17 julio 2009

Relato sobre un cuadro de Antonio Padrón "Niño con barco"


Ayer se celebró la primera parte de la séptima edición de "Escritos a Padrón" en el museo que lleva su nombre. Yo participé con el relato basado en el cuadro denominado "Niño con barco"que a continuación expongo, espero que les guste.


Mario llegaba todos los veranos a la playa de Boca-barranco para pasar las vacaciones con sus padres, después de estar el curso académico internado en un colegio especial para ciegos que la ONCE tenía en Barcelona.
Cuando llegaba a la playa, tomaba asiento en su silla, con su camiseta blanca de manga hueca y su pantalón corto color vino. Se sentaba junto a la pequeña cabaña de su padre, a un lado, los cabos y los aparejos, a otro, las barquillas de pesca y en frente, el mar. Ese mar que había estado ahí desde que tenía uso de razón y que lo acompañaba con aquel sonido tan particular cuando las olas rompían. Una música que él distinguía perfectamente. “No había una ola igual”, se decía. Y aquel olor a marisma, a marisco y a ceba que llenaba toda la playa cuando bajaba la marea que le llegaba hasta el alma cuando inspiraba profundamente.
Todos los días acariciaba con delicadeza el barquito de vela latina que le había hecho su abuelo, con su casco rojo, el timón, la palanca y su vela blanca. Recorría, con las yemas de sus dedos, cada elemento para conocer su textura, su forma e intentar imaginárselo navegando por ese mar que sólo oía.
No muy lejos, Pedro lo observaba con detenimiento, mientras reparaba sus redes de pesca. Pedro era un joven pescador muy experimentado, que desde los cinco años se había embarcado con su padre para faenar en las costas cercanas.
Él lo había visto crecer desde que su padre lo trajo por primera vez, cuando ya empezaba a dar sus primeros pasos por la arena de la playa.
Había oído que el pequeño Mario había nacido sin ojos, debido a una malformación congénita, muy rara, llamada anoftalmia bilateral, según le había comentado su padre en alguna ocasión.
Al pescador siempre le había llamado la atención la manera que se pasaba las horas muertas acariciando el barquito de vela y como, en un momento dado, levantaba la cabeza y se quedaba durante unos minutos como si realmente pudiera ver el mar.
Una mañana soleada se acercó a Mario y le preguntó:
— ¿Te gustaría navegar? ¿Subirte a mi barco? No es a vela, pero como si lo fuera.
— ¿Quién eres? Tu voz me es muy conocida.
—Soy Pedro.
—Ah sí, Pedro, el pescador.
—El mismo que calza y anda.
—Te oigo hablar cuando llegas, quejándote que cada día hay menos pesca.
—Sí. Los pescadores estamos todo el santo día refunfuñando. Pero ese es otro asunto. Yo lo que quiero saber es si aceptas mi propuesta de salir conmigo a pescar mañana o pasado. ¿Qué me contestas?
—No sé, Pedro, yo sería más un estorbo que una ayuda.
—Jajajajaja. No te preocupes por eso amigo, los he visto peores. Yo solo quiero que te subas a mi barco, y si no te gusta, pues viramos y te vuelvo a dejar en la playita. Sin compromiso.
—Tendré que hablar con mi padre. No le gusta que ande haciendo locuras.
—Pescar no es ninguna locura. No te preocupes por tu padre. Yo hablaré con él. Si tú quieres navegar, navegaras. ¿Entonces?
—Probaremos. Pero primero habrá que hablar con mi padre.
—Pues eso. Ya te diré algo.
Sin pensarlo mucho, Pedro fue a buscar al padre de Mario que se encontraba ayudando a recoger un trasmallo al otro lado de la playa.
— ¡Lorenzo! ¡Lorenzo! - Lo llamó de un grito.
El pescador se acercó hasta el lugar en el que se encontraba el padre del niño.
— Hola Pedro ¿Qué pasó?
—Hola Lorenzo. No, no pasa nada, sino que he estado hablando con tu hijo y me gustaría llevarlo a pescar mañana.
—No sé Pedro. Sabes la dificultad que tiene y no quiero problemas.
—A ver, ya lo tengo todo pensado. No vamos a ir muy lejos. Solo a recoger unas nasas y echarnos unos lances. Le pondré el chaleco salvavidas para que estés más tranquilo. Si quieres puedes venir con nosotros y así lo controlarás tu mismo. Yo sé que tu hijo esta deseando subirse a un barco. Llevo muchos días observándolo como acaricia el barquito de madera y como se queda ensimismado escuchando como rompe el mar en la orilla. No lo puedes tener toda la vida en una urna de cristal.
—Ya. Por eso lo mandé a Barcelona, porque quiero que se haga un hombre y que aprenda a valerse por si solo, a pesar de las dificultades que le genera su discapacidad.
—Pues mejor me lo pintas. No se hable más. Mañana a las siete te quiero ver aquí. Saldremos al amanecer. No te vas a arrepentir. —Dijo con determinación el pescador.
Lorenzo asintió con el silencio y una pequeña sonrisa.
Pedro salió corriendo hacia el lugar donde estaba Mario y jadeando le dijo:
—Buenas noticias amigo. Mañana a navegar.
— ¿Sí? ¿Te lo ha dicho mi padre? - Preguntó con incredibilidad.
—Sí. Incluso se viene con nosotros. Así que mañana prepárate para un día de pesca que seguro que no será el último.
—Gracias, Pedro. ¡Por fin voy a navegar! —Dijo con una sonrisa de emoción.
A la mañana siguiente, a la hora indicada, todos estaban preparados en la orilla de la playa. Pedro dijo con entusiasmo:
—Todos a bordo.
Entre él y Lorenzo ayudaron al niño a subir al pequeño bote pesquero. Subió con cierta dificultad y se sentó en la popa cerca del timón. Ante esta situación Pedro le dijo:
—Ya veo que eliges el mejor sitio. Justo al lado del timón. ¿No querrás que el primer día te deje llevar mi barco?
—No, no, no sé ni donde estoy.
—Bueno, señores pasajeros, prepárense que partimos de inmediato rumbo noroeste. Lorenzo, en el tambucho de popa hay un chaleco. Sácalo y pónselo a tu hijo.
—Yo me quedo Pedro —le dijo al mismo tiempo que le colocaba a su hijo el salvavidas— Creo que esta experiencia la tiene que vivir él solito y sé que contigo está totalmente seguro.
—Gracias por la confianza. No le pasará nada.
Lorenzo ayudó a introducir el barco hasta donde había suficiente fondo para poner el motor en marcha.
Ya en alta mar, solo había que ver la cara de felicidad que tenía Mario para saber que estaba disfrutando como nunca lo había hecho.
Pronto llegaron al punto donde querían comenzar la pesca. Pedro le empezó a explicar a Mario como pescar, diciéndole:
—Para ti va a ser fácil, porque en la pesca el sentido más importante es el tacto y tú seguro que lo tienes muy desarrollado. Es sencillo. Ahora te voy a dar el anzuelo, cógelo con cuidado porque te puedes hacer daño, la punta está muy afilada. A tu izquierda está el balde con la carnada, son pequeños peces, coge uno y engánchalo en el anzuelo.
Mario, sin decir nada, siguió con detenimiento las instrucciones del pescador hasta que tuvo la caña preparada.
—Ahora viene lo más complicado, pero seguro que tú lo superas sin problemas. Levanta la caña y lanza la carnada al agua.
Viendo que tenía alguna dificultad, Pedro se puso detrás de él, le indicó como hacerlo y el niño lo cogió a la primera.
—Bueno ya tienes la carnada en el agua, ahora tienes que estar muy atento a tu sentido del tacto porque los peces te darán un pequeño tirón y cuando esto ocurra tienes que tirar hacia arriba con la caña. El tirón es similar a esto – Le dijo tirando un poquito del nylon.
A partir de ese momento comenzó a pescar y después de unos instantes Mario comentó:
—Creo que están empezando a picar. Siento unos pequeños toques.
—Eso es campeón. Ahora tienes que seleccionar en que toque tienes que tirar hacia arriba. ¡Suerte!
Al cabo de unos minutos el niño tiró de la caña, se le dobló y gritó:
— ¡Creo que ya tengo uno! Jajajaja. ¡Tengo uno!
— ¡Bien! Ahora con mucho cuidado súbelo a cubierta. Yo estaré atento para cogerlo.
A partir de aquí, comenzaron a coger peces uno detrás de otro hasta que tuvieron suficiente y Pedro le comentó:
—Lo sabía. Sabía que serías un gran pescador. Tienes un don especial para esto de la pesca. Eso se ve a primera vista.
—Gracias, Pedro.
—Bueno, pues después del trabajo viene el descanso, así que vámonos para tierra.
— ¿Quieres llevar el timón?
¿El timón? ¿Has olvidado que soy ciego?
—Bueno, yo seré tus ojos. Además el mar es muy grande, así que todo será muy fácil. Lo primero ponte a mi lado.
Mario, con la ayuda de junto del pescador, se colocó a su lado y este continuó con las instrucciones:
—Ahora estás en la popa del barco, que está detrás, en la que está el timón. Tu derecha se llama estribor y tu izquierda, babor. ¿Alguna duda?
—No, ninguna.
—Pues toma la caña y a navegar.
Mario cogió la caña con su mano derecha y preguntó:
¿Y ahora qué?
Pues yo te iré diciendo. Recuerda, estribor, llevas la caña a tu derecha, babor, la caña a la izquierda. ¿De acuerdo?
De acuerdo.
El pescador puso el motor en marcha. Mario sintió perfectamente las vibraciones en la caña del timón, la brisa en su rostro y supo que ya estaban en marcha.
Después de estar un rato navegando, y mientras hablaban distraídamente, Pedro le dijo:
Mario, ahora lleva la caña hacia estribor, despacio, para poner rumbo a la playa.
El niño ejecutó la maniobra con delicadeza hasta que el pequeño barco pesquero comenzó a virar. Mario sintió como la brisa cambiaba de dirección y le acariciaba la cara, hasta que oyó como Pedro le decía:
—Ahora lleva el timón hacia el centro, y mantenlo ahí hasta que yo te diga.
Mario fue siguiendo todas las instrucciones que le iba dando el pescador hasta que llegaron, al atardecer, a las cercanías de la playa. A partir de aquí, Pedro cogió el timón para poder meter el barco entre el resto de embarcaciones y fondearlo.
En la orilla, el padre de Mario esperaba impaciente y había visto perfectamente como su hijo era el que había traído el barco hasta las inmediaciones de la playa. Se sentía orgulloso.
Al desembarcar todos tenían una sonrisa dibujada en el rostro, pero sobre todos, Mario, que le comentó a su padre emocionado:
— ¡Papá! Ya sé pescar. He cogido muchos peces y además Pedro me ha dejado llevar el barco un montón de rato. Ha sido una experiencia increíble. Mañana me gustaría volver a embarcarme. ¿Puedo papá? ¿Puedo? —Preguntó el niño con insistencia.
—Eso no depende de mí. Sino de Pedro. —Le dijo mirando al pescador.
—Yo encantado de que vengas a pescar todos los días. Contigo tengo el futuro garantizado. —Manifestó sonriendo— No te imaginas lo buen pescador que es tu hijo.
—Pues no se hable más. —Dijo Lorenzo —mañana otra vez a pescar.
—Gracias papá, gracias.
Al día siguiente volvieron a encontrarse a la misma hora, como la mayoría de los días de aquel caluroso verano, en los que, Mario y Pedro salían a pescar juntos.
Bien entrado septiembre, el verano estaba llegando a su fin. Mientras pescaban el niño le dijo al pescador:
El lunes regreso a Barcelona, para seguir mis estudios. Solo quería agradecerte lo que has hecho este verano por mí. Jamás había pasado un verano tan divertido.
¿Pero si hemos estado trabajando como negros?
Sí, pero ha sido un trabajo divertido. He aprendido mucho. Gracias Pedro.
Espero contar contigo el próximo verano.
Ya estoy contando las horas. Si por mí fuera, me quedaría aquí, pero primero son los estudios…como dice mi padre.
Y no le falta razón. Ven y dame un abrazo.
Se fundieron en un abrazo, mientras el Sol se perdía por las montañas del noroeste de Gran Canaria.


También en:

https://steemit.com/spanish/@moises-moran/el-nino-y-el-barco


29 junio 2009

Mi relato "En B" en Literatura libre

El portal Literatura libre me ha vuelto a publicar un relato, en esta ocasión el relato publicado "En B". Espero que les guste.

18 junio 2009

Presentación Libro "VOLUNTAD Y PALABRA" Libro del Taller de Escritura 2008 de Ámbito Cultural Coordinado por Marisol Llano Azcárate



Ayer, Ediciones Idea y El Corte Inglés presentaron el libro "Voluntad y palabra". En dicho libro se recogen un conjunto de relatos de 41 nuevos narradores (entre los cuales me encuentro yo) del Taller de Escritura 2008 de Ámbito Cultural que estuvo coordinado por Marisol Llano.


¡Anímate a leerlo, te sorprenderá!

04 junio 2009

Te perdí

Cuando te vi entrar, yo viajaba entre los versos de veinte poemas de amor y una canción desesperada, levanté la cabeza y nuestras miradas se cruzaron en un instante. Me volví a sumergir en los cálidos poemas de Neruda, teniendo, ya, grabado el verde de tus ojos en mi alma. Te acercaste hasta mí y te sentaste a mi lado. Volví a levantar la cabeza, abandonando de nuevo los versos de Neftalí, me encontré con tu sonrisa, con aquel arrebatador cuerpo que jugaba a esconderse debajo de un hermoso traje de lino blanco, me dijiste hola y yo no supe que decir, sólo quería admirar tu belleza, volviste a insistir, hola, pero ya estaba perdido en el abismo de tu hermosura. Alguien tocó el timbre, tenía que bajarme en la siguiente parada de la guagua. Me levanté, te miré, me sonreíste y te perdí para siempre.

02 junio 2009

En B



Incluso en aquellos angustiosos momentos, el señor Zaisberger creía tenerlo todo bajo control. Pero eso no era del todo cierto. Tenía tras de sí a cinco policías daneses, que esperaban con impaciencia que les dijera dónde estaba el libro de contabilidad “B” de Dan Malgenderson.
Christen Zaisberger era el contable de Malgenderson, un conocido mafioso que controlaba todos los hilos del juego ilegal, las drogas y la prostitución de la ciudad de Copenhague.
Arrodillado frente a la estantería y mientras hacía que buscaba el condenado libro, repetía, en su cabeza, la corta conversación que había tenido con Dan:
—Ese libro es como tu vida, Christen; si lo pierdes, estás muerto; si lo entregas a la policía, estás muerto. No habrá sitio en el mundo en el que puedas esconderte. Al final te encontraré.
—No se preocupe. Llegado el caso, lo protegeré con mi vida —le había contestado el contable.
Christen no tenía ninguna duda del lugar donde estaba escondido el libro de contabilidad, junto a la Smith & Wesson calibre 38 con cachas de marfil, y con un tambor de cinco balas que le había dado Gustav, “por si las cosas se ponen feas”.
Después de media hora de búsqueda, se levantó para intentar salir de aquel atolladero, diciéndole al Inspector Peter Holberg:
—Mucho me temo que el dichoso libro me lo han robado, porque no hay manera de encontrarlo.
—Déjate de cuentos, gusano. Sabes muy bien donde está el libro. Si no lo encuentras tú, lo haremos nosotros. Nuestros muchachos pondrán patas arriba toda esta pocilga y te aseguro que daremos con él. Si nos lo entregas, seremos condescendientes; en caso contrario, todo el peso de la Ley te golpeará en tu mandíbula como un mazo de hierro.
El contable se quedó unos instantes valorando lo que le había dicho el Inspector Holberg y volvió a hincar las rodillas en el suelo enmoquetado de su biblioteca, para seguir interpretando la pantomima de la búsqueda del libro. La paciencia del Inspector tenía un límite y se le estaba acabando.
Sin saber muy bien por qué, pensó en su mujer Martha y en sus hijos Lars y Greta. En el caso de que él faltara, su futuro económico estaría totalmente resuelto con los tres millones y medio de euros que tenía en el Banc Internacional d´Andorra, un dinero que había tomado prestado, con el paso de los años, de los fondos de la mafia.
La voz del Inspector lo devolvió a la realidad.
—Esto está pasando de castaño oscuro... No vamos a estar aquí todo el día.
Estuvo algunos minutos más haciendo como que buscaba el libro, mientras que los cinco policías parloteaban distraídos, observando de reojo lo que hacía Christen. El contable se fue desplazando hacia la parte izquierda de su biblioteca hasta llegar al punto exacto donde se encontraba el pequeño libro de contabilidad de tapas negras, en el que estaban todas y cada una de las operaciones delictivas de Malgenderson. Apretó el botón azul que ponía en funcionamiento el mecanismo que accionaba, de forma automática, la apertura de la pequeña caja fuerte empotrada detrás de las obras completas de los escritores rusos Dostoievski, Chejov y Tolstoi. Con disimulo, metió su mano sudorosa y temblorosa hasta tocar el revólver, lo sacó rápidamente y se lo colocó en el cinto, sin que los policías se percataran de ello. A continuación cogió el libro, se levantó, intentando que las desbocadas palpitaciones de su corazón no hicieran que su voz temblara y dijo en voz alta:
—Aquí está el maldito libro.
—Bueno, parece que al fin apareció. ¿Lo ves que cuando se quiere se puede? —le dijo Holberg al mismo tiempo que alargaba la mano y cogía el libro.
Todos los policías hicieron un corrillo alrededor del Inspector pensando que, al final, habían dado con la prueba definitiva que llevaría a la cárcel al hampón más perseguido de Dinamarca.
Por unos instantes, entre comentarios y risas, los agentes se olvidaron del enjuto contable. En ese momento, él cogió el revólver en sus manos y pensó: “¿Pero qué vas a hacer?, ¿disparar?, ¿matar a sangre fría a cinco policías? Eres un contable y no un maldito asesino. Las miradas del Inspector y de Christen se cruzaron durante un segundo, momento que este aprovechó para sacar su Smith & Wesson del 38 y empezar a disparar. El primer tiro fue a la cabeza del Peter Holberg, que cayó de bruces soltando el libro; los otros cuatro policías no tuvieron tiempo de reaccionar ya que, cuando lo hicieron, las balas de la 38 Smith & Wesson, habían destrozado sus cabezas.
Después del último disparo apareció Gustav, que había estado escondido en todo momento detrás de la estantería. Se miraron y sin decirle nada, el contable cogió el libro y el revólver, los introdujo en su cartera de cuero negro, y se dirigió corriendo hacia la parte trasera de su casa, seguido de Gustav. Entró en la habitación de su hijo Lars, saltó por la ventana que daba al garaje, entró, cogió las llaves de la Harley-Davidson, se montó en ella y de una patada la puso en marcha. El ronco motor de la motocicleta resonó en toda la casa mientras los tres policías que estaban fuera subían las escaleras después de haber oído los cinco disparos.
Gustav se plantó delante de él y le dijo con una sonrisa:
—Has hecho un buen trabajo. Jamás pensé que fueras capaz de hacer algo así.
— ¿Qué hacías en mi casa? —le preguntó el contable.
—Vine a buscar el libro. Nos habían dado un soplo, pero los maderos se me adelantaron.
—Bueno, pues ya lo tenemos. Sube, que los policías no tardarán en llegar.
—Sí, pero no he concluido el trabajo. Queda un fleco que cortar —le espetó Gustav, quien llevó la mano a la altura del riñón derecho, sacó una Star de nueve milímetros y le apuntó directamente al corazón.
—No creo que seas capaz, Gustav. He cumplido con mi parte, he protegido el libro.
—El señor Malgenderson jamás se ha fiado de ti, aunque, después de lo que has hecho hoy, es para hacerlo..., pero Dan nunca lo sabrá, sólo conocerá que yo, arriesgando mi vida, he protegido la seguridad de la organización, he acabado con la vida de cinco policías y la tuya, claro. Las órdenes son las órdenes y hay que cumplirlas —le dijo antes de descargar el cargador de la Star en el corazón del contable, sin darle la oportunidad de decir ni una palabra.
Gustav apartó el cadáver de Christen, recogió el maletín ensangrentado, subió a la Harley y abrió gas a fondo, pensando que el trabajo le había salido redondo.

También en:
https://steemit.com/spanish/@moises-moran/la-caja-b

21 mayo 2009