30 marzo 2024

La cartera. Relato de Carmen Cabral


Mis mañanas siempre comienzan a cámara lenta, desperezarme lleva su tiempo, meterme en la ducha y prepararme, algo más. En realidad, el engranaje de mi cerebro no empieza a funcionar hasta el momento en que recibe el chute de cafeína que lo conecta al mundo real.

Una vez en el trabajo, las siete horas siguientes, transcurren en modo automático hasta que me permito un “kit kat” de 10 o 15 kms de carrera. Es ponerme la ropa de deporte, abrocharme las zapatillas, ajustarme los auriculares, enchufarme a la “playlist” de rock y me convierto en otra persona llena de energía que trota y corre por la Avenida Marítima hasta que se hace de noche.

Es noviembre, oscurece pronto, hace algo de fresco, pero con el corta vientos que llevo debajo de la sudadera, ni me entero. A la altura del Cuartel de la Guardia Civil, cruzo desde el Lady Harimaguada hacia San Cristóbal y me adentro en Vegueta. A esas horas, las calles están casi desiertas, aminoro el paso y disfruto de la tranquilidad y el silencio que destila el Barrio con más solera de la Ciudad. Bajo desde la Calle Colón hasta el Teatro Guiniguada.  Estoy enamorada del Edificio “Valse Canariote” que hace esquina entre la Calle Pelota y Mesa de León, de corte modernista y de una belleza que no puedo explicar. Son sus metales, las puertas y contraventanas pintadas en rojo, sus balcones acristalados o esas ménsulas apoyadas en piedra de la Cantería de Arucas las que me conquistan.

Mientras subo por las escaleras que me llevan a la Carretera de Tafira, me encuentro una cartera en uno de los escalones, abierta, sin nada destacable. Mi primer pensamiento me lleva a un posible ladronzuelo que se la haya birlado a un “guiri” y luego se deshizo de ella allí, o bien a alguna desgraciada pérdida personal. Miro en derredor, son casi las once de la noche, allí no hay nadie, los locales cercanos están recogiendo o cerrando, apenas pasan coches o guaguas. La recojo, no sin antes volver a mirar a derecha e izquierda, delante o detrás… ¡Nadie! 

Cruzo por lo que antes era el Barranco en dirección al Teatro Pérez Galdós, y con la prudencia y el respeto que produce registrar posesiones ajenas busco entre el contenido algún papel o documento que me indique algún indicio de la identidad del propietario. Papeles sin más, “tickets” térmicos imperceptibles por el paso del tiempo, un viejo resguardo de algún espectáculo pasado y 1.340 € en efectivo. Es una cartera usada, debe ser polipiel porque está bastante desgastada por el uso y por la forma cóncava que le otorga un largo viaje entre el bolsillo trasero de un pantalón y la curva de una nalga. 

Tras el reconocimiento inicial al billetero y al inventario de sus posesiones empiezo a sentir taquicardia, pero bueno… ¿qué me pasa? De repente, mi subconsciente empieza a librar una batalla inesperada, una batalla que no he buscado de manera intencionada, la lucha moral entre el bien y el mal, el “non plus ultra” de la conciencia. 

Me llevan los demonios mientras me dirijo de vuelta a casa, como si alguien, siguiese de cerca mis apresurados pasos. Cuando me acomodo en el sofá, no dejo de abrir y cerrar la cartera. Cuento una y otra vez el dinero, hasta verifico si los billetes pueden ser o no falsos. Una “paga extra”, me digo para motivarme, una pequeña bonificación inesperada… se convertiría en un fin de semana en Madrid, ¡ya me apetece!, ese reloj para hacer deporte que tanto me gusta o renovar el móvil… ¡Dios, menuda mierda!, ¿y si…? ¿y si…?  Estas palabras pueden resultar inocentes por separado, pero si las juntas no van a dejar de atormentarte. ¿Y si es el sueldo de una familia, la paga de pensionista, el dinero para un imprevisto? ¿y si…?

¡Joder! Menuda noche me espera: “La noche es oscura y alberga horrores” como dirían en “Juego de Tronos”.

Lo que me suponía, no he podido pegar ojo, he intentado sin éxito justificar mis intenciones primarias que están reñidas con la honestidad y la coherencia. Este dinero no tiene dueño, ni la policía podría hacer otra cosa diferente a la que yo tengo en la cabeza. No sé que caerá antes, mi argumento o mi dignidad… ¿Cuál es el riesgo de ser o no ser como los demás? El riesgo de atreverse a obtener una satisfacción instantánea, es de primero de antropología o de psicología, _ ¡qué coño sé yo! _ pero, ¿qué hay de la adrenalina, las endorfinas y todas esas mierdas que alimentan nuestras emociones?

Inicio con indiferencia mi rutina diaria, hoy si cabe, es mucho más ralentizada que la de ayer, las circunstancias no ayudan. Salgo mucho más temprano que de costumbre y primero me dirijo al cajero de mi Banco que aún sigue cerrado. Hago un ingreso de 1.300 €. Me reservo los 40 € restante para regalarme un desayuno en condiciones, en casa no he podido ni tomar el café. ¡La decisión ha sido tomada! A veces, lo malo es bueno si esa decisión no es egoísta. Estas cosas suceden a diario y no se acaba el mundo porque el dinero va y viene y… me lo sigo repitiendo de camino a la Cafetería. ¡Para ya puñetas!, hoy tengo cosas más importantes en las que pensar.

Me siento en una Terraza de la playa de Las Canteras, pido un zumo de naranja natural, un bocadillo de pata con queso tierno. Tengo ganas, necesidad de azúcar, así que me voy a comer una porción de tarta de limón, el café y una botella de agua Firgas con gas.

Mientras hago acopio de tan opíparo menú, he activado mi móvil y abro la “app” de mi Banco. Doy el último sorbo al café para que no se enfríe y me dispongo a realizar un “Bizum”. Debo corroborar los datos que por seguridad me solicita la Entidad. ¿Importe?: 1.300 € ¿Destinatario?...

Una ONG en alguna parte recibe una donación anónima procedente de una cartera sin dueño a quién esa aportación no le va a generar desgravación fiscal, ni siquiera algún reconocimiento moral.

Así debía ser, exactamente como había pensado que haría.

 El día había empezado a cámara lenta, pero definitivamente, este si que va a ser un buen día.


Carmen Cabral




25 marzo 2024

Taller de Escritura Permanente




¡Cupo de inscritos completo!


En la segunda quincena del mes de abril, comenzaré a impartir un taller de escritura, denominado «Taller de Escritura Permanente que tendrá lugar en las siguientes fechas:

15 y 29 de abril de 2024.

6 y 20 de mayo de 2024.

3 y el 17 de junio de 2024.

8 y el 22 de julio de 2024. 

9 y 23 de septiembre de 2024.

7 y 21 de octubre de 2024.

11 y 25 de noviembre de 2024.


Lugar: Biblioteca Insular.  Aula de Apoyo 2 (planta-1).  Remedios, 7,  Las Palmas GC

Horario: de 18.00 a 20.00 horas.

Imparte: Moisés Morán Vega

Formulario de inscripción:

¡Cupo de inscritos completo!

Los bloques de taller serán:

  1. La estructura narrativa.
  2. El narrador.
  3. Los personajes.
  4. El diálogo.
  5. El tiempo narrativo.
  6. El espacio narrativo.
  7. Construyendo un relato.
  8. Planificación del relato.

15 marzo 2024

La esperanza está más allá del horizonte


La esperanza es una compañera fiel en los momentos más oscuros de la vida. A veces, se oculta detrás de las nubes de la incertidumbre, pero nunca desaparece por completo y cuando menos te lo esperas, aparece para rescatarte. 

Así era como me sentía cuando emprendí un viaje en alta mar con un grupo de compañeros en busca de un futuro mejor para mí y para mi familia. Llevábamos nuestras ilusiones en la mochila, pero conforme avanzábamos, en nos perdimos en la inmensidad del océano, las olas se encargaban de arrebatarlas una a una.

El mar, inmenso e imponente, parecía quitarnos nuestras esperanzas con cada embate de sus olas. No obstante, manteníamos la fe de que alcanzaríamos nuestro destino. Pero cuando el motor de nuestra embarcación se detuvo en medio de la nada, un escalofrío recorrió mi espalda. Nos encontrábamos atrapados en un vasto océano, sin rumbo ni esperanza.

Con el paso de los días, nuestra situación se volvía más desesperada. El agua y la comida se agotaban rápidamente, dejándonos solo con de nuestro instinto de supervivencia. Recuerdo cómo, en un acto desesperado, me vi obligado a beber agua de mar, recordando un antiguo consejo sobre su supuesta capacidad para mantenernos con vida. Cada sorbo era como un trago de desesperación, pero sabía que era nuestra única oportunidad de sobrevivir.

Mis compañeros de viaje me miraban con resignación y algo de envidia, esperando el fatídico desenlace que parecía inevitable. Sin embargo, contra todo pronóstico, mi cuerpo resistió y se adaptó a cada sorbo de agua salada que yo ingería. Cada día que pasaba, cada atardecer que veíamos desvanecerse en el horizonte, era un pequeño triunfo sobre la muerte que nos acechaba en cada ola.

Fue en esos momentos de desesperación cuando descubrimos el verdadero poder de la esperanza. Aunque pareciera que mi acción estaba condenada al fracaso, nos aferrábamos a la creencia de que aún quedaba algo por lo que luchar. Y así, en medio de la inmensidad del océano, encontramos un hilo de fe que nos impulsó a seguir adelante.

A partir de un determinado momento, mis compañeros de viaje también comenzaron a beber agua de mar a sorbitos, ya convencidos que nos haría mal, si la bebían en pequeñas dosis como yo la estaba bebiendo. Yo era la prueba vivienda de que nada nos iba a pasar; llevaba cuatro días bebiendo agua de mar.

Después de dos semanas de estar a la deriva, nuestras mentes se volvieron más agudas y nuestros cuerpos más resistentes. Aprendimos a aprovechar cada recurso que la naturaleza nos ofrecía, pescábamos, no sin dificultad, pero lo hacíamos, y seguimos nuestro rumbo, llevados por las corrientes marinas y guiados las estrellas que nos acompañaban en nuestro camino durante la noche. Cada día era una nueva prueba, pero también una oportunidad para demostrar nuestra fortaleza y determinación.

A medida que pasaban las semanas, nuestras reservas de esperanza se renovaban. Habíamos sobrevivido a tormentas furiosas y noches heladas, a la sed y al hambre que amenazaban con consumirnos casi por completo. Y aunque no sabíamos si alguien nos rescataría, sabíamos que éramos capaces de enfrentar cualquier desafío que el océano nos pusiera por delante, pero no era una tarea fácil.

Finalmente, tras lo que parecieron meses de travesía interminable, divisamos tierra firme en el horizonte. Fue un momento de éxtasis indescriptible, un renacimiento después de la oscuridad. Nos aferramos unos a otros con lágrimas en los ojos, sabiendo que habíamos vencido a la adversidad y que la esperanza, esa llama eterna que arde en lo más profundo de nuestro ser, nos había guiado hasta ese momento y agradecí, en silencio, todo lo que había leído sobre el agua de mar que, al final y a la postre, nos había salvado la vida a sorbitos.

En retrospectiva, aquel viaje en alta mar se convirtió en mucho más que una simple travesía. Fue una lección de supervivencia, de resiliencia y, sobre todo, de fe en algo más grande que nosotros mismos. Porque, como aprendimos en medio de la inmensidad del océano, la esperanza es lo último que se pierde, incluso cuando todo parece perdido.


08 marzo 2024

El tren de Gran Canaria: una infraestructura innecesaria


 El Tren de Gran Canaria ha sido un tema de debate y expectación durante varios años. Aunque aún no se ha materializado, se han realizado estudios y se han propuesto diferentes planes para conectar la capital de Gran Canaria con el sur de la isla, específicamente Maspalomas. En esta entrada, exploraremos los aspectos clave relacionados con este proyecto ferroviario.

Presupuesto y Financiación

Inversión Significativa: el presupuesto estimado para la construcción de toda la infraestructura del tren asciende a cerca de 1.500 millones de euros, que según muchos expertos mantienen que esa cantidad se superá con creces. Tenemos un ejemplo claro con la Metroguagua en Las Palmas de Gran Canaria.

Fuentes de Financiación: el Cabildo de Gran Canaria confía en financiar el 85% de los 1.500 millones de euros necesarios para hacer realidad el proyecto mediante el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER). El 15% restante se cubriría con una combinación de financiación estatal, autonómica, insular y privada.

Historia y Desarrollo

En 2009, se constituyó la empresa Ferrocarriles de Gran Canaria dentro de la Autoridad Única de Transporte de Gran Canaria con el objetivo de diseñar el sistema ferroviario en la isla y materializar las infraestructuras necesarias para su implantación.

Durante el mandato anterior en el Cabildo, se llevaron a cabo diferentes actuaciones relacionadas con el desarrollo del tren en el corredor sur de la isla. Sin embargo, aún no se ha determinado la fuente de financiación definitiva para su construcción.

Opiniones Divergentes

Fortalecimiento del transporte en guagua: se sugiere modernizar y expandir el sistema de transporte en guagua, argumentando su mayor flexibilidad y adaptabilidad, aumentando el número de servicios con los pueblos de Gran Canaria y el aumento de las frecuencias de las líneas más utilizadas.

Mejora de la infraestructura vial: se propone invertir en la transformación de carreteras para establer carriles esclusivos para las guaguas en vías de alta intensidad.

Impacto Ambiental: se considera que el tren podría afectar negativamente al medio ambiente, especialmente si no se toman medidas adecuadas para minimizar su huella ecológica, como plantea Ben Magec que defiende que el tren de Gran Canaria no es la solución a los problemas de movilidad, además plantea el estudio realizado hasta la fecha muestra que se trata de un proyecto que no es rentable ni para la sociedad ni para el futuro operador del tren.

Viabilidad y Beneficios: tambien se cuestiona si habrá suficiente demanda para justificar la inversión masiva en el tren. Los defensores del proyecto argumentan que podría impulsar el turismo y la economía local al mejorar la conectividad y la movilidad.

Conclusión

El tren de Gran Canaria sigue siendo un proyecto en desarrollo, y su viabilidad y construcción a medio y largo plazo están sujetas a consideraciones financieras y políticas. La decisión final debe considerar cuidadosamente estos factores y equilibrar las necesidades de la población con los recursos disponibles e invertir en infraestructuras más necesarias como las sanitarias o las educativas.


27 febrero 2024

Pregón por el día de La Isleta

 


Desde que tengo uso de razón, el barrio de La Isleta siempre ha estado presente en mi vida, en momentos felices, pero también en los tristes.

La Isleta ha tejido su presencia en mi desde la infancia. Mi abuela materna, Antonia, buscando nuevos horizontes, se estableció en el Grupo del Carmen en la década de los cincuenta. Ese conjunto de casas, ubicado a la entrada del Confital, se convirtió en un punto de encuentro familiar. Allí, junto a mi abuela, se reunían sus hijas, entre ellas mi madre, forjando un vínculo inseparable con el barrio.

El primer recuerdo que tengo de La Isleta es un recuerdo triste, muy triste. No fue otro que la muerte de mi padre, allá por el año 1971, cuando yo contaba con apenas seis años y mi tío Daniel nos trajo a mis hermanos y mí a casa de mi abuela.

A pesar de la tristeza que teñía aquel día, un destello de luz se abrió paso cuando mi tío sugirió bajar al Confital. Desde arriba veía, con claridad, la multitud de chabolas que se repartían por toda su costa, pero, a pocos pasos, había un entorno único. Encontré una nueva perspectiva que, de alguna manera, alivió el peso de la pena. La marea baja me brindó la oportunidad de explorar y examinar cada charco que se cruzaba en mi camino, transformando un día gris en una experiencia llena de fascinación. El sonido del mar y ese aroma tan particular, actuaron como un bálsamo natural, mientras que los gueldes, los cabozos, las fulas, las vacas de mar, los camarones y algún que otro pulpo, se convirtieron en protagonistas de aquel día. Cada rincón del Confital se transformó en un universo por descubrir, y la interacción con la vida marina aportó una dosis de distracción, asombro y renovada curiosidad. Incluso hoy, caminar por las piedras y charcos del Confital, me transporta a ese refugio, donde la brisa marina y el sonido de las olas me regalan una profunda sensación de calma.

Las repercusiones de la muerte de mi padre, que transformarían mi vida para siempre, aún se escondían en el horizonte que todavía estaba por descubrir, que estaría lleno de desafíos y aprendizajes que marcarían mi crecimiento y evolución a lo largo del tiempo.

A partir de aquel momento, mi relación con La Isleta tomó un nuevo rumbo. Los sábados se convirtieron en días especiales, ya que mi tío Juan venía a buscarme al barrio de Escaleritas para ir a casa de mi abuela.

El viaje desde Escaleritas hasta La Isleta se volvió un trayecto anhelado, porque yo, después de pasarme cinco días internado en la Casa del Niño, contaba los días para que llegara el sábado e irme para La Isleta. Íbamos en la antigua línea 3, y nuestra última parada era el Mercado del Puerto, un lugar lleno de vida y actividad desde primera hora de la mañana. Desde allí, emprendíamos el ascenso por la calle Faro, haciendo paradas estratégicas en algunos bares. En cada bar, mi tío pedía un pisquito de agua Firgas para mí y mientras yo disfrutaba de un buen vaso de agua, él se tomaba un pizco de ron carta blanca, que le sacaba una sonrisilla socarrona y que se le mantenía a lo largo del día.

Subíamos hasta casi el final de la calle Faro y bajábamos hacia el cine Litoral y luego subíamos por la maltrecha carretera que nos llevaba a nuestro destino, que no era otro, que la casa de mi abuela Antonia en el grupo del Carmen.

La casa de mi abuela, ubicada en el primer piso, es un recuerdo que atesoro con un cariño muy especial. Lo más destacado era, sin duda, el pequeño patio que, a mis ojos de niño, me parecía inmensamente grande, pero no lo era tanto, pero que estaba lleno de vida. Palomas, gallinas, y en ocasiones, algún conejo o pato, que se movían con libertad entre la diversa flora que allí florecía. Mi abuela había convertido los botes de pintura reciclados y bloques de picón en improvisados maceteros, donde cultivaba una amplia variedad de hierbas aromáticas, hierba-huerto, romero, perejil y orégano.

Grabadas en mi memoria están las mañanas en casa de mi abuela, que se distinguían por un aroma singular. En la penumbra, previa al amanecer, cuando el día aún se resistía a despertar, un perfume único impregnaba la casa: el inconfundible olor a mar que llegaba del Confital. Esa fragancia marina se entrelazaba con el reconfortante aroma a café colado, un ritual matutino que mi abuela, infatigable y llena de vitalidad, ejecutaba con esmero cada día.

Aquellas mañanas o tardes, dependiendo del vaivén de la marea, se quedaron grabadas en mi memoria con una nitidez asombrosa. La anticipación de esperar a que la marea estuviera baja era un ritual compartido, una puerta abierta a la aventura de «pulpiar» o mariscar en el Confital. Fue allí donde aprendí la técnica para coger pulpos, armado con una fija, un bichero y un paño blanco.

Mi tío y yo recorríamos todos los charcos cuando bajaba la marea, atentos a cualquier indicio de movimiento. Cada charco se convertía en un pequeño universo por explorar, con la esperanza de encontrar a algún intrépido pulpo dispuesto a defender su escondite. La danza del paño blanco, se convertía en un juego intrigante, donde la astucia del pulpo y mi habilidad para atraerlo se entrelazaban.

Aquellos años no fueron solo una etapa más en mi vida, sino una profunda lección que me acompañó en mi camino. La esencia de aquellos fines de semana perdura en mi memoria, recordándome la importancia de valorar los pequeños placeres, la conexión con la familia y la belleza de sumergirme en la naturaleza, una constante que siempre ha estado presente en mi vida.

Sin embargo, a medida que me adentraba en la adolescencia, una etapa que coincidió, tristemente, con la muerte de mi abuela en 1981, mi conexión con La Isleta experimentó un cambio significativo. A partir de ese momento dejé de frecuentar el barrio de manera regular, aunque aún hacía visitas esporádicas a mi tío Juan.

Pero el destino me tenía reservada una sorpresa. Me enamoré de una mujer del barrio, mi actual esposa, Irmina, y tras diez años de relación, nuestra historia de amor se consolidó con el matrimonio. Esto me llevó a mudarme a la calle Faro, marcando un nuevo capítulo en mi vínculo con La Isleta, un lugar cargado de recuerdos y significados.

La primera mañana en la calle Faro, me desperté antes del alba. Al abrir la ventana, una oleada de aromas me envolvió: el reconfortante olor a café y la fragancia marina. De inmediato, aquellos recuerdos de la infancia se precipitaron sobre mí. Había vuelto a La Isleta.

Ahora, de regreso al barrio, mi perspectiva ha cambiado. La experiencia y los años vividos me permiten verla con nuevos ojos. Y sí, todo ha cambiado, mucho más de lo que imaginaba.



En el presente, nos encontramos frente a diversos desafíos que afectan a nuestro barrio de manera significativa. La gentrificación avanza rápidamente, adueñándose del entorno de manera agigantada. La inseguridad se manifiesta en algunas zonas del barrio, escasean las zonas verdes y peatonales. La movilidad, la limpieza, el ruido y la falta de espacios para la cultura y las asociaciones son temas apremiantes. No obstante, a pesar de estos obstáculos, el barrio alberga inmensas oportunidades que debemos aprovechar y por las cuales debemos luchar.

Un aspecto clave es la gentrificación, que no solo representa un desafío, sino también una oportunidad para promover un desarrollo inclusivo y sostenible. Podríamos considerar estrategias para equilibrar el crecimiento, preservando la identidad y diversidad del barrio. La participación activa de la comunidad es esencial para garantizar que cualquier cambio refleje, verdaderamente, las necesidades y aspiraciones de los residentes.

La seguridad también debe abordarse de manera integral, trabajando en estrecha colaboración con las autoridades locales, para implementar medidas que promuevan un entorno seguro e integrador.

Además, la creación de más espacios verdes y peatonales no solo contribuiría a mejorar la calidad de vida, sino que también podría mitigar problemas de movilidad y ruido.

Respecto a la gestión de locales y espacios públicos, la comunidad podría impulsar iniciativas para asumir la responsabilidad de dichos lugares, fomentando su uso para actividades culturales y eventos comunitarios. La recuperación de espacios históricos, como el Canarias 50 o el edificio RACSA, podrían convertirse en proyectos emblemáticos que fortalezcan el sentido de pertenencia y la conexión entre los residentes.

En cuanto a la movilidad, es crucial abogar por un sistema que garantice seguridad y accesibilidad para todos. Esto podría incluir la implementación de ciclovías, la mejora del transporte público y la creación de áreas peatonales amigables.

Por último, la colaboración con el ayuntamiento es esencial. Trabajar en conjunto para mejorar los servicios públicos, asegurando que estén a la altura de las necesidades de la comunidad, contribuirá a construir un barrio más vibrante y próspero.

Es el momento de convertir los desafíos, en oportunidades y trabajar de manera conjunta por un futuro mejor para La Isleta. Un barrio donde la calidad de vida sea una prioridad, la participación ciudadana sea un pilar fundamental y el desarrollo sostenible sea un objetivo compartido por todos. La colaboración entre vecinos, autoridades y entidades privadas será la clave para forjar un futuro vibrante y próspero.


Muchas gracias.

¡Viva La Isleta!


23 febrero 2024

Un palo en la rueda de la Vela Latina Canaria

 


Esta noche me enteré de una triste noticia para la Vela Latina Canaria de Botes y la noticia era que el presidente de esta federación, Bernardo Salom, les comunicó a dos miembros activos del Comité de Regatas que no les iba a renovar la licencia para esta temporada. Estos dos miembros del comité no son unos que pasaban por allí, son Fernando Cambres y Rosana Brehcist, dos profesionales como la copa de un pino y que llevan muchísimos años vinculados a los botes y entregados, de cuerpo y alma, al Comité de Regatas.

Desconozco las razones por las cuales el presidente de la Federación ha tomado esa decisión, pero, sean las que sean, no las comparto ni las compartiré porque quitarte a dos profesionales de la talla de Fernando y Rosana es un error ya no solo de cálculo sino de estrategia de futuro.

Cuando ostentas la presidencia de un ente como la Federación de Vela Latina Canaria de Botes tienes que estar por encima de muchas cosas, tener cintura y mandíbula para aguantar las críticas constructivas, vengan de donde vengan, y si estas vienen de Fernando o Rosana, yo me las tomaría en serio, porque cuando hablan de seguridad en el campo de regatas o de las instrucciones de regatas saben de lo que están hablando.

Yo pensaba que el Comité de Regatas era un ente independiente, vinculado a la federación, pero independiente, pero resulta que no lo es y eso es un asunto que nos debe preocupar a los que participamos de alguna o de otra manera en este deporte.

No renovar la licencia a Fernando y Rosana es otro elemento que me hace pensar que nuestro deporte no pasa por su mejor momento, que algo huele a podrido en Dinamarca, pero como dicen muchos: tenemos lo que nos merecemos.

Personalmente, siento mucho la perdida de estos dos profesionales que me enseñaron muchísimo cuando fui miembro de Comité de Regatas, y me llevé de ellos consejos y experiencias que no olvidaré, que me hicieron ver el mundo de los botes desde otra perspectiva y que me hizo crecer como botero.

Solo espero que se recapacite y que el presidente se quite el palo que ha metido en su rueda.

07 enero 2024

En un banco del parque


En la quietud de tus días, aguardabas la compañía serena de Molly, tu fiel perra, y hallabas consuelo en los fragmentos de alegría que tu vida rutinaria te entregaba. Un paseo, una lectura, el canto de un pájaro y los dibujos irreverentes de las nubes. Sin embargo, el amor te sorprendió como una brisa inesperada cuando, en un banco del parque, la encontraste, inmersa en la magia de las palabras.

Tu corazón latió con fuerza cuando la viste y un escalofrío recorrió tu espalda al decidirte a sentarte a su lado. Sin palabras, compartieron ese instante, una mirada indiscreta, un suspiro, una sonrisa y un adios en el silencio tejido entre ambos como un hilo invisible, pero profundo. Al amanecer del día siguiente, regresaste al mismo rincón y, sin necesidad de expresar lo innombrable, compartiste nuevamente ese espacio silente.

Así transcurrieron los años, en complicidad callada, sin ir más alla de saludo silencioso, de la sonrisa complice y del hasta mañana. En el banco compartido, encontraste un refugio donde las palabras eran innecesarias. La presencia mutua, el simple hecho de estar allí, resonaba con una sinfonía de entendimiento que solo el corazón podía componer.

Cada día era una nueva página en el libro de su historia, una historia escrita en la tinta invisible de los gestos y las miradas. Los pequeños momentos se convertían en tesoros compartidos, fragmentos de felicidad que se acumulaban en el cofre de su conexión silenciosa.

Aprendiste que el amor, a veces, se esconde en el espacio entre las palabras, en la comunión de almas que se entienden sin necesidad de explicación. En la serenidad de esos años juntos, descubriste que la verdadera dicha reside en esos pequeños momentos que, aunque parezcan efímeros, son los cimientos de una felicidad duradera y eterna.