
13 noviembre 2009
11 noviembre 2009
Sabes mejor que nadie que me engañaste
Aquel día, se levantó más temprano que de costumbre, porque un desasosiego indescriptible, le hizo abrir los ojos como platos a las cinco de la mañana y que venía aderezado con aquella presión en la boca del estómago que se podía palpar con las manos. Su mujer dormía a su lado, por eso se levantó despacio, para no despertarla, se vistió en la oscuridad, fue a la cocina y desayunó en silencio mientras oía el noticiero de la radio nacional. Cuando acabó, bajó al garaje, se subió a su coche y salió a la calle. Todo era diferente a esa hora, porque la ciudad se transformaba en la madrugada, las personas eran diferentes, los coches, las luces, los parques, hasta las sombras eran diferentes y solo los gatos permanecían inalterables, porque ellos eran los dueños de la noche.
En su trabajo, el día transcurrió como todo los días, pero con la sombra de aquel desasosiego que le anegaba el alma y aquella losa en la boca del estómago. Pero a eso de medía mañana, se empezó a sentir mal, habló con su jefe y volvió a su casa.
Cuando llegó no encontró a su mujer. Miró su reloj, eran las once de la mañana. Cogió su teléfono móvil y la llamó. Apagado o fuera de cobertura, le había dicho aquella voz impersonal y binaria. Estará con su amiga Rita, pensó. Buscó en la agenda el número de Rita, la llamó y esta le contesto:
-No, conmigo no está Sabino, pero lo curioso es que tampoco localizo a Andrés. Llevo tres horas como una loca intentando localizarlo y no hay manera. Sabes, es que quedé con el para que ayudara a medir las ventanas para hacerme unas cortinas para nuestro nuevo piso. ¿Tú me podrías echar una mano? Claro, si no tienes nada mejor que hacer.
-Bueno, si no hay que hacer muchos esfuerzos. Es que no me encuentro muy bien.
-Pues vale, te paso a buscar en cinco minutos. Te hago una perdida, y bajas.
Después de seis minutos, recibió la llamada perdida y bajó. Durante el trayecto hacia el piso de Rita y Andres, estuvieron hablando de como les iba la vida y Sabino le preguntó que cuando pensaban casarse y ella le contestó que por lo pronto tenían que ir poco a poco amueblando el piso y que después ya se vería.
Cuando llegaron, subieron hasta el noveno piso, Rita sacó las llaves, y se extrañó de que no tuviera todas las vueltas. Al entrar oyó gemidos y gritos que provenían de la alcoba que solo hacia dos días que había comprado. Entró preguntando quién estaba ahí, seguida de Sabino. Se fueron acercando hasta la habitación principal, y se encontraron con la mujer de Sabino sentada a horcajadas encima Andrés que al verlos, se levantaron quedando como Dios los trajo al mundo. Sabino miró a su mujer, sin decir nada se dio la vuelta y se fue, mientras oía los gritos de Rita que utilizaba todo su diccionario barriobajero para insultar a su futuro esposo. También oyó como su nombre se perdía en el eco de aquellas habitaciones vacías, Sabino, Sabino, Sabino... No esperó al ascensor, bajó las escaleras como buscando una explicación a todo aquello, pero no la encontró. Su mujer con Andrés, no se lo podía creer. Ahora comprendía muchas cosas, justamente ahora. Recordó aquel día, en que ella le presentó a un viejo amigo, Andrés y su flamante nueva novia, Rita. Aquellas miradas, aquellas roces, aquellas palabras; ahora todo encajaba, pieza a pieza, como el más perfecto de los puzles.
También en:
https://steemit.com/spanish/@moises-moran/sabes-mejor-que-nadie-que-me-enganaste
En su trabajo, el día transcurrió como todo los días, pero con la sombra de aquel desasosiego que le anegaba el alma y aquella losa en la boca del estómago. Pero a eso de medía mañana, se empezó a sentir mal, habló con su jefe y volvió a su casa.
Cuando llegó no encontró a su mujer. Miró su reloj, eran las once de la mañana. Cogió su teléfono móvil y la llamó. Apagado o fuera de cobertura, le había dicho aquella voz impersonal y binaria. Estará con su amiga Rita, pensó. Buscó en la agenda el número de Rita, la llamó y esta le contesto:
-No, conmigo no está Sabino, pero lo curioso es que tampoco localizo a Andrés. Llevo tres horas como una loca intentando localizarlo y no hay manera. Sabes, es que quedé con el para que ayudara a medir las ventanas para hacerme unas cortinas para nuestro nuevo piso. ¿Tú me podrías echar una mano? Claro, si no tienes nada mejor que hacer.
-Bueno, si no hay que hacer muchos esfuerzos. Es que no me encuentro muy bien.
-Pues vale, te paso a buscar en cinco minutos. Te hago una perdida, y bajas.
Después de seis minutos, recibió la llamada perdida y bajó. Durante el trayecto hacia el piso de Rita y Andres, estuvieron hablando de como les iba la vida y Sabino le preguntó que cuando pensaban casarse y ella le contestó que por lo pronto tenían que ir poco a poco amueblando el piso y que después ya se vería.
Cuando llegaron, subieron hasta el noveno piso, Rita sacó las llaves, y se extrañó de que no tuviera todas las vueltas. Al entrar oyó gemidos y gritos que provenían de la alcoba que solo hacia dos días que había comprado. Entró preguntando quién estaba ahí, seguida de Sabino. Se fueron acercando hasta la habitación principal, y se encontraron con la mujer de Sabino sentada a horcajadas encima Andrés que al verlos, se levantaron quedando como Dios los trajo al mundo. Sabino miró a su mujer, sin decir nada se dio la vuelta y se fue, mientras oía los gritos de Rita que utilizaba todo su diccionario barriobajero para insultar a su futuro esposo. También oyó como su nombre se perdía en el eco de aquellas habitaciones vacías, Sabino, Sabino, Sabino... No esperó al ascensor, bajó las escaleras como buscando una explicación a todo aquello, pero no la encontró. Su mujer con Andrés, no se lo podía creer. Ahora comprendía muchas cosas, justamente ahora. Recordó aquel día, en que ella le presentó a un viejo amigo, Andrés y su flamante nueva novia, Rita. Aquellas miradas, aquellas roces, aquellas palabras; ahora todo encajaba, pieza a pieza, como el más perfecto de los puzles.
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06 noviembre 2009
Siempre quedará Manolo
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Galería White Cube |
Marcia había llegado a los cuarenta, soltera, habiendo vivido una vida tranquila y sin muchos sobresaltos. Nunca se le habían conocido novios, ni amigos con derecho a roce, ni folloamigos ni siquiera amantes oficiales, ni nada que se le pareciera. Las malas y viperinas lenguas del barrio, decían que su soltería se debía a su tendencia secreta por la pasión lésbica y que, de madrugada, cuando los gatos maullaban por la calle veintidós, ella salía en busca de los besos y las caricias de las amazonas del puerto.
Pero Marcia, sí tenía un amante, uno secreto, y se llamaba Manolo. Era fiel, discreto, poco hablador, apenas susurraba, nunca preguntaba nada y siempre estaba dispuesto a llevarla hasta aquellos lugares donde ningún hombre, todavía, había sido capaz de llevarla, hasta el éxtasis total, hasta la locura o hasta el nirvana sexual.
Manolo sabía que puntos de su cuerpo tocar y lo hacía con suprema maestría. Sin decir una palabra, se movía como pez en el agua, jugando en su entrepierna, haciendo los movimientos exactos y precisos, ni uno más ni uno menos, hasta conseguir que todo su cuerpo se estremeciera de tal forma, que no tenía otro remedio que soltar un gran grito de placer cuando le llegaban aquel conjunto de orgasmos, uno detrás de otro.
Pero un día, Marcia, decidió salir en busca de otras aventuras sexuales, porque simplemente quería saber si podía alcanzar, con otros amantes, el placer que le daba Manolo.
Sin dudarlo mucho, se tiró a la busca y captura de nuevos amantes, y le fue fácil, porque los hombres siempre están dispuestos a meterla en caliente, sin muchos miramientos. Probó con uno, luego con otro, así, hasta llegar a la veintena y siempre con el mismo resultado; ninguno daba la talla de Manolo, no le llegaban ni a la zuela del zapato.
Llegaba cada noche abatida y triste, mientras Manolo dormía en la oscuridad de la noche, en silencio y esperando el tacto caliente de su fiel Marcia, que por esta vez, no llegaba.
Marcia empezó a preocuparse, no podía ser que solo Manolo lograra satisfacerla y que no hubiera un solo hombre en el mundo que pudiera, si quiera, hacerla llegar a un puto orgasmo.
Incluso, se preguntó, si estaría encoñada a las caricias de Manolo, si era una sexoadicta o vaya usted a saber.
Con este desasosiego que la embargaba, pidió cita con una sexóloga, le expuso su caso y esta le comentó, que era algo extraño y que se podía deber, al carácter puramente sexual de Manolo, que de alguna forma, la predisponía física y mentalmente, a alcanzar el orgasmo.
Marcia no entendió nada de nada y cuando llegó a su casa, se tumbó en su cama en la oscuridad y mirando hacia el techo. Se desnudó despacio y mientras lo hacía, buscaba el roce de sus manos con cada parte erógena de su cuerpo. Sintió como su sexo se humedecía, abrió la piernas de manera inconsciente, a largo la mano, abrió el cajón de su mesilla de noche, para buscar a Manolo que la esperaba impacientemente debajo del tanga rojo de encaje. Lo agarró con fuerza, apretó el pequeño botonsito azul y lo puso en marcha. Se lo llevó a la boca, lo chupó con lascivia, sintiendo sus agradables vibraciones, se lo pasó por su cara, por su cuello, por sus pezones, bajando poco a poco, hasta llegar a su vagina, para finalizar introduciéndolo y terminar diciendo:
- ¿Qué haría yo sin ti, Manolo?
También en:
https://steemit.com/spanish/@moises-moran/siempre-quedara-manolo

Manolo sabía que puntos de su cuerpo tocar y lo hacía con suprema maestría. Sin decir una palabra, se movía como pez en el agua, jugando en su entrepierna, haciendo los movimientos exactos y precisos, ni uno más ni uno menos, hasta conseguir que todo su cuerpo se estremeciera de tal forma, que no tenía otro remedio que soltar un gran grito de placer cuando le llegaban aquel conjunto de orgasmos, uno detrás de otro.
Pero un día, Marcia, decidió salir en busca de otras aventuras sexuales, porque simplemente quería saber si podía alcanzar, con otros amantes, el placer que le daba Manolo.
Sin dudarlo mucho, se tiró a la busca y captura de nuevos amantes, y le fue fácil, porque los hombres siempre están dispuestos a meterla en caliente, sin muchos miramientos. Probó con uno, luego con otro, así, hasta llegar a la veintena y siempre con el mismo resultado; ninguno daba la talla de Manolo, no le llegaban ni a la zuela del zapato.
Llegaba cada noche abatida y triste, mientras Manolo dormía en la oscuridad de la noche, en silencio y esperando el tacto caliente de su fiel Marcia, que por esta vez, no llegaba.
Marcia empezó a preocuparse, no podía ser que solo Manolo lograra satisfacerla y que no hubiera un solo hombre en el mundo que pudiera, si quiera, hacerla llegar a un puto orgasmo.
Incluso, se preguntó, si estaría encoñada a las caricias de Manolo, si era una sexoadicta o vaya usted a saber.
Con este desasosiego que la embargaba, pidió cita con una sexóloga, le expuso su caso y esta le comentó, que era algo extraño y que se podía deber, al carácter puramente sexual de Manolo, que de alguna forma, la predisponía física y mentalmente, a alcanzar el orgasmo.
Marcia no entendió nada de nada y cuando llegó a su casa, se tumbó en su cama en la oscuridad y mirando hacia el techo. Se desnudó despacio y mientras lo hacía, buscaba el roce de sus manos con cada parte erógena de su cuerpo. Sintió como su sexo se humedecía, abrió la piernas de manera inconsciente, a largo la mano, abrió el cajón de su mesilla de noche, para buscar a Manolo que la esperaba impacientemente debajo del tanga rojo de encaje. Lo agarró con fuerza, apretó el pequeño botonsito azul y lo puso en marcha. Se lo llevó a la boca, lo chupó con lascivia, sintiendo sus agradables vibraciones, se lo pasó por su cara, por su cuello, por sus pezones, bajando poco a poco, hasta llegar a su vagina, para finalizar introduciéndolo y terminar diciendo:
- ¿Qué haría yo sin ti, Manolo?
También en:
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03 noviembre 2009
Todo por una llamada
Cuando Candelaria descolgó el teléfono, se disponía a llamar a su hermana para contarle que la cosa no iba bien con Manolo, que era un carajo a la vela, un pasmarote con más menos vida que un fósil del Sahara y que lo iba a mandar a tomar viento fresco porque ella necesitaba un hombre que le diera un poquito más de vida y, por qué no, un poco más de caña. Marcó el número de su hermana de memoria, comenzó a oír los tonos monocordes que escupía el aparato, hasta que alguien contestó al otro lado de la línea y era evidente que no era su hermana, porque, Macarena, no tenía esa voz masculina tan sensual.
-Creo que me he equivocado -dijo en tono de disculpa
-¿Sí? A veces las líneas o nuestra memoria nos la juegan.
-En este caso, ni una cosa ni otra. Creo que mi dedo índice ha tenido un delirio de anarquía y ha reivindicado su derecho a tocar la tecla que le ha dado la gana.
-Mal asunto ese, así empiezan las revueltas revolucionarias, con uno que quiere libertad, se le suman los otros y con el tiempo, tendrás en tu mano, la República Independiente de Manolandia.
-Jajajajajajaja, sí, sí, pero espero que no ocurra, no quiero verme en una guerra por controlar las revueltas en mis manos. Hoy por hoy, no tengo ganas de guerra, más bien de paz y amor. O mejor, el cuerpo me pide más haz el amor y no la guerra.
-Entonces eres de mi equipo. Yo también prefiero más lo uno que lo otro. Antes de que cortes la conversación y te pierda para siempre ¿Cómo te llamas?
-Cande.
-¿Cande, de Candelaria?
-Sí. Can-de-la-ria.
-¡Joder! Como mi abuela.
-Sí, es un nombre de abuela. No sé en quien estaba pensando mi madre. Quizás en su abuela, que era tinerfeña.
-Yo me llamo Noé, y no soy veterinario.
-Jajajajajaja. Pues, tu nombre, es, es....peculiar. Me gusta. No conozco a nadie que se llame así. No sé, pega mucho con tu voz.
- ¿Mi voz? ¿Qué le pasa a mi voz?
- Es muy bíblica.
-Muy bíblica. Mira, es la primera vez que me lo dicen.
-Pues sí, me gusta mucho tu voz.
-Gracias. Oye, ya tengo que cortar, pero déjame que anote tu número. Es que aparece aquí en la pantallita digital. ¿Puedo llamarte otro día?
-Uhmmm, -dijo dubitativa- claro que sí, porque no. Definitivamente este ha sido un día diferente y como dicen por ahí, cuando se cierra una puerta, en otro lugar se abre otra.
-Sí, muy cierto. Pero eso de las puertas, me lo tienes que explicar otro día.
-Claro, claro.
-Pues eso, corto y cierro.
-Vale, hasta otra, Cande.
-Eso mismo, Noé, hasta mejor ver.
Oyó el clic seco cuando Noé cortó la comunicación. Se quedó unos instantes pensando sobre lo que había ocurrido, sonrió pensando que la vida está llena de casualidades y que ya tenía algo más que contarle a su hermana, aparte de la carta de despido, finiquito incluido, que tenía que darle a Manolo.
-Creo que me he equivocado -dijo en tono de disculpa
-¿Sí? A veces las líneas o nuestra memoria nos la juegan.
-En este caso, ni una cosa ni otra. Creo que mi dedo índice ha tenido un delirio de anarquía y ha reivindicado su derecho a tocar la tecla que le ha dado la gana.
-Mal asunto ese, así empiezan las revueltas revolucionarias, con uno que quiere libertad, se le suman los otros y con el tiempo, tendrás en tu mano, la República Independiente de Manolandia.
-Jajajajajajaja, sí, sí, pero espero que no ocurra, no quiero verme en una guerra por controlar las revueltas en mis manos. Hoy por hoy, no tengo ganas de guerra, más bien de paz y amor. O mejor, el cuerpo me pide más haz el amor y no la guerra.
-Entonces eres de mi equipo. Yo también prefiero más lo uno que lo otro. Antes de que cortes la conversación y te pierda para siempre ¿Cómo te llamas?
-Cande.
-¿Cande, de Candelaria?
-Sí. Can-de-la-ria.
-¡Joder! Como mi abuela.
-Sí, es un nombre de abuela. No sé en quien estaba pensando mi madre. Quizás en su abuela, que era tinerfeña.
-Yo me llamo Noé, y no soy veterinario.
-Jajajajajaja. Pues, tu nombre, es, es....peculiar. Me gusta. No conozco a nadie que se llame así. No sé, pega mucho con tu voz.
- ¿Mi voz? ¿Qué le pasa a mi voz?
- Es muy bíblica.
-Muy bíblica. Mira, es la primera vez que me lo dicen.
-Pues sí, me gusta mucho tu voz.
-Gracias. Oye, ya tengo que cortar, pero déjame que anote tu número. Es que aparece aquí en la pantallita digital. ¿Puedo llamarte otro día?
-Uhmmm, -dijo dubitativa- claro que sí, porque no. Definitivamente este ha sido un día diferente y como dicen por ahí, cuando se cierra una puerta, en otro lugar se abre otra.
-Sí, muy cierto. Pero eso de las puertas, me lo tienes que explicar otro día.
-Claro, claro.
-Pues eso, corto y cierro.
-Vale, hasta otra, Cande.
-Eso mismo, Noé, hasta mejor ver.
Oyó el clic seco cuando Noé cortó la comunicación. Se quedó unos instantes pensando sobre lo que había ocurrido, sonrió pensando que la vida está llena de casualidades y que ya tenía algo más que contarle a su hermana, aparte de la carta de despido, finiquito incluido, que tenía que darle a Manolo.
También en:
https://steemit.com/spanish/@moises-moran/una-llamada-da-para-mucho26 octubre 2009
El cuarto oscuro
Ariel buscó el papel donde tenía anotado la dirección. Se puso sus gafas de cerca y se arrimó a una farola para ver con claridad el lugar exacto del pub «Encuentros». Después de caminar unos minutos, encontró la calle y buscó el número 33. Desde lejos pudo ver el Pub que estaba franqueado por un gran cartel luminoso y una gran bandera multicolor. En un primer acercamiento, pasó de largo mirando con el rabillo del ojo el ambiente que había en la puerta, en la que había, tres o cuatro chicos que hablaban y se reían abiertamente. Al llegar a la esquina de la calle, giró sobre si mismo y volvió a pasar por delante del pub. Unos de los chicos, que lo venía observando desde hacia unos minutos, le dijo:
-¡Guapo! ¡Qué no mordemos!
Justo en ese momento, Ariel se detuvo, se giró, miró al chico y sonrió. Volvió sobre sus pasos decidido a entrar en el pub. Cuando estaba en la puerta, el chico al que le había sonreído, le dijo:
-Guau, guau ¿Si quieres puedo ser tu perrito?
Él le volvió a sonreír, al tiempo que bajaba las escaleras. Al entrar, tuvo que esperar unos minutos hasta que sus ojos se fueran adaptando a la semioscuridad del local Gay. Cuando se habían acostumbrado a la penumbra, pudo ver todo el ambiente que crecía a sus alrededores, con cantidad de parejas abrazadas que se besaban y se acariciaban. En un primer instante, los nervios y el pudor de los años de silencio, lo atenazaron. Pidió un Whisky con dos piedras de hielo. Siguió observando todo ese mundo que estaba descubriendo, las miradas cómplices, los besos lejanos, las sonrisas intencionadas y las caricias furtivas.
Cuando el tercer Whisky estaba sobre la barra, el joven que había visto en la entrada se le acercó y el dijo:
-¿Qué? ¿Más tranquilo? ¿Es la primera vez?
-Sí, digamos que soy virgen en todos los sentidos -dijo, llevado en volandas por los efluvios del alcohol y el deseo.
-¿Virgen? ¡Madre del Amor Hermoso!
- ¿Hay cuarto oscuro?
-Sí, pillin, sí hay.
-Pues llévame.
-Sígueme, Santa Virgen del Armario .
Ariel lo siguió, atravesando todo la sala, observado por casi todos los presentes que sonrían a su paso. Llegaron a la entrada y el chico le dijo:
- Relájate y déjate llevar por los sentidos. Sobre todo no hagas nada que no quieras hacer. Sé tu mismo.
El chico se le acercó lo suficiente para ver el intenso azul de sus ojos y sin esperarlo, le dió un pico en los labios. En ese instante su cuerpo se estremeció como nunca lo había hecho y, sin pensarlo más, entró en el cuarto oscuro.
No veía nada, estaba en la oscuridad más absoluta. Su corazón empezó a palpitarle como un caballo desbocado, hasta que sintió el cálido roce de unos labios, la húmeda caricia de una lengua que buscaba la suya, una mano que jugaba con su cara y otras que le tocaban cada centímetro de su cuerpo. Dejó en libertad los deseos ocultos y se dejó llevar por aquel nuevo ser que llevaba dentro y que, por primera vez, veía la luz, una luz tan clara como el día.
También en:
https://steemit.com/spanish/@moises-moran/el-cuarto-oscuro
16 octubre 2009
La vecina del décimo noveno
Me acerqué a sus labios carnosos, los besé con pasión desesperada, mientras mis manos arrancaban su sujetador negro en busca de sus pezones tiernos, bajé hacia ellos y los acaricié. Ella, me miró, cogió mi cabeza y se la llevó a sus pechos, yo, como un sediento, los mordí, los besé, mientras gemía y me decía cosas en francés. Me arrodillé, levanté su minifalda y ella abrió lentamente sus piernas, invitándome a mojarme en los efluvios del placer. Acerqué mi boca, tanto, que pude sentir el calor del volcán que ardía entre sus piernas. Mis dedos, cual maestros de danza, bailaban al son de los movimientos de su cadera y mi lengua, no pudo resistirse a perderse en el rojo pasión de su entrepierna hasta que gritó de placer justo en el momento en que oímos un sonido inconfundible: habíamos llegado al decimonoveno piso en nuestro ascensor.
También en:
https://steemit.com/spanish/@moises-moran/la-vecina-del-decimo-noveno
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