20 septiembre 2013

Solos en la fiesta

Cuando llegué a la fiesta nadie me saludó, nadie me regaló una alegre sonrisa ni me ofrecieron una copita del aquel cava que parecía tan fresquito. ¡Qué personas tan desagradables! Pensé. 
Me quedé durante mucho tiempo solo en un rincón, observando cómo los invitados bailaban toda la retahíla de valses, uno detrás de otro, como si le fuera la vida en ello.
Después vi llegar a Katia, tan reluciente como siempre, con aquel vestido blanco que nunca se quitaba y que le quedaba perfecto, como un guante de seda. En ella los años habían perdido la batalla. Se acercó a mí y me comentó con una sonrisa: 
—Me encantan estas fiestas, Gregor. 
—¡Pero si nadie nos habla, Katia! —le dije con un tono de enfado. 
—¿Cuándo asumirás que llevas cuatrocientos años muerto, Gregor?

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