelantado un poco, y tengo los impresos para que los rellenes y los presentes. El plazo acaba el día quince, pero si quieres te puedo llevar.
  Vale, vale. ¿Entonces sigo siendo del equipo?
  Tú siempre serás del equipo, aunque estés en el banquillo.
  Jajajajaja.
Al llegar a su trabajo, Marta llamó a su marido, le dijo que todo estaba arreglado, y que seguían jugando el partido.

También en:
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