02 marzo 2009

Una quimera cualquiera

Una quimera que se construye sobre la base de los sentimientos truncados en la infancia y que, por alguna razón que desconozco, ahora, después de haber cruzado los mares de la cuarentena, se presenta ante mi y toca a mi puerta. Y como suele suceder, mi puerta está abierta, y el cancerbero, que debía de estar ojo avizor y vigilante, se ha ido de copas, a no sé que antro, a buscar los néctares de alguna sibilina persona, mujer u hombre. Sinceramente desconozco los gustos suprasexuales de este perro guardián que me ha dejado tirado y más quemado que una colilla de los años cuarenta. ¿Qué les explique lo de la colilla? Vuelva usted mañana... Pero sigamos con esta ficción de abandono de juzgado de guardia y del deber indebido. Sí, es una redundancia, pero me gusta. Ahora estoy solo, con la sublime quimera y no sé que hacer con ella. Ganas tengo que hacerme una regresión hipnótica, de esas que te sale un ojo de la cara y parte del otro, para volver a la infancia y dejarla donde la encontré. Pero solo pensar en el palo económico-financiero, que haría tambalearse mi saneado equilibrio presupuestario, me retiro a las trincheras de la cofradía del puño, que siempre las tienen inmaculadas por si viene la crisis. Y ya en la trinchera vuelvo a abrazar a mi quimera y duermo con ella.
Nota: No intenten buscarle una explicación, porque no la tiene y si se la buscan, no olviden compartirla conmigo. Esto ha sido un simulacro.

12 febrero 2009

Los tres cerditos. Versión 1.0




Érase una vez tres cerditos. El mayor pidió un crédito de doscientos cincuenta mil euros para comprase un chalet de cuatrocientos metros cuadrados y un mercedes, el mediano solicitó trescientos mil euros de para comprar tres camiones, dos hormigoneras y unas acciones de un lobby estadounidense y el pequeño siguió viviendo en su pequeña casa, con su viejo coche y echándose los cortados en el bar de la esquina.

El hermano pequeño le dijo un día al mayor:

—¿No te parece que estás viviendo por encima de tus posibilidades? ¿Para que necesitas ese gran Chalet y ese gran coche? ¿Por qué no te conformas con tu pisito y tu Ibiza?

—Yo pienso a lo grande hermanito, no como tu, que siempre serás un muerto de hambre. Nunca has tenido aspiraciones. Yo lo gano bien y me lo puedo permitir. Algunos no pueden decir lo mismo.

—¿No recuerdas lo que padre nos decía? ¿Qué no nos echásemos a la boca lo que no pudiésemos masticar?

—Eso son cosas de viejo. Yo tengo una boca muy grande. – Le dijo sonriendo.

Al día siguiente se encontró con su otro hermano y le comentó:

—¿Por qué te has comprado esos tres camiones y las dos hormigoneras? ¿Realmente te hacen falta? ¿No ganabas lo suficiente para vivir con tu pequeña empresa de mantenimiento y construcción?

—Ay, hermanito, tu siempre tan corto de miras. Para poder crecer hay que invertir y arriesgar. El que no arriesga no gana.

—Si, en parte tienes razón, pero hay que nadar y saber guardar la ropa.

—Yo sé cuidar de mí mismo, hermanito. – Le dijo con cierto sarcasmo.

Pero un día llegó una loba feroz que no tenía piedad y que se llamaba “Crisis Mundial”. Se encontró con el cerdito mayor y de un soplido le arrebató el trabajo. Siguió soplando, y se quedó con el chalet, volvió a soplar y le quitó el Mercedes.

El hermano mayor corrió todo lo que pudo hasta la casa del hermano mediano buscando refugio, porque no tenía que comer y le daba vergüenza ir a casa del pequeño de sus hermanos.

Pero la loba tenía tanta hambre, que fue en busca del segundo cerdito. De un soplo paralizó la construcción en la ciudad, de otro, lo dejó sin empresa y otro, lo despojó de su casa, de sus acciones americanas, de los camiones y de las hormigoneras.

Los dos hermanos llegaron corriendo a casa de su hermano menor, asustados y llorando desconsolados, porque lo habían perdido todo; se lo había comido la loba “Crisis Mundial”.

—¡Hermanito, hermanito! ¡Ábrenos la puerta que nos persigue una loba feroz que nos ha dejado sin nada, ni siquiera para comer!

El hermano bajó raudo hacia el encuentro de sus hermanos. Le abrió la puerta y les dijo:

—Entrad, entrad, queridos hermanos, aquí estaremos seguros.

La loba no tardó en llegar a casa del más pequeño de los tres cerditos. Sopló y volvió a soplar pero poco pudo hacer la “Crisis Mundial”, porque el pequeño cerdito había seguido a raja tabla el viejo refrán que su padre le había dicho “nunca te eches a la boca un pan que no puedas masticar”. Así que, siguiendo este sabio consejo, se había comprado una casa que podía pagar, un coche de segunda mano y nunca había vivido por encima de sus posibilidades.

Moraleja…, bueno que cada cual saque su moraleja, yo he sacado la mia.


Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

10 febrero 2009

El atracador de la crisis

Fuente: Pixabay

Entró con un pasamontañas que le cubría toda la cara, un carro de la compra y una pistola de perdigones que daba perfectamente el pego y gritó:
- ¡Qué nadie se mueva! El que se mueva le meto un tiro entre ceja y ceja. No quiero ninguna tontería, ¿eh?, que tengo el dedo muy ligero y no vaya a ser que alguno acabe en una caja de pino finlandés sin tenerlo previsto.
El guardia de seguridad, viendo que la situación se agravaba, levantó el walki e intentó llamar a la central pero se encontró con la mirada del atracador que le dijo:

- Tú, chiquitín, no te hagas el valiente, que de esos está el cementerio lleno y los crematorios también. Apaga el walki, ponlo en el suelo y tíramelo hacia aquí.
El segurita no se lo pensó dos veces e hizo lo que le decía el atracador.
- Bueno, veo que todos estamos entendiendo el asunto. Yo quiero irme temprano y sin problemas. Si todos hacemos lo que está en el guión nos saldrá una película estupenda e incluso nos podemos llevar algún oscar.
El atracador miró alrededor, se dirigió a una de las estanterías en las que estaban todas las novelas del generó negro y le dijo a una de las empleadas:
- Mételas todas en el carro, sin dejar ni una, que te estoy vigilando de cerca y no quiero tener un problema contigo.
La empleada lo miró desconcertada y fue metiendo todos los libros de las tres estanterías que estaban dedicadas al género hasta que el carro se llenó.
El atracador miró a todos los clientes de establecimiento y les argumentó:
- No me miren asombrados, que sé que es raro que un atracador robe libros, pero cada uno tiene sus manías y sus vicios y yo soy un lector empedernido. Esta crisis terrible lleva a cualquiera a hacer cosas impensables hasta ayer a las tres. No saben ustedes lo bien que se pasan las mañanas y las tardes leyendo, mientras espero que me llamen del paro. El paro es menos paro y la crisis menos crisis.

Sin decir más, salió corriendo calle abajo, con el carro de la compra lleno de libros mientras en el centro comercial no daban crédito a lo que habían presenciado.

También en:
https://steemit.com/spanish/@moises-moran/el-atracador-de-la-crisis

Ha muerto Eluana

Como siempre me he levantado a la misma hora. Soy un puntual empedernido. Nunca he podido llegar tarde a ningún sitio, cosas de carácter y de la formación educacional o de yo que sé. Al único sitio que me gustaría llegar tarde, es al de mi muerte, pero mucho me temo, que seré igual de puntual.
Enciendo el televisor para enterarme de como va el mundo. Sigue igual, bueno con un puñal (daga quedaría más dramático, pero ya tenemos suficiente drama) en la espalda que se llama crisis internacional, que no hay forma de quitárselo, porque sencillamente nadie alcanza a su negra empuñadura para agarrarlo y arrancarlo.
De sopetón la presentadora del informativo dice que Eluana Englaro ha muerto. (¿Quién es Eluana Englaro? No me preguntes eso, a estas horas de la mañana) Tengo un sentimiento bastante contradictorio. Por una parte me siento feliz y por otra triste. Feliz porque por fin, esta mujer podrá descansar y dejar esta vida, que se la había planteado muy jodida desde que sufrió aquel fatal accidente. Una vida cuyo único lazo que la conectaba con el mundo que la rodeaba, era una fría sonda nasogástrica que la mantenía con vida. Y triste por todo el pollo que se ha montado a su alrededor, con los que estaban a favor de que la mantuviesen con vida hasta el fin de sus días, hasta que Dios Padre, hiciera el esperado milagro y, con su dedo divino, le devolviera la vida y con ella, su bellísima sonrisa. Y los otros, (yo soy uno de estos) que querían que la dejaran morir en paz porque nadie merece “vivir” encadenada a una sonda nasogástrica.

02 febrero 2009

Adiós, amigo



—¿Cómo fue hoy trabajo?
—El mismo rollo de siempre. Las mismas caras empanadas de todos los días. Estoy un poquito harto de esta historia. ¿Sabes? Estoy pensando en cambiar de trabajo.
—Bueno, bueno. Ya estás otra vez con ese guineo. Llevas quince años con la misma cantinela y al final, te levantas todos los días a la misma hora y como un corderito te vas a tu trabajo a soportar las impertinencias de tu jefe y las memeces de tus compañeros. Así que no me estés volviendo loco con tus historias para al final no hacer nada.
—Oye no te pases. Esta vez estoy hablando muy en serio. Ya va siendo hora de cambiar de trabajo y de vida. Romper con todo, ser libre y volar como una gaviota. Necesito un cambio. Aires nuevos.
—Jajajajajaja, como una gaviota. ¿Dónde vas a ir? Eres un muerto de hambre y seguirás siéndolo hasta que te mueras. ¿Pero no te has visto? ¿Qué has conseguido en la vida? Naaaaaaddaaaaa. Jajajajaja. Solo ser un miserable «correveydile». El rey de los mediocres. ¿Pero no ves que en tu trabajo nadie te respeta? Todos se ríen de ti a tus espaldas, pero tú no quieres verlo. Lo sabes, pero metes la cabeza en el water como un puto avestruz. Nunca has sido capaz de enfrentarte con esos capullos de mierda que están todo el santo día puteándote y riéndose de ti.
—¡No! ¡Cállate! ¡Idiota! ¡Siempre eres el mismo, siempre, maldito seas! No puedo contarte nada, porque acabas insultándome o dándome un sermón.
—¿Insultándote? ¿Dándote un sermón? No, amigo, no, diciéndote las verdades. Lo que pasa es que no te gusta oír la verdad. ¿Qué esperas? ¿Qué me quede aquí pasmado oyendo tus sandeces? Si no quieres oír lo que pienso, pues no vengas a verme. No pasa un maldito día sin que vengas aquí a molestarme con tus historias.
—Pero ¿No puedes quedarte ahí escuchándome como un buen amigo? Nooooo, siempre tienes algo que decir. Solo quiero que me escuches.
—¡Venga ya! Ya me conoces y nunca me quedaré callado porque estoy harto de atender tus milongas de quejica amargado. Nos conocemos hace mucho tiempo para me vengas a vender la moto porque tu nunca cambiarás y lo sabes. ¿O quieres que te recuerde la fábula de la rana y de escorpión?
—¡Dios! ¡Cállateeeee! No quiero escucharte. Déjame en paz.
—Sabes que no me voy a callar. Seguiré diciendo lo que me dé la gana.
—¡Noooooo, noooo, no quiero verte, vete de mi casa, no quiero verte!
—No me voy a ir, y lo sabes.
—Si te puedes ir, por lo menos por unos días.
—¿Qué vas a hacer? ¿En qué estás pensando? ¡No! No vuelvas hacerlo, porque más pronto que tarde volverás a buscarme con las orejas gachas y con el rabo en el culo. Reconócelo. No puedes estar sin mí.

—Si puedo estar sin ti, por lo menos por unos días, así que lárgate y déjame en paz. –Se dijo mirándose en el espejo, cogiendo el pequeño jarrón que tenía en el baño y rompiendo, en mil pedazos, el rostro que se reflejaba en él.

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27 enero 2009

Claudia, una historia de amor

Fuente de la imagen: Pixabay

Cuando la encontré, no pasaban más de las diez de la mañana. Yo perdía mi tiempo buceando entre el blanco y el negro de un periódico local, como hacía cada mañana en este o aquel bar.
—Buenos días ¿Qué va a tomar? —me preguntó con su voz musical.
—Un café solo —le contesté con frialdad sin apartar la vista del periódico.
—¿Algo más? —insistió con su voz cantarina.
Entonces levanté la cabeza para mirarla un instante y decirle lacónicamente, con mi habitual mal humor, que si no había entendido lo que le había dicho y que si hubiera querido algo más, se lo hubiera pedido.
Pero me tropecé con sus ojos. Unos ojos de un verde tan intenso y una belleza tal, que quedé enmudecido por unos instantes. El tiempo se congeló. Recordé aquel sublime sentimiento que enterré, hacía muchos años, bajo una pesada loza de fracaso y desamor. Volví a sentir como el pulso se me aceleraba ante la presencia de una mujer.
—¿Quiere algo más? —volvió a repetir con su voz melodiosa y con el dibujo de una arrebatadora sonrisa.
—Sí ¿Qué me puede ofrecer? —e pregunté sin dejar de mirarla mientras el rictus de una sonrisa jugaba a salir en mi cara.
—Tenemos…
—Bueno —la interrumpí— tráigame lo que usted quiera. Seguro que acertará.
—Ok
Observé como se perdía esquivando con maestría las mesas y a los despistados clientes que buscaban el servicio, hasta que volvió con un croissant vegetal que estaba riquísimo.
Salí del restaurante-bar en silencio, acompañado por el murmullo de las conversaciones, deseando volver a encontrarme con el verde de su mirada.
Al día siguiente volví buscando refugio, como un gato que se había perdido en una noche lluviosa, para volver a bañarme en aquel mar donde se escondían sus ojos. Me volvió a sonreír mientras me preguntaba que iba a tomar y yo le contesté que un café y «luego lo que tú quieras».
Después de ser un asiduo del restaurante, de pensar un día sí y otro también en aquella camarera y de soñar las mil y una formas de amarla, caí en la cuenta que no sabía cómo se llamaba. Me armé de valor. Siempre he sido un tímido patológico, una enfermedad que me ha convertido en un ermitaño. Pero me sobrepuse a mi patología endémica y le pregunté su nombre.
—Claudia, me llamo Claudia.
Claudia, se llamaba Claudia. Su nombre terminó por conquistar el último baluarte de resistencia que quedaba en mi corazón. Con mis manos, fui sacando los siete metros de tierra de la tumba en la que estaba enterrado mi amor, para que volviera a ver la luz.
Volví, volví, y volví durante los siguientes días, los siguientes meses y los siguientes años, solo por el placer de verla y disfrutar de aquella belleza que me embargaba y que me hacía, simplemente, sonreír.
La amé en silencio y en secreto, como un anacoreta. Porque yo solo necesitaba una gota del amor de su océano, una sonrisa de su tierna boca, el leve instante de su mirada apresurada o un leve roce de su mano para alimentar mi amor y levantarme cada día.

También en:

https://steemit.com/spanish/@moises-moran/claudia-una-historia-de-amor