01 junio 2018

Esperando a que llegue el verano

Aún queda mucho para el verano y este cubo está en la orilla esperando a que llegue su verano.
There is still a long way to go before summer and this bucket is on the shore waiting for your summer to arrive.

31 mayo 2018

No sin agua. Primera parte

El historia que les presento es un cuento futurista que he dividido en dos partes para que pueda ser leído con tranquilidad y nos relata el problema que podemos tener con la gestión del agua si no actuamos con sentido común.

I

Me llamo Marla y en mi pueblo casi no quedaba agua. Sabíamos que la falta de agua era un problema muy serio, tanto, que a la entrada había una inmensa pantalla digital que contabilizaba los metros cúbicos que se gastaban minuto a minuto; era, según nuestro alcalde, una manera de tomar conciencia de lo importante que era el agua para nuestras vidas.
Lo cierto era que, desde que nacimos, éramos conscientes de lo fundamental que era el agua para nuestras vidas y no hacía falta ninguna pantalla digital para que supiésemos lo importante que era el líquido elemento.
Nuestra vida giraba en torno a ella, desde que nos levantábamos hasta que nos íbamos a la cama; el estaba presente en la mayor parte de nuestras actividades, porque, de una manera o de otra, nos recordaban que teníamos que usarla de forma consciente y limitada.
En mi pueblo siempre hubo problemas con el abastecimiento y los cortes en el suministro eran muy frecuentes, de una hora, de tres, de siete, hasta que empezaron a cortarla un día, tres, siete y quince.
Nos fuimos acostumbrando a los cortes y a ahorrar todo el agua que fuera posible, para que nos durara de corte en corte, llenando todos los recipientes que se pudieran llenar, bañeras, baldes, bidones, garrafas, botellas y palanganas.
La situación se hizo insostenible cuando la empresa que gestionaba el agua subió tanto los precios, que el agua se convirtió en un producto de lujo que pocos podían pagar y el pueblo no tuvo otra alternativa que echarse a la calle a protestar; se levantaron barricadas, se cortaron calles y nos enfrentamos contra las autoridades y la guerra del agua duró más de una semana hasta que por fin el gobierno central intervino.
El gobierno era consciente de que el agua se había convertido en uno de los problemas más graves que tenía que resolver, porque la falta de agua corriente no solo era un problema que afectaba a nuestro pueblo, sino que afectaba a muchos otros pueblos y, sobre todo, a las grandes ciudades, que sabían cómo resolver ese grave problema.
Al gobierno no le quedó otra alternativa que intervenir y sacó la primera Ley del Agua en la que se establecían los precios mínimos para intentar controlar la especulación, pero no valió de nada, porque las compañías buscaron fórmulas legales para seguir subiéndolos, basándose en que los costes de producción eran muy elevados y no había manera de bajar los precios si no había, de por medio, algún tipo de ayuda por parte del Estado.
Como casi siempre ocurre, la Ley del Agua no gustó a nadie y se la tachó de favorecer a los más pudientes y dejar de la mano de Dios a los más desfavorecidos que tenían que hacer mil y unas peripecias para gastar la menor agua posible, poder llegar a fin de mes y poder comer.
Lo cierto era que la ley venía a favorecer a los que más tenían y que se podían permitir el lujo de pagar los altísimos precios del agua. En cambio, los más pobres teníamos elegir entre comer o renunciar a unos litros de agua para poder llevar una vida digna.
Por ejemplo, en mi casa padecíamos, en carne propia, los problemas del agua porque mis padres tenían que elegir, un mes sí y otro también, entre tener agua corriente cada cinco o siete días o comer de manera digna y optaron por, no solo restringir el agua, sino también restringir la comida, porque si no lo hacíamos así la vida en mi casa sería insostenible.
Era duro tener que estar eligiendo sobre la comida o el agua; ambos elementos fundamentales para la vida, pero no había otro camino.
Sin embargo, la cuestión a la que nos enfrentábamos era diferente, porque jamás nos habíamos enfrentado a un futuro sin agua, y sin agua, no había futuro.
Nuestro pueblo estaba en el interior, a miles de kilómetros del mar, rodeado de interminables páramos y con un gran desierto al sur, que iba creciendo año a año y que amenazaba con tragárselo en unos años si no poníamos remedio.
En las ciudades y pueblos cercanos al mar habían solucionado el problema con las potabilizadoras, que transformaban el agua salada en agua potable, utilizando como motores los molinos gigantes de viento que combinaban con la energía del mar y la fotovoltaica, porque el petróleo se había agotado hacía más de treinta años.
Sabíamos que se habían construido acueductos que transportaban el agua desde el mar hacia el interior y que, incluso, se estaban utilizando los oleoductos y gasoductos para llevar el líquido elemento hacia los lugares donde el agua escaseaba. Habíamos visto y oído que habían logrado llevarla hasta poblaciones que estaban a ocho mil kilómetros, pero nuestro pueblo estaba demasiado lejos, quedó fuera de los planes quinquenales del gobierno central y prometieron que, en tres años, las tuberías llegarían a nuestras casas. Sin embargo, nosotros no podíamos esperar; teníamos que buscar una solución definitiva y económica.
En mi casa el problema parecía no importar. De alguna manera se aceptaba la situación y yo no estaba dispuesta a aceptarla. Así que una noche, después de una fuerte discusión con mis padres, subí a mi habitación y me senté en la cama, me puse las gafas del procesador y activé la pantalla gigante que se proyectó en la pared. Volví a hacer una búsqueda sobre las soluciones para buscar el agua y todas eran soluciones tecnológicas, muy caras y todas estaban en manos de las compañías. Seguí buscando hasta que encontré un vídeo en el que hablaban del problema del agua. Los visualicé hasta el final y allí había varios enlaces relacionados con el tema. Los leí todos, hasta que llegué a un enlace que se llamaba «Emeterio, el buscador de agua». Sentí curiosidad y lo abrí y me encontré con el vídeo de un anciano que tendría más de cien años, erguido como una caña de río, sonriente y que hablaba de su forma de buscar agua. Una fórmula bastante primitiva, pero efectiva y que, según él, nunca fallaba. Activé el geolocalizador y me lo ubicó a cien kilómetros de mi pueblo, hacia el sur, justo donde empezaba el desierto de Cleoorta. El pueblo de Emeterio se llamaba Aunpurn.
II
Busqué si el viejo tenía activado la vídeo llamada, pero no, no la tenía, así que me tocaba viajar a su pueblo para poder hablar con él. Sin pensarlo mucho, reservé un taxi sin conductor para la mañana siguiente y estaría en Aunpurn en quince minutos.
A la mañana siguiente cogí el taxi, volamos hacia Aunpurn y llegamos a la hora prevista. El pueblo parecía que había sido abandonado, aunque el censo decía que vivían trescientas personas, yo no las vi por ningún lado. Las casas estaban cerradas a cal y canto y no había ni un alma en la calle. Seguí las indicaciones de mis gafas digitales y caminé diez minutos hasta que llegué a las afueras del pueblo. El sistema operativo de las gafas me informó que había llegado a mi destino. Allí había una casa, distinta de las que había visto hasta el momento. Blanca, con una puerta azul, dos ventanas a los lados y otra ventana a escasos metros de la puerta. Me acerqué y al instante se activó una pantalla en la puerta azul que me preguntó que qué deseaba. Le dije al ordenador que quería hablar con el señor Emeterio. Esperé la respuesta, pero la puerta se abrió al instante y entré.
La estancia era minimalista, con los muebles indispensables, una hamaca al fondo de la estancia y muchos cojines gigantes por el suelo. La sala estaba iluminada por la claraboya gigante que había en el techo del salón. Se oía música, pero muy bajita. Distinguía un piano, una trompeta y la voz quebrada de una mujer. Esperé, pero al poco me dirigí despacio hacia el fondo, donde estaba la hamaca. Al llegar allí, pregunté:
—¿Señor Emeterio?
—Aquí estamos, señorita, aquí estamos.
Apareció por el fondo, caminando muy despacio y con un vaso lleno de agua.
—Aquí tiene un buen vaso de agua, con un chorrito de limón que le vendrá muy bien.
Cogí el vaso y me bebí el agua de un solo trago. Estaba fresca y distinta a la que solíamos beber en nuestro pueblo.
—Uhmm, está muy rica, sin ese sabor a tierra.
—Claro que sabe distinta, porque no es agua desalada. Es agua del pozo que está justo debajo de esta casa y del único acuífero que todavía no se ha secado. Es la mejor agua que vas a beber en mucho tiempo.
—Sí, lo sé y más en los tiempos que corren en los que el agua escasea tanto.
—¿Cómo te llamas y a qué debo el honor de tu visita?
—Me llamo Marla y he venido a que me enseñe a buscar agua, esa técnica que explica en los vídeos de Internet. No le robaré mucho tiempo.
El viejo se dirigió hacia la hamaca y se acostó en ella.
—No tengo inconveniente en enseñarte la técnica, pero no te servirá de nada. No hay agua que buscar. Los acuíferos están secos y hasta que no vuelva a llover no se llenarán. Hace muchos años, tú no habías nacido, los acuíferos se alimentaban de la nieve perpetua de las altas montañas, pero con el cambio climático y el calentamiento de la tierra, no hay nieve. Ahora solo dependemos de la lluvia y cada vez llueve menos.
Pensé en lo que me decía. Así era. Llovía dos veces al año. Caían dos gotas de agua y poco más. El clima había cambiado desde hacía mucho tiempo.
—Entonces no le molesto más. Gracias por recibirme. Llamaré a un taxi —le dije, después de dejar el vaso de agua sobre una mesa.
—Tendrás que quedarte aquí hasta mañana, porque se acerca una tormenta de arena.
—¿La tormenta es inminente?
—Sí, es de las gordas. No te preocupes, podrás dormir aquí y mañana podrás irte. Tengo una habitación de invitados. Así tendremos tiempo de hablar y contarte lo que sé.
—Lo siento, lo menos que quiero es molestar. Tendría que haber venido otro día.
—No importa. Estaremos bien. Puedes sentarte en uno de esos cojines.
Me senté en uno que estaba frente a la hamaca. Recordé que no les había dicho nada a mis padres, así que los llamé, les dije dónde estaba y que regresaría mañana.
—Asunto arreglado, me quedaré aquí esta noche.
—Entonces querías ser zahorí —me dijo con una sonrisa.
—Sí, que me enseñara a buscar agua. En mi pueblo lo estamos pasando muy mal. Las familias solo trabajan para pagar el agua. Ya casi no tenemos para otra cosa.
El zahorí se mantuvo en silencio durante un tiempo y luego me dijo:
—Sí, el agua es un negocio muy lucrativo. Antes lo era el petróleo. Muchas multinacionales lo han visto claro desde el principio y no se equivocaron.
—No entiendo qué quiere decir.
—Lo que quiero decir es que las compañías multinacionales del agua, esas que la desalan y la llevan por todo el mundo, las que han comprado los acuíferos y los pozos, a ellas no les interesa que haya un acceso universal y gratuito al agua. Es su negocio.
—Ese acceso universal y gratuito es una quimera, Emeterio. Todo el mundo lo sabe. Solo pueden producir agua las compañías.
—Ya pasó hace más de setenta años con el petróleo, cuando se acabó comenzaron a salir toda clase de motores que funcionaban con aire comprimido, con electricidad, con luz solar, con agua, con hidrógeno, etcétera, etcétera. Esos motores estaban inventados cuando todavía había petróleo, pero las petroleras compraron sus patentes para explotarlas en el futuro y es lo que están haciendo con el agua. Hoy por hoy hay sistemas para producir agua a escala local, es decir, sistemas capaces de producir cuarenta o cincuenta litros de agua diarios, pero las compañías han comprado las patentes y nadie las puede producir ni vender. El agua es un negocio muy lucrativo tanto o más que el petróleo porque podemos vivir sin energía eléctrica, pero no sin agua.

30 mayo 2018

Posando en la bicicleta

No hay mejor manera de posar que en una bicicleta; tiene su encanto.
There is no better way to pose than on a bicycle; it has its charm.

29 mayo 2018

Añorando los paseos del verano

Todas las estaciones tienen su encanto, pero yo, prefiero la primavera y el verano, por aquello de disfrutar de la playa del sol, del mar, de los atardeceres y de la tranquilidad.
All seasons have their charm, but I prefer spring and summer to enjoy the beach of the sun, the sea, sunsets and tranquility.

28 mayo 2018

27 mayo 2018

SIEMPRE ESTARÁS EN MÍ-MICROTEATRO

ESCENA I

(Tenerife. Icod de los Vinos 20 de julio de 1936. Puerta del Convento de San Agustín. Tres de la mañana. Un hombre está frente a la puerta del convento. Viste totalmente de negro y lleva un sombrero también negro. Toca en varias ocasiones, pero nadie le responde. Insiste hasta que se abre la puerta y aparece un monje. Se quedan dos hombres un momento observándose sin decir nada.)
MONJE: ¿Qué desea, hermano?
MANUEL: ¿Quiero hablar con el abate?
MONJE: El abate duerme y no podemos molestarlo a estas horas.
MANUEL: (Da dos pasos hacia el monje y se quita el sombrero). Despiértelo es un asunto muy importante, muy urgente. Necesito hablar con él.
MONJE: (Da un paso hacia delante. Se quedan los dos hombres uno frente al otro. A un palmo). Ya le he dicho que no podemos molestarlo. Venga mañana por la mañana y veremos si lo puede atender. Usted sabrá cómo están las cosas. Me imagino que estará al corriente de la situación en las islas. ¿Usted sabe que hay un toque de queda?
(Silencio largo)
MANUEL: Sí, lo sé. Mire, dígale al abate Francisco que está aquí su hermano Manuel.
MONJE: (Asombrado) ¿Es usted su hermano?
MANUEL: Sí, soy su hermano.
(Silencio largo)
MONJE: (El monje abre la puerta y da unos pasos hacia atrás) Pase.
Manuel entra, el monje mira a un lado y otro de la calle, entra y cierra la puerta.

ESCENA II

(Interior del convento. Manuel está de pie. Le tiemblan las manos, intenta controlar el temblor agarrando el sombrero y mira de un lado para otro. Se oyen unos pasos y aparece en escena hombre que camina despacio y se acerca a él. Se miran en silencio durante unos instantes. Manuel da un paso y lo coge de las manos. Francisco las baja y se las suelta.)
FRANCISCO: ¿Cuánto tiempo ha pasado, Manuel? Hace muchísimo tiempo que no sé de ti.
MANUEL: Sí, pues veinte años. Justo cuando recibiste aquella llamada.
FRANCISCO: ¿Qué llamada? No, sé de qué me hablas.
MANUEL: (Manuel sonríe) La llamada de Dios, Francisco. Esa llamada cambió tu vida y también la mia.
(Silencio largo)
FRANCISCO: (Lo coge de la mano) Ven, vamos a mi cuarto. Allí tendremos más intimidad y me cuentas qué haces aquí y qué quieres de mí.

ESCENA III

(Cuarto de Francisco. Solo hay una cama, una pequeña ventana, un crucifijo encima del cabecero y una silla. Francisco está sentado en la cama y Manuel en la silla)
FRANCISCO: A ver, cuéntame, ¿qué haces aquí?
MANUEL: (Manuel se levanta, mira por la ventana y le da la espalda a Francisco.) Quiero que me ayudes. Estoy en peligro. Llevo desde el 19 de julio escondido. Salí a pie de Santa Cruz cuando supe que en Las Palmas había triunfado el golpe del General Franco y empezaron a detener a todos mis compañeros de la CNT. Tuve suerte que me avisaron a tiempo. Estoy reventado. No he parado ni para comer.
FRANCISCO: ¿Cómo sabías que estaba aquí? Estuve muchos años en España.
MANUEL: María me mantenía informado de todos tus pasos.
FRANCISCO: María siempre fue un alcahuete. ¡Cómo le gustaba un chisme! (Silencio largo) Entonces vienes huyendo.
MANUEL: (Se gira y se pone delante de Francisco) Sí, como un criminal, como una hiena, como si hubiera asesinado a alguien y solo he defendido los derechos y las libertades.
FRANCISCO: (Se levanta y se queda frente a él) Siempre fuiste tan impulsivo, tan valiente, tan hombre.
MANUEL: ¿Valiente, dices? Si fuera valiente estaría encerrado en una cárcel por defender mis ideas, pero estoy aquí porque tengo miedo, Francisco, miedo a la muerte, miedo a que me torturen, que me peguen un tiro en cabeza y que me tiren a un pozo.
FRANCISCO: (Francisco le coge las manos y le sonríe.) El miedo no es de cobardes, Manuel, el miedo te mantiene con vida. El miedo ha hecho que estés aquí esta noche. De nada vale ser un valiente, sin te pegan un tiro en la nuca.
MANUEL: ¿Tú tuviste miedo, Francisco, cuando te marchaste sin despedirte de mí?
FRANCISCO: Sí, también tuve miedo, mucho miedo y también hui como un cobarde. Miedo al que dirán, miedo al amor y solo encontré una salida, una respuesta y esa respuesta estaba en Dios.
(Silencio largo)
MANUEL: (Le suelta las manos) Sabes que yo te quería con locura, lo hubiera dejado todo por ti. No comprendí nada cuando te fuiste. Me dejaste solo.
FRANCISCO: (Se vuelve a sentar en la cama) Sí, yo también te quería y aún te quiero. ¿Sabes una cosa? Rezo todas las noches por ti, por mi amigo, me querido y amado amigo Manuel.
(Manuel lo coge de las manos, lo levanta y le da un abrazo. Los dos se abrazan con fuerza y los dos lloran)
MANUEL: (Se separa de su amigo lentamente y lo mira a los ojos) Todo aquello se quemó porque tenía que quemarse. Ya sabes eso que dicen, que nuestra vida es como una casa incendiada a la que esperamos que se queme por completo. Aquella habitación que compartimos, todo aquello se quemó por completo. Ahora estoy aquí asustado y perseguido, pidiéndote ayuda. Que me escondas y que me ayudes a escapar del tiro en la nuca.
FRANCISCO: No te preocupes, te ayudaré, Manuel. Si tuviera el cielo te lo entrega en bandeja. Tenerte delante de mí. Es (Mueve la cabeza de un lado para otro), es, es. ¡Maldita sea! ¡Es maravilloso! No sabes la de veces que he soñado con este momento. De volver a verte, de encontrarnos, pero siempre supe que eso era del todo imposible.
MANUEL: Yo también pensé mucho en ti. Siempre te tenía presente, incluso pensé en venir a visitarte. Sin embargo, siempre había algo que me lo impedía. Me volqué con el trabajo, en mis ideas para olvidarme de ti, de tus besos, de tus caricias, de tu ternura, Francisco. De todo aquello que me dabas solo con una mirada, con esa media sonrisa que siempre tenías para mí, sin decírmelo, me decías; no te preocupes, estoy aquí.
FRANCISCO: Éramos únicos, pero yo fui el cobarde, aquel que te dejó tirado, aquel que se fue porque sintió terror a lo que estaba sintiendo, pero aquello ya pasó, como tú dices, ahora tenemos que pensar en cómo sacarte de aquí. Los militares están por todos lados. Ya pensaré algo. Acuéstate y descansa. Aquí estás a salvo. Nadie entrará.
(Francisco se levanta y se pone al lado de su amigo. Le va quitando la ropa, hasta que se queda totalmente desnudo. Lo observa por unos instantes y lo mira de arriba abajo.)
FRANCISCO: Había olvidado lo hermoso que eras, fuerte como un roble. Toma (Le entrega un camisón de lino blanco) pote esto y descansa.
(Manuel se pone el camisón en silencio y se acuesta. Francisco se siente en la cama y lo observa)
MANUEL: Gracias, amigo. Gracias.
FRANCISCO: Descansa, Manuel descansa.
(El escenario se queda totalmente a oscuras, hasta que poco a poco se vuelve a iluminar por completo.)

ESCENA IV

(Manuel está sentado en la cama y su amigo Francisco está de pie con una bandeja con leche, queso y pan.)
FRANCISCO: Has dormido dos días.
MANUEL: ¿Dos días?
FRANCISCO: Sí, dos días. Toma, come, tienes que reponer fuerzas. Vas a hacer un gran viaje.
MANUEL: ¿Un gran viaje?
FRANCISCO: Sí, en quince días te sacaré de la isla con rumbo a México. Unos monjes Agustinos salen hacia allí. Ya está todo hablado.
(Manuel se levanta y abraza a su amigo con fuerza)
MANUEL: ¡Gracias, Francisco, gracias! ¡No sé cómo te lo podré pagar!
FRANCISCO: Ya me lo pagado. Tenerte a mi lado es suficiente pago. Pensé que jamás te vería, pero Dios es grande, Manuel y sabe que el amor puro no conoce de género, es amor y nada más.
MANUEL: (Se le queda mirando durante unos instantes y le coge las manos) Vente conmigo, Francisco, retomemos lo dejamos hace veinte años. En México no habrá barreras, nadie nos conoce y podremos vivir libres y disfrutar del amor que sentimos.
(Silencio largo)
FRANCISCO: Sabes que siempre fui un hombre de principios. Cuando decidí hacerme Agustino sabía que tendría que renunciar a todo lo que hasta ese momento formaba parte de mí y tú eras el pilar básico de mi vida. Me comprometí con Dios y con los más pobres.
MANUEL: Pero ya le has entregado lo mejor de tu vida a la orden, ahora te toca ser feliz. Me encantaría tenerte de nuevo a mi lado, Francisco. Volver a sentir lo que sentía, aquellos temblores incontrolables cuando te acercabas a mí, aquel fuego que me quemaba por dentro. Jamás lo he vuelto a sentir. Nadie me ha hecho más feliz que tú, nadie. Hoy estás aquí y tenemos la posibilidad de retomar lo que dejamos en el camino. Se que aún me quieres y que me deseas.
FRANCISCO: (Le suelta las manos y se sienta en la cama, mientras Manuel como algo de pan y queso.) Sí, te quiero, incluso te deseo, siento esas ganas locas que me vuelvas a besar y de sentirte dentro de mí, ¡Sí, maldita, sea, sí, claro que me gustaría cometer una locura por una vez en mi vida! Lo llevo pensando todos estos días. Irme con el amor de vida. Sin embargo, Manuel, no puedo irme y menos ahora, en este momento. ¿Sabes cómo están las calles? El miedo está por todas partes, en cada puerta, en cada aldaba que suena en la madrugada, en cada voz, en cada grito y en cada paso que se da.
MANUEL: Ya lo sé.
FRANCISCO: No, no lo sabes. Yo salgo y palpo el miedo en las miradas, en los gestos. Ayer lo pensé, Manuel, me convertiré en ti.
MANUEL: ¿Qué dices? No te entiendo, Francisco.
FRANCISCO: Lo fácil es irme contigo y olvidarme del sufrimiento de los demás, de los que necesitan una mano amiga, un aliento y un consuelo antes el sufrimiento. ¿Tú que harías, amigo? (Manuel hace un amago de contestar, pero su amigo le hace un gesto para que no hable) No, no me la digas, porque ya sé la respuesta. No voy a huir como hice hace veinte años.
(Silencio.)
FRANCISCO: No voy a marchar contigo, Manuel. Sé que, si tu fueras yo, te quedarías y que harías lo imposible por ayudar a los demás, por eso te digo que yo seré tú. Por suerte, este hábito es un magnífico disfraz. Soy invisible ante ellos, antes los que están sembrando el terror. Alguien se tiene que quedar para ayudar a los más necesitados y ese seré yo.
MANUEL: Tienes razón, Francisco, ahora era más necesario que nunca. Sé que serás un refugio no solo espiritual para los represaliados.
FRANCISCO: Lo intentaré, Manuel, te juro que lo intentaré.

ESCENA V

(Un túnel oscuro, solo hay un candil con una luz mortecina, están Francisco y Manuel)
FRANCISCO: (Le da el candil a Manuel) Aquí nos despedimos, amigo. Sigue este túnel que te llevará al Convento de San Francisco. Allí hay un monje esperándote que te llevará junto con otros monjes. No te preocupes. Está todo arreglado.)
MANUEL: (Pone el candil en el suelo. Llora) Gracias, amigo, gracias. Ahora soy yo el que huye, el que se va para siempre.
(Los dos se abrazan con fuerza y Francisco le da un beso en la boca a Manuel)
FRANCISCO: Jamás te olvidaré, Manuel, te llevaré en mi corazón hasta el fin de mis días.
MANUEL: Sabes que yo también te llevo en mi corazón para siempre.
FRANCISCO: Vete, amigo, te están esperando.
MANUEL: (Coge el candil, lo levanta hasta la cara de su amigo y le sonríe.) Gracias.
(Manuel se aleja por el túnel. Francisco se queda en silencio viendo como su amigo se va y el escenario se va oscureciendo hasta que se queda completamente oscuro.)

OSCURO

26 mayo 2018

I love you, Axcana-25712

He knew his life cycle was coming to an end. He didn't know how much longer he had. That orange light that blinked next to the scaphoid indicated it.
He thought of Axcana-25712. I was only thinking about her, the time they were together, their smiles, their conversations, their neural kisses and their hypercellular sexual encounters, in which they became one being. He missed her so much.
However, Axcana-25712 ran out of time. He never understood the damn mathematical algorithm that controlled their lives and that was recalculated every moon cycle.
She was all that mattered. He wanted to get back together with her.. He didn't think twice. He activated his personal program and entered his quantum profile. He used the hacked key from the Central System of Limited Life Programming (SCPVL). There he was. Everything he had lived in the last 560 years. The most of those years he lived with Axcana-25712. He activated her vital videos and saw her, distant and intangible. He couldn't stop the crying. He left that segment and went to the Life Development segment. He activated the Deactivate Programmed Life Stayoption. He found that he had twenty years to live. The system requested the key. He introduced it and the system asked him:
"Are you sure you can disable Rothar-31459?"
"Rothar-31459 said yes."
The system began to recalculate, as he saw the light of his scaphoid begin to turn into an intense red. He began to lose consciousness and only thought about his beloved Axcana-25712, which was all he cared about.
Fuente de la imagen: Pixabay