11 noviembre 2009

Sabes mejor que nadie que me engañaste



Aquel día, se levantó más temprano que de costumbre, porque un desasosiego indescriptible, le hizo abrir los ojos como platos a las cinco de la mañana y que venía aderezado con aquella presión en la boca del estómago que se podía palpar con las manos. Su mujer dormía a su lado, por eso se levantó despacio, para no despertarla, se vistió en la oscuridad, fue a la cocina y desayunó en silencio mientras oía el noticiero de la radio nacional. Cuando acabó, bajó al garaje, se subió a su coche y salió a la calle. Todo era diferente a esa hora, porque la ciudad se transformaba en la madrugada, las personas eran diferentes, los coches, las luces, los parques, hasta las sombras eran diferentes y solo los gatos permanecían inalterables, porque ellos eran los dueños de la noche.
En su trabajo, el día transcurrió como todo los días, pero con la sombra de aquel desasosiego que le anegaba el alma y aquella losa en la boca del estómago. Pero a eso de medía mañana, se empezó a sentir mal, habló con su jefe y volvió a su casa.
Cuando llegó no encontró a su mujer. Miró su reloj, eran las once de la mañana. Cogió su teléfono móvil y la llamó. Apagado o fuera de cobertura, le había dicho aquella voz impersonal y binaria. Estará con su amiga Rita, pensó. Buscó en la agenda el número de Rita, la llamó y esta le contesto:
-No, conmigo no está Sabino, pero lo curioso es que tampoco localizo a Andrés. Llevo tres horas como una loca intentando localizarlo y no hay manera. Sabes, es que quedé con el para que ayudara a medir las ventanas para hacerme unas cortinas para nuestro nuevo piso. ¿Tú me podrías echar una mano? Claro, si no tienes nada mejor que hacer.
-Bueno, si no hay que hacer muchos esfuerzos. Es que no me encuentro muy bien.
-Pues vale, te paso a buscar en cinco minutos. Te hago una perdida, y bajas.
Después de seis minutos, recibió la llamada perdida y bajó. Durante el trayecto hacia el piso de Rita y Andres, estuvieron hablando de como les iba la vida y Sabino le preguntó que cuando pensaban casarse y ella le contestó que por lo pronto tenían que ir poco a poco amueblando el piso y que después ya se vería.
Cuando llegaron, subieron hasta el noveno piso, Rita sacó las llaves, y se extrañó de que no tuviera todas las vueltas. Al entrar oyó gemidos y gritos que provenían de la alcoba que solo hacia dos días que había comprado. Entró preguntando quién estaba ahí, seguida de Sabino. Se fueron acercando hasta la habitación principal, y se encontraron con la mujer de Sabino sentada a horcajadas encima Andrés que al verlos, se levantaron quedando como Dios los trajo al mundo. Sabino miró a su mujer, sin decir nada se dio la vuelta y se fue, mientras oía los gritos de Rita que utilizaba todo su diccionario barriobajero para insultar a su futuro esposo. También oyó como su nombre se perdía en el eco de aquellas habitaciones vacías, Sabino, Sabino, Sabino... No esperó al ascensor, bajó las escaleras como buscando una explicación a todo aquello, pero no la encontró. Su mujer con Andrés, no se lo podía creer. Ahora comprendía muchas cosas, justamente ahora. Recordó aquel día, en que ella le presentó a un viejo amigo, Andrés y su flamante nueva novia, Rita. Aquellas miradas, aquellas roces, aquellas palabras; ahora todo encajaba, pieza a pieza, como el más perfecto de los puzles.


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