Cuando me desperté ahí estaba, justo a mi lado y me abrazó
sin decirme nada. Solo esperando a que no me levantara, pero, una mañana más,
me levanté, me duché, me vestí y desayuné. Cogí mi maleta, pero no pude
levantarla, como si estuviera pegada al suelo. Luego intenté abrir la puerta,
pero tampoco pude, así que me desvestí, me puse el pijama, fui a mi habitación
y observé mi cama; ahí seguía el miedo. Una vez más había logrado vencer. Sabía
que a la mañana siguiente volvería a inocularme el veneno del miedo y yo
volvería a intentar vencerlo.