22 diciembre 2010
21 diciembre 2010
18 diciembre 2010
¿Qué estoy leyendo?
Al final no pude con Reverte y su novela El Asedio, me pareció un tostón y muy lenta. Parecía que avanzaba por una ciénaga fangosa en la que no avanzaba ni un palmo. Me aburrí y cuando un libro me aburre, lo dejo.
Ahora estoy leyendo Bellísimas personas (2000 ), de Andreu Martín Farrero. Espero divertirme.
07 diciembre 2010
¿Qué he leído?
Mientras leía el Asedio de Reverte, cayó en mis manos este libro de Eduardo Punset, un libro interesantísimo sobre las claves que nos conducen a la felicidad.
03 diciembre 2010
Conversación con mi retrete
El otoño es la mejor época para recoger setas y en los montes cercanos a casa hay multitud de ellas. Así que aquel sábado salí muy temprano, con la sana intención de llenar mi cesta de mimbre con algunas de ellas. La mañana la pasé recorriendo el bosque en busca de las mejores. Antes del mediodía tenía suficientes para hacerme un buen plato de champiñones al ajillo acompañado de un excelente jamón ibérico.
Regresé a casa y me puse manos a la obra. Seleccioné las de mayor calidad, las lavé a conciencia y luego me puse a la faena culinaria.
Tomé buena cuenta del plato que había preparado. Después de media hora, comencé a sentirme raro, con una extraña sensación en el estómago. Pensé, en un primer momento, que podría tratarse de una intoxicación alimentaría; son muy frecuentes cuando comes setas. Me dirigí al cuarto de baño y me senté en el váter porque quería dar de vientre. Al cabo de unos instantes, oí una voz grave que retumbaba en toda la casa y que me decía:
—¿Podrías quitar tu peludo culo de mi blanca cabeza?
Me quedé paralizado. ¿Quién me estaba hablando? ¿El váter?
Intenté levantarme, pero no podía: una fuerza, que yo no controlaba, me mantenía pegado al retrete. Después el hueco del inodoro comenzó a abrirse, como si quisiera engullirme. Al poco, caí dentro y comencé a bajar por el desagüe, como si estuviese bajando por uno de esos toboganes que hay en los parques acuáticos, hasta que llegué a una pequeña estancia en la que, curiosamente, no había ni una gota de agua. Frente a mí estaba mi retrete, sentado en un sofá de color negro. No entendía nada en absoluto, no sabía qué me estaba ocurriendo y, en un momento determinado, el váter volvió a hablarme:
—Contigo quería yo hablar; por fin estamos cara a cara.
—¿Y de qué querías hablar conmigo? No suelo hablar con retretes —le dije.
—Ni yo con humanos. Pero ahora estamos frente a frente y me gustaría decirte una cosa. Estoy harto de que cada vez que te sientas a defecar, te vayas por las patas «p’abajo» y me dejes más negro que un tizón.
—Es normal, ¿no crees? Uno se sienta para lo que se sienta. No pretenderás que cague flores. Cada uno tiene que apechugar con lo que le toca en la vida, a ti te ha tocado ser retrete y a mí humano. En otra vida, pídete ser otra cosa, no sé, lavamanos, coche, jirafa. Yo que sé…
—Encima de guarro, insolente. Como si uno pudiera controlar el destino. El destino te viene dado; nada ni nadie lo controla. Serás estúpido…
—¿Entonces no crees en la reencarnación? —le pregunté.
—No, no creo. Los seres inertes no solemos tener ese tipo de inquietudes filosóficas, eso lo dejamos para los humanos, que tienden mucho a ese tipo de desvaríos.
—Pues lo tienes claro: cuando te sustituya por otro de último diseño, seguirás siendo un viejo retrete para toda la eternidad, ja, ja, ja, ja, ja, ja… Por lo menos, para curarte en salud, deberías creer en otra vida, como hacemos algunos humanos, que nos engañamos para vivir un poco mejor la vida que nos ha tocado. Ya sabes, eso de creer en el más allá, en la reencarnación, en el Nirvana… No sé si me entiendes —le intenté explicar.
—Yo soy muy pragmático, quizás sea por mi condición de loza fría. No lo sé. Quizás por eso, no me preocupo por el mañana, yo soy más «del Carpe Diem», y mi «vive el momento» se circunscribe al tiempo en que tú te sientas encima de mí. Ese es el momento que me preocupa, que es directamente proporcional a mi felicidad.
—¿Directamente proporcional a tu felicidad? —le pregunté con asombro.
—Me explico. Yo soy feliz cuando estoy limpio y reluciente. Cuando entras en el cuarto de baño mi felicidad se resiente, porque hay una posibilidad de que te sientes a defecar. Entonces soy infeliz por las razones que te expliqué al principio.
—¿Y qué quieres que haga? —le pregunté irritado.
—Que me ayudes a ser más feliz. Solo te pido que cuando termines de hacer tus necesidades, cojas la escobilla y me limpies, solo eso. Es que nunca lo haces.
—Ya sé que no lo hago, pero es que siempre voy con el tiempo justo. No puedo perderlo en tonterías.
—No son tonterías, para mí es una cosa muy seria.
Le iba a contestar, pero sentí unas ganas inmensas de dormir. Me acerqué a una alfombra que había junto al sofá en el que estaba sentado mi retrete, me tumbé y quedé dormido.
A la mañana siguiente me desperté acostado en la alfombra del baño, sin recordar muy bien lo que había pasado. Me levanté, abrí la nevera, saqué las setas que aún me quedaban y las clasifiqué. Conocía a la mayoría, pero había una que se me había escapado y que desconocía. La busqué en mi extraordinaria enciclopedia de micología: era una variedad de la Psilocybe semilanceata acreditada por sus efectos psicotrópicos. Ahí estaba la razón de mi conversación con el váter.
Antes de salir para el trabajo, sentí la necesidad de ir al baño, me senté en el retrete, di de cuerpo, tiré de la cisterna y salí corriendo porque llegaba tarde. Al llegar a la puerta, di media vuelta, me dirigí al baño, cogí la escobilla y limpié el frenazo negruzco que había dejado.
Desde ese día comprendí que los cuerpos inertes también tienen derecho a la felicidad.
También en:
26 noviembre 2010
23 noviembre 2010
El paisaje acabado
Sus jefes lo estaban esperando como agua de mayo. Él lo sabía y tenía que trabajar muy duro para tenerlo terminado en la fecha prevista. Pero aquel paisaje se le había atragantando de mala manera. No había forma de encajarlo en el juego de estrategia por ordenador en el que llevaba trabajando más de dos años. Faltaba algo en el paisaje, pero no sabía el qué.
El tiempo pasaba y la fecha de entrega le martilleaba la cabeza, como un mazo inexorable que le recordaba que tenía que acabarlo. Una madrugada fría encontró la solución.
A la mañana siguiente, llamó a sus jefes y los citó al mediodía para presentarles la maqueta. Todo estaba preparado. En la reunión les explicó, paso a paso, las interioridades del juego, sus particularidades, los trucos estratégicos y sus secretos. Hasta que llegó al paisaje con el que había estado trabajando y que tanto trabajo le había dado. Allí se detuvo y el semblante le cambió. Se acercó a la gran pantalla táctil en la que se desarrollaba el juego. Tocó el botón rojo que llevaba impresa la palabra Add, que tenía los bordes amarillos y el interior blanco. En un instante, sintió cómo su cuerpo se transmutaba, cómo cada átomo de su ser se trasformaba en millones de unos y ceros que se iban incorporando a la estructura interna del juego. Estaba dentro. Vio con claridad cómo sus jefes miraban atónitos, sin comprender nada de lo que estaba pasando. Siguió un pequeño sendero que lo llevaba hasta una casa que se parecía mucho a la suya. Entró por el garaje y se dirigió hacia un rincón lleno de ordenadores. Se sentó delante de uno de ellos, tecleó una serie de números y palabras y el juego fue desapareciendo de la gran pantalla, sin que los asombrados jefes pudieran hacer nada.
Nadie supo explicar lo que había ocurrido aquella mañana y, aún hoy, siguen buscando al programador desaparecido y al juego inacabado.ç
https://steemit.com/spanish/@moises-moran/el-juego-inacabado
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