04 junio 2018

Digital brother


In the end, they carried out their revenge, took us out of the squares, ripped off many pages and trampled us underfoot. Then they burned us. They said that we were subversive and that we put in their minds a thousand uncertain stories that went against the established order, but they forgot that we had a digital replica and, to that one, it is impossible to tear a page, trample it under foot or burn it. Books are a superior species. We evolve. Don't forget that.
Image source: pixabay

03 junio 2018

Perspectiva larga y estrecha

Ya les he comentado que admiro las perspectivas por que nos dan unos puntos de vista que desconocemos y que si aplicaríamos a la vida, deberíamos de buscarla para continuar nuestro camino con tranquilidad y sosiego.
I have already told you that I admire the perspectives because they give us points of view that we do not know and that if we would apply to life, we should look for it in order to continue our journey with peace and quiet.

02 junio 2018

No sin agua. Segunda parte

Para leer la primera parte: No sin agua. Primera parte
Yo sabía que la venta de agua era un magnífico negocio, pero nunca lo había visto de ese modo. Emeterio me estaba dando una visión que nunca me había planteado.
—¿Qué me está diciendo? Yo estoy estudiando ingeniería y nunca he oído hablar de nada de eso.
El viejo zahorí se bajó de su hamaca y se sentó a mi lado.
—Ni nunca lo oirás, Marla. Las compañías se preocupan de capar ese tipo de investigaciones. No les interesa. No te extrañes que los profesores estén comprados para que no haya investigaciones en ese sentido.
Pensé en lo que me estaba diciendo el zahorí y no le faltaba razón. No había leído ni visto ninguna investigación sobre el agua ni tampoco estaban en los planes de estudio de las universidades.
—Escucha, el método de la desalación del agua es su negocio y lo venden como el único método eficaz de satisfacer la demanda, pero es mentira. Solo la llevan hasta donde les es rentable, cuando pierden dinero, ya no quieren oír nada sobre el tema.
—A mi pueblo dicen que los acueductos llegarán en tres años.
—Mienten. Jamás llegarán. No es rentable. Lo que sí les es rentable son las cubas de agua que vienen desde la costa y así seguirán por muchos años, mientras haya quien las pague.
—Veo que usted sabe mucho de esto.
—Sí, llevo años estudiando, investigando porque tenía, tengo y tendré todo el tiempo del mundo.
—El panorama es muy negro.
El viejo zahorí se levantó con dificultad y se perdió por un pasillo de su casa. Al poco regresó con una carpeta azul y descolorida que estaba llena de papeles y se volvió a sentar junto a mí.
—La mayoría de los sistemas de obtención de agua, distintos a la desalación, son por condensación del aire, pero todos esos inventos los tienen las compañías, menos uno, el mío. Hace mucho tiempo que inventé un aparato que lograría sacar de cincuenta a setenta litros de agua al día mediante la condensación del aire. El sistema es sencillo y está formado por una torre de metro y medio, en cuyo interior hay una serie de láminas que tendrán una temperatura distinta a la del exterior, esa baja temperatura se consigue por medio de un pequeño molino de viento y una placa solar, que alimentará a un pequeño condensador que se encargará de mantener la diferencia de temperatura.
Me entregó las láminas del invento y lo revisé con mucho interés. Estaba muy bien explicado.
—Un prototipo muy interesante.
—¿Quieres sacarlo tú adelante?
—¿Yo? —le pregunté con asombro.
—Sí, no te preocupes por la patente, la pondré a tu nombre y tampoco por el dinero.
—¿Y por qué no lo ha puesto usted en marcha?
—Porque estoy viejo. ¿Sabes qué edad tengo?
Me quedé mirándolo durante unos instantes, intentando descubrir su edad, pero no pude.
—Tengo ciento diez años, Marla. Cuando diseñé este prototipo, la falta de agua no era tan acuciante como hoy; los acuíferos todavía daban agua. Yo sabía que algún día mi invento serviría para algo, así que lo patenté y lo guardé. Un día tocaron a mi puerta las compañías, querían comprarme la patente, pero les dije que no. Han venido muchas veces a intentar comprarla, pero siempre se han llevado un no por respuesta. Llevo muchos años buscando agua, fue mi medio de vida hasta hace muy poco y este prototipo es el legado que quiero entregar a la sociedad. Quizás estaba esperando el momento y ese día ha llegado, pero a mí me ha cogido viejo y cansado. Tú has venido a tocar a mi puerta preguntando por una forma de buscar agua, porque tu pueblo está pasando penurias por la falta de ella. Yo te ofrezco mi invento. Solo tienes que ponerlo en marcha. Eres joven y además ingeniera. ¿Qué más puedo pedir?
Me quedé en silencio, pensando en su propuesta. Era cierto que yo había llegado hasta su casa buscando una forma de buscar agua y también era cierto que me la estaba ofreciendo en bandeja, aunque fuese una fórmula distinta a la que yo pensaba.
—Yo te puedo asesorar. Tengo muchos amigos, incluso uno tiene una pequeña empresa que puede comenzar a producir los primeros aparatos, pero necesito que tú seas la que lidere el programa, la que organice el sistema de distribución, que la máquina llegue a todos hogares posibles, que sea una pequeña revolución, que el mundo vea que hay otra manera de acceder al agua y que sea universal.
—Esa es un gran responsabilidad. No sé si seré capaz —le dije con preocupación.
—Ya lo sé, pero te ayudaré. No te preocupes. Se podría hacer mediante una fundación sin ánimo de lucro, así no estarás sola en el proyecto.
—Sí, esa una buena idea e incluso podríamos invitar a la sociedad a participar en ella, para que seamos capaces de producir miles y miles de máquinas y entregarlas por el mundo. La podríamos llamar Fundación Zahorí, ¿qué le parece?
—¿Ves? A eso me refería yo. Tú tienes ideas y esa es magnífica.
Emeterio se detuvo delante de mí, sonrió y me dijo:
—Un nombre maravilloso, aunque tienes que prepararte.
Me miró sin decir nada.
—Prepararme, ¿para qué?
—Para una guerra dura y sucia. Las compañías acuíferas no se van a quedar paradas viendo como le quitamos su lucrativo negocio.
Pensé en lo que dijo Emeterio y no le faltaba razón. Las empresas del agua no nos lo iban a poner nada fácil, sin embargo había que actuar y yo estaba dispuesta a ello. Había llegado hasta allí buscando una solución y ya la tenía; solo hacía falta ponerla en marcha.
—¿Estás dispuesta?
—Sí, lo estoy —le dije aceptando un reto que podría cambiar mi vida.
El viejo zahorí me sonrió y me abrazó.

A la mañana siguiente me despedí de Emeterio con la duda razonable de que si todo lo que me había prometido se quedaría en agua de borrajas. Sin embargo, a los tres días, me llegó una notificación notarial para que aceptara el cambio de nombre de la patente y se me hizo entrega de una copia completa del prototipo registrado.
Estudié durante varios días los detalles del invento del zahorí y comprendí que el viejo buscador de agua había hecho un magnífico trabajo, pero había que fabricar una de esas máquinas y ponerlas en funcionamiento.
Fabricar la primera máquina no fue difícil porque el proyecto de mi amigo estaba bastante claro y pudimos tenerla en funcionamiento en menos de un mes, al tiempo constituimos la fundación y programamos la primera prueba en la plaza central de nuestro pueblo.
Allí estaba Emeterio, mi familia, muchísimos vecinos y yo. No cabía un alma en la plaza. El agua siempre despierta mucho interés y más cuando suponía un sustancioso ahorro para las familias que las alquilaran. Me subí al atril, expliqué cómo funcionaba la máquina, cómo sería el proceso del alquiler y que ese arrendamiento, sería mucho más barato del que estábamos pagando a la compañía.
Durante el tiempo que estuve hablando, la máquina fue capaz de sacar cinco litros de agua. Yo cogí un primer vaso. Lo levanté, lo observé con detalle y me tomé un buche. Luego me bebí el vaso de un trago. Estaba riquísima. Después comencé a entregar vasos a los vecinos que querían probar el agua y todos salieron más que satisfechos. Miré al viejo zahorí y le dije con una amplia sonrisa:
—Lo hemos conseguido, Emeterio. Su máquina funciona.
—Sí, hija, funciona. Tenemos que llenar el planeta de nuestras máquinas para que el agua no sea nunca más un problema para nadie.

La fundación Zahorí llegó a un acuerdo con una empresa nacional que se comprometió a tener las primeras máquinas en funcionamiento. En tres meses teníamos cien unidades que nos las quitaron de las manos y, en los siguientes tres, producimos otras cien más. La empresa que las producía se comprometió a aumentar la cadena de montaje, producir muchas más Zahoríes por mes y así se hizo, pero como me dijo Emeterio, las compañías movieron ficha.
Recibí la primera visita de una de las compañías, la más importante. Los recibí en mi despacho. Los había citado a primera hora de la mañana. Llegaron un hombre y una mujer de mediana edad, vestidos con carísimos trajes. Los invité a sentarse y les pregunté con una sonrisa:
—¿Qué desean?
—Me llamo Elisa Danfort y soy la Directora General de la División de Contingencias Externas de la Compañía AquaPangea y veníamos a decirles que el proyecto de su fundación es un muy interesante, pero se olvidan de que el agua es un producto y nos están haciendo competencia desleal.
—Usted se olvida de un detalle fundamental —le dije con una sonrisa—, nuestra compañía no vende agua, vendemos las Zahoríes, que producen agua, por tanto, tal competencia no existe. Por otra parte, no hay ninguna legislación que prohíba la producción de agua para el autoconsumo. Ese aspecto lo tienen claro, ¿verdad?
La mujer giró la cabeza y miró hacia el hombre.
—Sí —dijo el hombre mientras sacaba una tableta electrónica de su maletín negro—, nuestros asesores legales están estudiando ese aspecto, pero nos gustaría hacerle una propuesta de compra de la patente que sabemos que está a su nombre. Tenemos autorización para ofrecerle lo que usted nos pida.
Me acercó la tableta electrónica después de tocar cuatro veces en la pantalla y me dijo:
—Ahí tiene la página del banco que gestiona los pagos de nuestra compañía, solo tiene que poner una cifra, un número de cuenta y la transferencia será automática. ¿Qué me dice?
Desplacé la tableta hacia a él y le dije:
—La patente de la Zahorí no está en venta.
—Pero ese dinero le resolverá la vida a usted y a los suyos. No desaproveche la oportunidad que le estamos ofreciendo —volvió a insistir el hombre.
Pensé en lo que me decía y me pareció mezquino y repugnante. Me levanté y les dije:
—Esta conversación se ha terminado. Saben dónde está la salida.
El hombre se levantó y cogió sus cosas. La mujer permaneció sentada y mientras se levantaba me dijo:
—Sabíamos que no iba a entrar en razones. Sepa que acabo de dar la orden de que se presente una denuncia ante el tribunal de la competencia y hemos incluido en la demanda, como medida cautelar, que se paralice la producción y se confisquen todas las máquinas que han alquilado.
—Sí, ustedes tienen sus abogados y nosotros también tenemos los nuestros. Teníamos previsto esta contingencia, solo esperamos que nos cite el juez. Así que les ruego que se marchen y no vuelvan más por aquí.
A los pocos días recibimos la citación del juez. Nos movilizamos para tener una buena defensa y en cuarenta y ocho horas teníamos a diez letrados dispuestos a dejarse la piel por defender a nuestra fundación.
Como nos había anunciado la representante de la compañía AquaPangea, denunciaron a la Fundación Zahorí por competencia desleal, solicitaban la paralización cautelar de la producción y la incautación de todas las Zahoríes.
Llamé a Emeterio porque estaba preocupada por el proyecto y porque no sabía qué nos iba a deparar el futuro. Me contestó, pero se le veía cansado:
—Buenos días, Marla. ¿Algún problema?
—Sí, nos ha visitado una de las compañías del agua, AquaPangea, ¿la conoces?
—Sí, esa es la más poderosa, surgió de la reconversión de una petrolera que supo diversificar su negocio a principios del siglo XXI y se dedicó a comprar acuíferos, a invertir en la tecnología del agua y a comprar todas las patentes que existían.
—Me pusieron un cheque en blanco encima de la mesa para comprarnos la patente, pero lo rechacé y al cabo de un minuto me dijeron que habían presentado una demanda por competencia desleal.
—Sobre el papel no tienen nada que hacer, pero los rejos de las multinacionales llegan muy lejos y ese cheque en blanco puede estar en el cajón del despacho del juez. Tú sabes lo que tienes que hacer. Has demostrado tu valía y también lo vas a demostrar ahora.
—Gracias, Emeterio. Por cierto, te veo cansado, ¿qué te ocurre?
—La vejez, niña, la vejez, la medicina nos llevará hasta los ciento cuarenta años, pero ¿de qué forma? No te preocupes, céntrate en solventar el problema de la demanda.
—Así lo haré, amigo, pero cuídate —le contesté terminando la llamada.
Me quedé pensando en él, en sus más de cien años y en lo que había hecho porque el proyecto de las Zahoríes estuviera donde está. Lo sabía, sin su proyecto, nada de esto hubiera sido posible.

Nos presentamos en tiempo y forma en el juzgado. El juez escuchó el alegato del abogado principal de AquaPangea y luego del nuestro, que se sustentaba en que, nuestra fundación, no producía agua y por tanto la supuesta competencia desleal era inexistente. También alegamos que la paralización cautelar de la producción no era pertinente y que la incautación de las máquinas que teníamos alquiladas tampoco, porque la producción de agua para el autoconsumo era totalmente legal.
El juez, después de oírnos, decretó un receso de una hora y cuando volvió resolvió la demanda diciendo:
—Nadie duda que el agua, su producción y venta, es un negocio legítimo, aunque, en estos últimos tiempos, la venta de este bien universal se ha convertido en un negocio de usureros, donde solo prima el lucro desmedido, sin tener en cuenta, en muchos casos, que el acceso al agua tiene que ser universal y, a ser posible, gratuito o a un precio que los ciudadanos puedan pagar sin tener que vender un riñón, como en ocasiones ha ocurrido. La compañía AquaPangea nos presenta una demanda de competencia desleal y como bien plantea la parte demandada, no ha lugar, porque la Fundación Zahorí no produce agua y, si lo hiciera, la podría vender al precio que estimase e incluso regalarla, porque hace muchos años, el 28 de julio de 2010, la ONU, a través de la Resolución 64/292, reconoció explícitamente el derecho humano al agua y al saneamiento, reafirmando que el agua potable es esencial para la realización de todos los derechos humanos y esa resolución sigue vigente. Visto lo anterior, la demanda presentada no tiene ningún fundamento jurídico ni social. Por tanto, rechazo la demanda de la compañía AguaPangea y la condeno a pagar las costas de este proceso.
Dio dos golpes con su martillo de madera y cerró la sesión.
Nosotros saltamos de alegría por nuestra primera victoria frente a una de las grandes compañías, porque sabíamos que nos haría más fuerte.
Antes de irme, uno de nuestros abogados me dijo que el juez quería hablar conmigo. Sin dudarlo me fui a su despacho. Toqué y oí su voz que me invitaba a entrar. Entré, me dijo que me sentara y me dijo:
—No quiero robarle mucho tiempo, señorita. Solo quería felicitarla por la labor que está haciendo su fundación, que tiene un valor que en estos momentos no se tiene en cuenta, pero dentro de unos años, sí se valorará en su justa medida. Ustedes han puesto en jaque a todas las compañías que traficaban con este bien universal, ustedes han plantado cara y han hecho realidad esa resolución de la ONU.
Me quedé sorprendida y agradecida por las palabras del juez y le dije:
—Muchas gracias, señor juez, palabras como la suyas animan a seguir trabajando y luchando.
Salí de los juzgados satisfecha y llamé a Emeterio que estaba preocupado por el futuro de la fundación, pero no me contestó. Volví a insistir sin recibir respuesta. Pensé lo peor, llamé a la Central Hospitalaria preguntando por él y me dijeron que estaba en Centro de Recuperación para la Vejez de Aunpurn. Solicité un taxi y me dirigí hacia el centro hospitalario.
Después de pasar el control de seguridad, pregunté por mi amigo y subí a su habitación. Entré y lo encontré dormido. Me senté a su lado y esperé a que se despertara. Al cabo de una hora se despertó.
—¡Marla! ¿Qué sorpresa? —dijo arrastrando las palabras—. ¿Por qué te has molestado? Tienes que estar al frente del proyecto.
—Sí, en eso estoy, pero los amigos también son importantes y ahora toca estar aquí, Emeterio.
No dijo nada porque le costaba hablar y respiraba con mucha dificultad.
—¿Por qué no te ponen oxígeno? Estarás mejor.
—Sí, Marla, pero no quiero que una máquina me mantenga con vida; es hora de partir.
Se quedó en silencio, como pensando en sus palabras y después me preguntó:
—¿Cómo fue el juicio?
—Lo ganamos. El juez rechazó la demanda. Luego me llamó a su despacho, nos felicitó por nuestro proyecto y nos animó a presentar una demanda por usura contra las compañías acuíferas.
Sonrío y luego dijo:
—Ese es de los nuestros, niña. Algunos todavía tienen conciencia. Hemos hecho un buen trabajo, Marla. Me iré feliz, jamás pensé que vería mi proyecto hecho realidad. Cuando apareciste por mi casa, lo vi claro y el tiempo me ha dado la razón. Al final hemos puesto nuestro granito de arena para mejorar la vida de nuestros semejantes y eso es muy importante. Tendrás que seguir sola, pero sé que lo harás muy bien porque ya lo estás haciendo.
—Sí, hemos hecho un magnífico trabajo, sobre todo usted, Emeterio, sin su generosidad no estaríamos hablando de nada de esto y no me hable de seguir sola, formamos un buen equipo.
—Hemos trabajado en equipo y hemos conseguido nuestro objetivo. Eso es lo único que importa.
—Lo dejaré descansar, volveré en unos días.
—Sí, tengo que descansar y ven cuando quieras, pero céntrate en sacar los proyectos adelante.
Me despedí de él, le cogí las manos y las tenía muy frías. Le sonreí y me fui preocupada, con una extraña sensación en el cuerpo.
A la mañana siguiente me llamaron de la Central Hospitalaria y me comunicaron que Emeterio había muerto al amanecer.
Volví a Aunpurn, me hice cargo de los trámites de la incineración de su cuerpo porque no tenía familia y de todo el papeleo hereditario, en los que descubrí que había dejado sus bienes a la Fundación Zahorí, su último gesto de generosidad hacia sus semejantes.
Con el tiempo nuestra Fundación fue creciendo llegando a abaratar, al máximo, los costes de producción y, por tanto, los precios del alquiler de las Zahorís y produciendo una cantidad razonable de máquinas que envíabamos a todas las partes del mundo.
Con los años pudimos ir creando secciones de la Fundación Zahorí en todos los continentes y nos embarcamos en un proyecto, quizás el más importante de la fundación, que no era otro que el diseño, y la puesta en funcionamiento, de una máquina capaz de producir cien litros de agua por hora, a la que llamamos Emeterio, con la idea de entregarla, sin coste alguno, a los pueblos que no tuvieran acceso al agua potable.
Hoy, en mi pueblo, el agua no es un problema, logramos solventarlo gracias a Emeterio y a su proyecto. Seguimos trabajando para que el acceso al agua sea universal y gratuito. En eso estamos, será un trabajo duro, pero tenemos todo el tiempo del mundo, como decía mi viejo amigo el zahorí.

01 junio 2018

Esperando a que llegue el verano

Aún queda mucho para el verano y este cubo está en la orilla esperando a que llegue su verano.
There is still a long way to go before summer and this bucket is on the shore waiting for your summer to arrive.

31 mayo 2018

No sin agua. Primera parte

El historia que les presento es un cuento futurista que he dividido en dos partes para que pueda ser leído con tranquilidad y nos relata el problema que podemos tener con la gestión del agua si no actuamos con sentido común.

I

Me llamo Marla y en mi pueblo casi no quedaba agua. Sabíamos que la falta de agua era un problema muy serio, tanto, que a la entrada había una inmensa pantalla digital que contabilizaba los metros cúbicos que se gastaban minuto a minuto; era, según nuestro alcalde, una manera de tomar conciencia de lo importante que era el agua para nuestras vidas.
Lo cierto era que, desde que nacimos, éramos conscientes de lo fundamental que era el agua para nuestras vidas y no hacía falta ninguna pantalla digital para que supiésemos lo importante que era el líquido elemento.
Nuestra vida giraba en torno a ella, desde que nos levantábamos hasta que nos íbamos a la cama; el estaba presente en la mayor parte de nuestras actividades, porque, de una manera o de otra, nos recordaban que teníamos que usarla de forma consciente y limitada.
En mi pueblo siempre hubo problemas con el abastecimiento y los cortes en el suministro eran muy frecuentes, de una hora, de tres, de siete, hasta que empezaron a cortarla un día, tres, siete y quince.
Nos fuimos acostumbrando a los cortes y a ahorrar todo el agua que fuera posible, para que nos durara de corte en corte, llenando todos los recipientes que se pudieran llenar, bañeras, baldes, bidones, garrafas, botellas y palanganas.
La situación se hizo insostenible cuando la empresa que gestionaba el agua subió tanto los precios, que el agua se convirtió en un producto de lujo que pocos podían pagar y el pueblo no tuvo otra alternativa que echarse a la calle a protestar; se levantaron barricadas, se cortaron calles y nos enfrentamos contra las autoridades y la guerra del agua duró más de una semana hasta que por fin el gobierno central intervino.
El gobierno era consciente de que el agua se había convertido en uno de los problemas más graves que tenía que resolver, porque la falta de agua corriente no solo era un problema que afectaba a nuestro pueblo, sino que afectaba a muchos otros pueblos y, sobre todo, a las grandes ciudades, que sabían cómo resolver ese grave problema.
Al gobierno no le quedó otra alternativa que intervenir y sacó la primera Ley del Agua en la que se establecían los precios mínimos para intentar controlar la especulación, pero no valió de nada, porque las compañías buscaron fórmulas legales para seguir subiéndolos, basándose en que los costes de producción eran muy elevados y no había manera de bajar los precios si no había, de por medio, algún tipo de ayuda por parte del Estado.
Como casi siempre ocurre, la Ley del Agua no gustó a nadie y se la tachó de favorecer a los más pudientes y dejar de la mano de Dios a los más desfavorecidos que tenían que hacer mil y unas peripecias para gastar la menor agua posible, poder llegar a fin de mes y poder comer.
Lo cierto era que la ley venía a favorecer a los que más tenían y que se podían permitir el lujo de pagar los altísimos precios del agua. En cambio, los más pobres teníamos elegir entre comer o renunciar a unos litros de agua para poder llevar una vida digna.
Por ejemplo, en mi casa padecíamos, en carne propia, los problemas del agua porque mis padres tenían que elegir, un mes sí y otro también, entre tener agua corriente cada cinco o siete días o comer de manera digna y optaron por, no solo restringir el agua, sino también restringir la comida, porque si no lo hacíamos así la vida en mi casa sería insostenible.
Era duro tener que estar eligiendo sobre la comida o el agua; ambos elementos fundamentales para la vida, pero no había otro camino.
Sin embargo, la cuestión a la que nos enfrentábamos era diferente, porque jamás nos habíamos enfrentado a un futuro sin agua, y sin agua, no había futuro.
Nuestro pueblo estaba en el interior, a miles de kilómetros del mar, rodeado de interminables páramos y con un gran desierto al sur, que iba creciendo año a año y que amenazaba con tragárselo en unos años si no poníamos remedio.
En las ciudades y pueblos cercanos al mar habían solucionado el problema con las potabilizadoras, que transformaban el agua salada en agua potable, utilizando como motores los molinos gigantes de viento que combinaban con la energía del mar y la fotovoltaica, porque el petróleo se había agotado hacía más de treinta años.
Sabíamos que se habían construido acueductos que transportaban el agua desde el mar hacia el interior y que, incluso, se estaban utilizando los oleoductos y gasoductos para llevar el líquido elemento hacia los lugares donde el agua escaseaba. Habíamos visto y oído que habían logrado llevarla hasta poblaciones que estaban a ocho mil kilómetros, pero nuestro pueblo estaba demasiado lejos, quedó fuera de los planes quinquenales del gobierno central y prometieron que, en tres años, las tuberías llegarían a nuestras casas. Sin embargo, nosotros no podíamos esperar; teníamos que buscar una solución definitiva y económica.
En mi casa el problema parecía no importar. De alguna manera se aceptaba la situación y yo no estaba dispuesta a aceptarla. Así que una noche, después de una fuerte discusión con mis padres, subí a mi habitación y me senté en la cama, me puse las gafas del procesador y activé la pantalla gigante que se proyectó en la pared. Volví a hacer una búsqueda sobre las soluciones para buscar el agua y todas eran soluciones tecnológicas, muy caras y todas estaban en manos de las compañías. Seguí buscando hasta que encontré un vídeo en el que hablaban del problema del agua. Los visualicé hasta el final y allí había varios enlaces relacionados con el tema. Los leí todos, hasta que llegué a un enlace que se llamaba «Emeterio, el buscador de agua». Sentí curiosidad y lo abrí y me encontré con el vídeo de un anciano que tendría más de cien años, erguido como una caña de río, sonriente y que hablaba de su forma de buscar agua. Una fórmula bastante primitiva, pero efectiva y que, según él, nunca fallaba. Activé el geolocalizador y me lo ubicó a cien kilómetros de mi pueblo, hacia el sur, justo donde empezaba el desierto de Cleoorta. El pueblo de Emeterio se llamaba Aunpurn.
II
Busqué si el viejo tenía activado la vídeo llamada, pero no, no la tenía, así que me tocaba viajar a su pueblo para poder hablar con él. Sin pensarlo mucho, reservé un taxi sin conductor para la mañana siguiente y estaría en Aunpurn en quince minutos.
A la mañana siguiente cogí el taxi, volamos hacia Aunpurn y llegamos a la hora prevista. El pueblo parecía que había sido abandonado, aunque el censo decía que vivían trescientas personas, yo no las vi por ningún lado. Las casas estaban cerradas a cal y canto y no había ni un alma en la calle. Seguí las indicaciones de mis gafas digitales y caminé diez minutos hasta que llegué a las afueras del pueblo. El sistema operativo de las gafas me informó que había llegado a mi destino. Allí había una casa, distinta de las que había visto hasta el momento. Blanca, con una puerta azul, dos ventanas a los lados y otra ventana a escasos metros de la puerta. Me acerqué y al instante se activó una pantalla en la puerta azul que me preguntó que qué deseaba. Le dije al ordenador que quería hablar con el señor Emeterio. Esperé la respuesta, pero la puerta se abrió al instante y entré.
La estancia era minimalista, con los muebles indispensables, una hamaca al fondo de la estancia y muchos cojines gigantes por el suelo. La sala estaba iluminada por la claraboya gigante que había en el techo del salón. Se oía música, pero muy bajita. Distinguía un piano, una trompeta y la voz quebrada de una mujer. Esperé, pero al poco me dirigí despacio hacia el fondo, donde estaba la hamaca. Al llegar allí, pregunté:
—¿Señor Emeterio?
—Aquí estamos, señorita, aquí estamos.
Apareció por el fondo, caminando muy despacio y con un vaso lleno de agua.
—Aquí tiene un buen vaso de agua, con un chorrito de limón que le vendrá muy bien.
Cogí el vaso y me bebí el agua de un solo trago. Estaba fresca y distinta a la que solíamos beber en nuestro pueblo.
—Uhmm, está muy rica, sin ese sabor a tierra.
—Claro que sabe distinta, porque no es agua desalada. Es agua del pozo que está justo debajo de esta casa y del único acuífero que todavía no se ha secado. Es la mejor agua que vas a beber en mucho tiempo.
—Sí, lo sé y más en los tiempos que corren en los que el agua escasea tanto.
—¿Cómo te llamas y a qué debo el honor de tu visita?
—Me llamo Marla y he venido a que me enseñe a buscar agua, esa técnica que explica en los vídeos de Internet. No le robaré mucho tiempo.
El viejo se dirigió hacia la hamaca y se acostó en ella.
—No tengo inconveniente en enseñarte la técnica, pero no te servirá de nada. No hay agua que buscar. Los acuíferos están secos y hasta que no vuelva a llover no se llenarán. Hace muchos años, tú no habías nacido, los acuíferos se alimentaban de la nieve perpetua de las altas montañas, pero con el cambio climático y el calentamiento de la tierra, no hay nieve. Ahora solo dependemos de la lluvia y cada vez llueve menos.
Pensé en lo que me decía. Así era. Llovía dos veces al año. Caían dos gotas de agua y poco más. El clima había cambiado desde hacía mucho tiempo.
—Entonces no le molesto más. Gracias por recibirme. Llamaré a un taxi —le dije, después de dejar el vaso de agua sobre una mesa.
—Tendrás que quedarte aquí hasta mañana, porque se acerca una tormenta de arena.
—¿La tormenta es inminente?
—Sí, es de las gordas. No te preocupes, podrás dormir aquí y mañana podrás irte. Tengo una habitación de invitados. Así tendremos tiempo de hablar y contarte lo que sé.
—Lo siento, lo menos que quiero es molestar. Tendría que haber venido otro día.
—No importa. Estaremos bien. Puedes sentarte en uno de esos cojines.
Me senté en uno que estaba frente a la hamaca. Recordé que no les había dicho nada a mis padres, así que los llamé, les dije dónde estaba y que regresaría mañana.
—Asunto arreglado, me quedaré aquí esta noche.
—Entonces querías ser zahorí —me dijo con una sonrisa.
—Sí, que me enseñara a buscar agua. En mi pueblo lo estamos pasando muy mal. Las familias solo trabajan para pagar el agua. Ya casi no tenemos para otra cosa.
El zahorí se mantuvo en silencio durante un tiempo y luego me dijo:
—Sí, el agua es un negocio muy lucrativo. Antes lo era el petróleo. Muchas multinacionales lo han visto claro desde el principio y no se equivocaron.
—No entiendo qué quiere decir.
—Lo que quiero decir es que las compañías multinacionales del agua, esas que la desalan y la llevan por todo el mundo, las que han comprado los acuíferos y los pozos, a ellas no les interesa que haya un acceso universal y gratuito al agua. Es su negocio.
—Ese acceso universal y gratuito es una quimera, Emeterio. Todo el mundo lo sabe. Solo pueden producir agua las compañías.
—Ya pasó hace más de setenta años con el petróleo, cuando se acabó comenzaron a salir toda clase de motores que funcionaban con aire comprimido, con electricidad, con luz solar, con agua, con hidrógeno, etcétera, etcétera. Esos motores estaban inventados cuando todavía había petróleo, pero las petroleras compraron sus patentes para explotarlas en el futuro y es lo que están haciendo con el agua. Hoy por hoy hay sistemas para producir agua a escala local, es decir, sistemas capaces de producir cuarenta o cincuenta litros de agua diarios, pero las compañías han comprado las patentes y nadie las puede producir ni vender. El agua es un negocio muy lucrativo tanto o más que el petróleo porque podemos vivir sin energía eléctrica, pero no sin agua.

30 mayo 2018

Posando en la bicicleta

No hay mejor manera de posar que en una bicicleta; tiene su encanto.
There is no better way to pose than on a bicycle; it has its charm.

29 mayo 2018

Añorando los paseos del verano

Todas las estaciones tienen su encanto, pero yo, prefiero la primavera y el verano, por aquello de disfrutar de la playa del sol, del mar, de los atardeceres y de la tranquilidad.
All seasons have their charm, but I prefer spring and summer to enjoy the beach of the sun, the sea, sunsets and tranquility.