01 septiembre 2019

Carta a Micaela


Fuente: propia
Ayer volví a verte. Esta vez me sonreíste, por lo menos en un instante. Yo también te sonreí, pero no llegaste a ver mi sonrisa porque desviaste la mirada hacia tu teléfono móvil, quizás te entró un WhatsApp que era más importante que la sonrisa de un desconocido.
Te has vuelto a sentar frente a mí y eso que tienes asientos libres donde elegir, pero casi siempre optas por sentarte junto a la ventana. A mi también me gusta sentarme junto a la ventana porque así levanto la cabeza de la lectura y puedo ver el paisaje callejero cuando la ciudad se despierta, detener la mirada en alguien, observarlo, analizarlo por un instante, intentar averiguar hacia dónde va, por qué se viste de esta o de aquella manera, por qué lleva el pelo corto, largo, lacio o rizado. Después, en el siguiente instante, mi interés se desvanece como la oscuridad con los primeros rayos del Sol.
Sí, soy muy observador, pero no soy cotilla, solo observo para aprender, porque observando se aprende mucho. ¿Y a ti? ¿Te gusta observar? Sé que no, porque no levantas la cabeza de tu teléfono móvil, moviendo los dedos sin parar, como si te fuera la vida en ello, como si al siguiente segundo el mundo se fuera acabar si no envías el siguiente mensaje. Sin embargo, el mundo tiene su ritmo, un ritmo que nosotros nos empeñamos en contaminar, en transformar, siempre deprisa, deprisa, deprisa, hasta convertirnos en esclavos de un tiempo que nos hemos inventado.
Ya, una perorata de las mias, pero ¿te has sentado a ver un atardecer o un amanecer? Pues deberías de hacerlo, para darte cuenta del ritmo de la vida que no es otro que el de existir y el existir no tiene tiempo, es solo existir y disfrutar de cada instante.
Tienes razón, la lectura tiene estas cosas, cuando lees mucho, te replanteas muchos temas. ¿Tú lees? Leer, lo que se dice leer debes leer mucho, porque no levantas la cabeza de tu smartphone y lees los mensajes, uno tras otro, un minuto sí y el otro también, así este día y el otro y los siguientes. Yo hablo de la otra lectura, aquella que te hace crecer, que te abre la conciencia, que hace que tus neuronas se activen y se fortalezcan, aquella que te hace crítico, observador y analista.
Toco el timbre. No te das cuenta. La siguiente parada es la tuya y la de casi todo el mundo. Yo sigo hasta el final. Allí me bajaré y estaré de vuelta cuando caiga la tarde, pero en ese tiempo no te veré. Tendré que esperar al tiempo de mañana, ese tiempo que está por nacer y que también morirá