06 enero 2010

Tus besos


Anoche soñé con tus besos, aquellos apasionados, llenos de frenesí y de cristalina lujuria, esos, en los que las lenguas parecen olas embravecidas que rompen en el deseo desenfrenado y donde los labios son jaurías de lobos hambrientos que buscan calmar la sed de la concupiscencia incontenida. Anoche soñé con tus besos, pero no estabas y me consolé con el recuerdo de tu lascivia.

03 enero 2010

Tirar por la calle del Enmedio


De vez en cuando abro mi pecho y solo encuentro la vanidad y el egoísmo de un ser que no se gusta, y quisiera tirar por la calle de enmedio, esa calle que algunos cogen, no porque sea la más corta, ni si quiera la más sencilla, simplemente por que es la única en la que no oyen sus gritos y llantos.
Porque, tengo que decirlo, la vida me pesa, ¡coño! y me pesa tanto, que me gustaría arrancármela de un tajo, como quien corta una mata que se está marchitando. Pero siempre termino mirándome al espejo, ese cabrón que nunca te oculta las verdades y que siempre te habla con susurros, y me veo cobarde, demasiado cobarde para tirar por la calle de enmedio.

19 diciembre 2009

Siempre nos gustó la sangre

Bicho gafoso de mierda. Estas, fueron las últimas palabras que oí después de recibir el golpe y perder el conocimiento. Todavía tenía el conocido sabor a sangre en mi boca, cuando recobré el sentido. Estaba tirado sobre la mesa, y sus palabras retumbaban en mi diminuto cerebro. Pero que equivocado estaba, volví a levantarme. Sin dudarlo, me dirigí hacia él, buscando su cuello, porque el olor a sangre me llamaba. Me acerqué sigilosamente, y le volví a chupar la sangre, porque a que nosotros, los mosquitos tigre, siempre nos gustó la sangre, aunque perdamos la vida en ello.

18 noviembre 2009

Venta de mi libro

Estimados amigos:
Para aquellos que les fue imposible asistir a la presentación de mi libro, El Primer Escalón, comunicarles, que se encuentra a la venta en las siguientes librerías de Las Palmas de Gran Canaria a partir de mañana jueves:

Librería-Palería Artes Plásticas
Avenida Felo Monzón, 15-Local 10
Siete Palmas
928 035 667


Libro Técnico
C/ Paseo Tomás Morales, 44
35003 LAS PALMAS DE GRAN CANARIA - LAS PALMAS
928 360 263


Librería Canaima
Calle Senador Castillo Olivares, 7
35003 Las Palmas de Gran Canaria
Islas Canarias (España)
Teléfono : 34 928367014 - Fax : 34 928361932
Gracias

16 noviembre 2009

La última nota del curso


Leonides, fue un mal estudiante. Le costaba mucho comprender el mundo que le rodeaba porque, hasta el elemento más sencillo, se le complicaba sobremanera. Nunca comprendió por qué le habían puesto un nombre tan rebuscado, él hubiera preferido uno más simple. Con un Paco o un Pepe, con alguno de ellos, se hubiera conformado.
Pero la cosa se retorció cuando comenzó a ir a la escuela y se encontró con el mundo de las matemáticas, la lengua, la física, la química y la ciencia. ¿Por qué el mundo era tan difícil y complicado cuando todo podía ser más sencillo? No lo comprendía.
Pero Leonides tenía voluntad y mucho tiempo, y, esos dos elementos, fueron los que apuntalaron, desde la base, su futuro como estudiante. 

Fue pasando de curso como el que escala una montaña, paso a paso, centímetro a centímetro, hasta que llegó a la Universidad.
Allí siguió utilizando aquel binomio que le había dado tanto éxito, voluntad y tiempo.
Así llegó al último año de carrera, donde se encontró con la asignatura más enrevesada de toda su vida: Análisis cuántico de la bipolarición óptica refractaria. Esta materia era impartida por el profesor Euclides, que tenía fama de ser uno de los más duros de la universidad y que siempre había visto en Leonides a un alumno mediocre, poco inteligente y con poco futuro como profesional de las telecomunicaciones.
Leonides se dedicó de lleno a la asignatura, porque sabía que tendría problemas. Sacó el tiempo y la voluntad de donde no las tenía, incluso, dejó algunas materias para febrero para dedicarse, con todas sus fuerzas, a escalar una de las vías más complejas de aquella montaña de cinco picos, que era la universidad.
Cuando llegó el día del examen, estaba preparado, seguro de sí mismo y con la confianza suficiente para saberse vencedor, hasta que le dio la vuelta al ejercicio. En ese instante comprendió que no iba a ser nada fácil. Justo en el momento en que el profesor dijo con su voz lacónica «Comienza el examen
» sus miradas se encontraron; él con la mirada fría y distante y el profesor con una sonrisa forzada y cínica.
Al día siguiente fue a mirar las notas. Se buscó en el listado que estaba colgado en el tablón de anuncios. Siguió con el dedo índice cada uno de los nombres que formaban su curso, mientras oía como su corazón empezaba a desbocarse. Se detuvo en su nombre y con un solo golpe de vista, vio la nota: 4,99 -- Suspenso.
Miró el horario de las tutorías del profesor Euclides, todos los días a partir de las 13:30 horas. Giró su muñeca y observó que eran las 13.15 y decidió esperar. Quería una explicación razonable, si es que la había.
Cuando se hizo la hora, tocó en la puerta del despacho del profesor, oyó como lo invitaba a pasar y este le dijo:
- No se ha demorado usted mucho en venir a reclamar la nota.
- He venido a ver mi examen y para que me de una explicación lógica de esa décima que me ha dejado fuera del aprobado.
-¿Una explicación lógica? No sé si mi explicación será lógica.
- Pero es que una décima no es nada.
-¡Nada! Esto afirma lo que pienso de usted, caballero. Un décima es mucho, tanto que puede, por ejemplo, dar al traste con toda una investigación científica.
-Sí, pero esto no es una investigación científica, es un simple examen. Creo que yo he sido un buen alumno, nunca he faltado a clase y he hecho todos los trabajos que usted ha propuesto.
- Cierto, pero el examen es el examen y usted no lo ha aprobado. Simple y llanamente.
- Sí, por una décima.
-A ver como se lo explico para que usted me entienda. Una décima puede ser la frontera entre la vida y la muerte, entre el quedarse o pasar, entre el subir o bajar. ¿Entiende?
-No, no lo entiendo.
-Pues si no lo comprende... no hay nada más que hablar. Está usted suspendido y eso no lo va a cambiar nadie -dijo tajantemente mirando sus papeles.
Leonides miró a su alrededor preguntándose por qué las cosas eran tan complicadas. Observó la mesa del profesor Euclides, con montañas de papeles que casi no dejaban el mínimo espacio para el trabajo y que seguía perdido entre sus papeles, dando la conversación por terminada.
Él se dio media vuelta, abrió la puerta para salir, pero pudo ver que en la estantería había un cutter amarillo de quince centímetros. Se detuvo, lo cogió, apretó el botón para sacar la cuchilla de acero, se giró y le dijo al profesor:
- He pensado en eso, de que una décima puede ser diferencia entre la vida y la muerte. Y tiene usted razón.
El profesor levantó la cabeza, y en ese preciso instante, Leonides le cortó el cuello de un tajo. Se sentó frente al profesor viendo como se desangraba intentando parar la hemorragia con sus manos, pero nada podía hacer, la sangre salía borbotones salpicando todo lo que encontraba a su paso.
Leonides se levantó, se acercó al profesor, desplazó la silla hacia atrás y contempló en la pantalla del ordenador su ficha. Buscó la casilla en la que estaba el cuatro coma noventa y nueve, la seleccionó con el ratón y la cambió por un cinco. Cerró el programa de calificaciones, se metió el cutter en el bolsillo de la sudadera y cuando se iba, pensó:
- Qué cosas hay que hacer para cambiar una décima.


También en:
https://steemit.com/spanish/@moises-moran/la-ultima-nota-del-curso

11 noviembre 2009

Sabes mejor que nadie que me engañaste



Aquel día, se levantó más temprano que de costumbre, porque un desasosiego indescriptible, le hizo abrir los ojos como platos a las cinco de la mañana y que venía aderezado con aquella presión en la boca del estómago que se podía palpar con las manos. Su mujer dormía a su lado, por eso se levantó despacio, para no despertarla, se vistió en la oscuridad, fue a la cocina y desayunó en silencio mientras oía el noticiero de la radio nacional. Cuando acabó, bajó al garaje, se subió a su coche y salió a la calle. Todo era diferente a esa hora, porque la ciudad se transformaba en la madrugada, las personas eran diferentes, los coches, las luces, los parques, hasta las sombras eran diferentes y solo los gatos permanecían inalterables, porque ellos eran los dueños de la noche.
En su trabajo, el día transcurrió como todo los días, pero con la sombra de aquel desasosiego que le anegaba el alma y aquella losa en la boca del estómago. Pero a eso de medía mañana, se empezó a sentir mal, habló con su jefe y volvió a su casa.
Cuando llegó no encontró a su mujer. Miró su reloj, eran las once de la mañana. Cogió su teléfono móvil y la llamó. Apagado o fuera de cobertura, le había dicho aquella voz impersonal y binaria. Estará con su amiga Rita, pensó. Buscó en la agenda el número de Rita, la llamó y esta le contesto:
-No, conmigo no está Sabino, pero lo curioso es que tampoco localizo a Andrés. Llevo tres horas como una loca intentando localizarlo y no hay manera. Sabes, es que quedé con el para que ayudara a medir las ventanas para hacerme unas cortinas para nuestro nuevo piso. ¿Tú me podrías echar una mano? Claro, si no tienes nada mejor que hacer.
-Bueno, si no hay que hacer muchos esfuerzos. Es que no me encuentro muy bien.
-Pues vale, te paso a buscar en cinco minutos. Te hago una perdida, y bajas.
Después de seis minutos, recibió la llamada perdida y bajó. Durante el trayecto hacia el piso de Rita y Andres, estuvieron hablando de como les iba la vida y Sabino le preguntó que cuando pensaban casarse y ella le contestó que por lo pronto tenían que ir poco a poco amueblando el piso y que después ya se vería.
Cuando llegaron, subieron hasta el noveno piso, Rita sacó las llaves, y se extrañó de que no tuviera todas las vueltas. Al entrar oyó gemidos y gritos que provenían de la alcoba que solo hacia dos días que había comprado. Entró preguntando quién estaba ahí, seguida de Sabino. Se fueron acercando hasta la habitación principal, y se encontraron con la mujer de Sabino sentada a horcajadas encima Andrés que al verlos, se levantaron quedando como Dios los trajo al mundo. Sabino miró a su mujer, sin decir nada se dio la vuelta y se fue, mientras oía los gritos de Rita que utilizaba todo su diccionario barriobajero para insultar a su futuro esposo. También oyó como su nombre se perdía en el eco de aquellas habitaciones vacías, Sabino, Sabino, Sabino... No esperó al ascensor, bajó las escaleras como buscando una explicación a todo aquello, pero no la encontró. Su mujer con Andrés, no se lo podía creer. Ahora comprendía muchas cosas, justamente ahora. Recordó aquel día, en que ella le presentó a un viejo amigo, Andrés y su flamante nueva novia, Rita. Aquellas miradas, aquellas roces, aquellas palabras; ahora todo encajaba, pieza a pieza, como el más perfecto de los puzles.


También en: 
https://steemit.com/spanish/@moises-moran/sabes-mejor-que-nadie-que-me-enganaste