01 abril 2015

Aforismo nº 7

Con la verdad eres tú y con la mentira eres solo un payaso.

31 marzo 2015

Los siete pecados capitales del escritor


  1. No intentar escribir todos los días.
  2. No leer.
  3. Creer que ya lo sabes todo y que no tienes nada que aprender.
  4. No corregir lo que has escrito.
  5. No aceptar las críticas constructivas.
  6. Pensar que eres el centro del universo.
  7. Darte por vencido.

29 marzo 2015

Enojo y daño

enojo
Alguien me enseñó que el entrenamiento emocional es tan importante como que el entrenamiento físico, que, con una adecuada gestión emocional, somos capaces de controlar lo que no nos gusta. Sin embargo, en muchas ocasiones nos dejamos llevar por el enojo y dejamos que la ira nos transforme sin ser capaces de controlarla y nos convierta en seres desconocidos y deleznables.
Lo cierto es que sí la podemos controlar, porque sabemos, perfectamente, dónde está, porque la conocemos muy bien porque vive con nosotros desde hace mucho tiempo. La tenemos fichada y la reconocemos cuando comienza a asomar la patita.
Y la podemos controlar, solo tenemos que atarla en corto, decirle:
Aquí mando yo y tú te vas a quedar en tu cueva por un tiempo; hoy no te toca salir.
Aunque para llegar a esto hace falta entrenamiento, conocernos bien y saber cuando estamos en ese punto en que la ira está preparada para salir por nuestra boca, porque, como digo, la podemos controlar; si no lo hacemos el daño puede ser irreparable y, si lo pensamos con frialdad, no vale la pena enojarse y, más, si cuando lo hacemos vamos a producir daño a otra persona.
Ya saben algunas fórmulas contrastadas; contar hasta diez, concentrarse en la respiración, pensar en algo que nos gusta mucho o simplemente darse la vuelta a coger un poco de aire.
Y las fórmulas para dejar fuera de juego a nuestra ira; el ejercicio físico, la meditación, el humor, la diversión, el sexo, la lectura, la humildad, la comprensión, el respeto, la empatía, la solidaridad y, por supuesto, el amor.

23 marzo 2015

¿Qué he leído? Pasado perfecto de Leonardo Padura

Ayer terminé  Pasado perfecto de Leonardo Padura un libro interesante, que te da un visión de la cuba de los finales de los años ochenta, en la que el teniente Mario Conde intenta averiguar la desaparición de cargo del partido, Rafael Morín. Me gustó la forma que tiene Leonardo Padura de relatar, con una prosa cercana y, muchas veces, provocadora, añadiéndole unas pinceladas de la realidad de la sociedad cubana.


FICHA TÉCNICA:
Editorial: TusQuets
Páginas: 240 pág.

Resumen (Fuente: canarias.ebiblio.es/)
El primer fin de semana de 1989 una insistente llamada de teléfono arranca de su resaca al teniente Mario Conde, un policía escéptico y desengañado. El Viejo, su jefe en la Central, le llama para encargarle un misterioso y urgente caso: Rafael Morín, jefe de la Empresa de Importaciones y Exportaciones del Ministerio de Industrias, falta de su domicilio desde el día de Año Nuevo. Quiere el azar que el desaparecido sea un ex compañero de estudios de Conde, un tipo que ya entonces, aun acatando las normas establecidas, se destacaba por su brillantez y autodisciplina. Por si fuera poco, este caso enfrenta al teniente con el recuerdo de su antiguo amor por la joven Tamara, ahora casada con Morín. «El Conde» –así le conocen sus amigos–, irá descubriendo que el aparente pasado perfecto sobre el que Rafael Morín ha ido labrando su brillante carrera ocultaba ya sus sombras.

22 marzo 2015

Aforismo nº 4

No hay hombres fieles, sino hombres sin oportunidades.

Construyendo un microrrelato

Me dijeron que usara las palabras postre, rojo, sonrisas, lágrimas y noticias, y escribí: «Cuando llegué, el postre ya no estaba allí» Muy «monterrosiano»... Luego escribí «Encontramos un postre a medio comer, un revólver en el suelo rojo, un cuerpo ensangrentado en el sillón y la tele encendida con las últimas noticias...» Demasiado negro y escribí: «Recordé la servilleta con el dibujo de sus labios de carmín rojo, sus sonrisas y mis lágrimas, el postre que más le gustaba y sus veinte años de ausencia...» Muy romántico-trágico. ¿Cuántas palabras tengo? Cien, me contesté. Pues se acabó el microrrelato.