04 junio 2009

Te perdí

Cuando te vi entrar, yo viajaba entre los versos de veinte poemas de amor y una canción desesperada, levanté la cabeza y nuestras miradas se cruzaron en un instante. Me volví a sumergir en los cálidos poemas de Neruda, teniendo, ya, grabado el verde de tus ojos en mi alma. Te acercaste hasta mí y te sentaste a mi lado. Volví a levantar la cabeza, abandonando de nuevo los versos de Neftalí, me encontré con tu sonrisa, con aquel arrebatador cuerpo que jugaba a esconderse debajo de un hermoso traje de lino blanco, me dijiste hola y yo no supe que decir, sólo quería admirar tu belleza, volviste a insistir, hola, pero ya estaba perdido en el abismo de tu hermosura. Alguien tocó el timbre, tenía que bajarme en la siguiente parada de la guagua. Me levanté, te miré, me sonreíste y te perdí para siempre.

02 junio 2009

En B



Incluso en aquellos angustiosos momentos, el señor Zaisberger creía tenerlo todo bajo control. Pero eso no era del todo cierto. Tenía tras de sí a cinco policías daneses, que esperaban con impaciencia que les dijera dónde estaba el libro de contabilidad “B” de Dan Malgenderson.
Christen Zaisberger era el contable de Malgenderson, un conocido mafioso que controlaba todos los hilos del juego ilegal, las drogas y la prostitución de la ciudad de Copenhague.
Arrodillado frente a la estantería y mientras hacía que buscaba el condenado libro, repetía, en su cabeza, la corta conversación que había tenido con Dan:
—Ese libro es como tu vida, Christen; si lo pierdes, estás muerto; si lo entregas a la policía, estás muerto. No habrá sitio en el mundo en el que puedas esconderte. Al final te encontraré.
—No se preocupe. Llegado el caso, lo protegeré con mi vida —le había contestado el contable.
Christen no tenía ninguna duda del lugar donde estaba escondido el libro de contabilidad, junto a la Smith & Wesson calibre 38 con cachas de marfil, y con un tambor de cinco balas que le había dado Gustav, “por si las cosas se ponen feas”.
Después de media hora de búsqueda, se levantó para intentar salir de aquel atolladero, diciéndole al Inspector Peter Holberg:
—Mucho me temo que el dichoso libro me lo han robado, porque no hay manera de encontrarlo.
—Déjate de cuentos, gusano. Sabes muy bien donde está el libro. Si no lo encuentras tú, lo haremos nosotros. Nuestros muchachos pondrán patas arriba toda esta pocilga y te aseguro que daremos con él. Si nos lo entregas, seremos condescendientes; en caso contrario, todo el peso de la Ley te golpeará en tu mandíbula como un mazo de hierro.
El contable se quedó unos instantes valorando lo que le había dicho el Inspector Holberg y volvió a hincar las rodillas en el suelo enmoquetado de su biblioteca, para seguir interpretando la pantomima de la búsqueda del libro. La paciencia del Inspector tenía un límite y se le estaba acabando.
Sin saber muy bien por qué, pensó en su mujer Martha y en sus hijos Lars y Greta. En el caso de que él faltara, su futuro económico estaría totalmente resuelto con los tres millones y medio de euros que tenía en el Banc Internacional d´Andorra, un dinero que había tomado prestado, con el paso de los años, de los fondos de la mafia.
La voz del Inspector lo devolvió a la realidad.
—Esto está pasando de castaño oscuro... No vamos a estar aquí todo el día.
Estuvo algunos minutos más haciendo como que buscaba el libro, mientras que los cinco policías parloteaban distraídos, observando de reojo lo que hacía Christen. El contable se fue desplazando hacia la parte izquierda de su biblioteca hasta llegar al punto exacto donde se encontraba el pequeño libro de contabilidad de tapas negras, en el que estaban todas y cada una de las operaciones delictivas de Malgenderson. Apretó el botón azul que ponía en funcionamiento el mecanismo que accionaba, de forma automática, la apertura de la pequeña caja fuerte empotrada detrás de las obras completas de los escritores rusos Dostoievski, Chejov y Tolstoi. Con disimulo, metió su mano sudorosa y temblorosa hasta tocar el revólver, lo sacó rápidamente y se lo colocó en el cinto, sin que los policías se percataran de ello. A continuación cogió el libro, se levantó, intentando que las desbocadas palpitaciones de su corazón no hicieran que su voz temblara y dijo en voz alta:
—Aquí está el maldito libro.
—Bueno, parece que al fin apareció. ¿Lo ves que cuando se quiere se puede? —le dijo Holberg al mismo tiempo que alargaba la mano y cogía el libro.
Todos los policías hicieron un corrillo alrededor del Inspector pensando que, al final, habían dado con la prueba definitiva que llevaría a la cárcel al hampón más perseguido de Dinamarca.
Por unos instantes, entre comentarios y risas, los agentes se olvidaron del enjuto contable. En ese momento, él cogió el revólver en sus manos y pensó: “¿Pero qué vas a hacer?, ¿disparar?, ¿matar a sangre fría a cinco policías? Eres un contable y no un maldito asesino. Las miradas del Inspector y de Christen se cruzaron durante un segundo, momento que este aprovechó para sacar su Smith & Wesson del 38 y empezar a disparar. El primer tiro fue a la cabeza del Peter Holberg, que cayó de bruces soltando el libro; los otros cuatro policías no tuvieron tiempo de reaccionar ya que, cuando lo hicieron, las balas de la 38 Smith & Wesson, habían destrozado sus cabezas.
Después del último disparo apareció Gustav, que había estado escondido en todo momento detrás de la estantería. Se miraron y sin decirle nada, el contable cogió el libro y el revólver, los introdujo en su cartera de cuero negro, y se dirigió corriendo hacia la parte trasera de su casa, seguido de Gustav. Entró en la habitación de su hijo Lars, saltó por la ventana que daba al garaje, entró, cogió las llaves de la Harley-Davidson, se montó en ella y de una patada la puso en marcha. El ronco motor de la motocicleta resonó en toda la casa mientras los tres policías que estaban fuera subían las escaleras después de haber oído los cinco disparos.
Gustav se plantó delante de él y le dijo con una sonrisa:
—Has hecho un buen trabajo. Jamás pensé que fueras capaz de hacer algo así.
— ¿Qué hacías en mi casa? —le preguntó el contable.
—Vine a buscar el libro. Nos habían dado un soplo, pero los maderos se me adelantaron.
—Bueno, pues ya lo tenemos. Sube, que los policías no tardarán en llegar.
—Sí, pero no he concluido el trabajo. Queda un fleco que cortar —le espetó Gustav, quien llevó la mano a la altura del riñón derecho, sacó una Star de nueve milímetros y le apuntó directamente al corazón.
—No creo que seas capaz, Gustav. He cumplido con mi parte, he protegido el libro.
—El señor Malgenderson jamás se ha fiado de ti, aunque, después de lo que has hecho hoy, es para hacerlo..., pero Dan nunca lo sabrá, sólo conocerá que yo, arriesgando mi vida, he protegido la seguridad de la organización, he acabado con la vida de cinco policías y la tuya, claro. Las órdenes son las órdenes y hay que cumplirlas —le dijo antes de descargar el cargador de la Star en el corazón del contable, sin darle la oportunidad de decir ni una palabra.
Gustav apartó el cadáver de Christen, recogió el maletín ensangrentado, subió a la Harley y abrió gas a fondo, pensando que el trabajo le había salido redondo.

También en:
https://steemit.com/spanish/@moises-moran/la-caja-b

21 mayo 2009

Publicación de mi relato Un tiro, y después otro en la página web: http://www.literaturalibre.com



La página web literaturalibre ha publicado mi relato "Un tiro, y después otro" que es una versión adaptada con la jerga callejera de Colombia. Espero que les guste.

24 marzo 2009

Los que llegaron a ser y los perdí

Este poema está dedicado a todos aquellos amig@s que un día tuve la gran fortuna de compartir algún trocito de sus vidas y que por una razón o por otra, los he perdido. Para todos ell@s.

Los que fueron, algunos ya se perdieron,

no sé cuando los perdí,

ni porqué,

solo sé que los perdí,

de ellos solo quedan entelequias

y recuerdos.


Llegaron a ser, a sentir, a amar,

a sonreír, y se fueron en busca

de otro ser, de otro sentir,

de otro amar y de otro sonreír.


No sé si volverán, ¿y si vuelven?

Volverán a ser, los volveré a sentir,

los volveré amar, y les volveré a sonreír.



Porque no engraso los ejes....

Esta es una de las canciones que más me gustan, porque en su maravillosa sencillez, encierra una profunda verdad. Porque muchos de nosotros, en los que me incluyo, estamos continuamente engrasando los ejes, cuando en realidad no queremos hacerlo. Ser como uno quiere ser y escapar de una vez por todas de etiquetas, formalismos, conveniencias, pautas, reglas, dogmas, educación, etc..Quizás ya sea hora de quitarse la careta e intentar ser un poquito como este arriero y decir: Si a mi gusta que suenen, pa que los quiero engrasaos. Porque el tiempo se va volando y cuando nos queremos dar cuenta solo hay tiempo para mirar hacia atrás.


Porque no engraso los ejes
me llaman abandonao.
Porque no engraso los ejes
me llaman abandonao.
Si a mí me gusta que suenen,
pa' qué los quiero engrasaos.
Si a mí me gusta que suenen,
pa' qué los quiero engrasaos.

Es demasiado aburrido
seguir y seguir la huella,
Es demasiado aburrido
seguir y seguir la huella,
Demasiado largo el camino
sin nada que me entretenga.

No necesito silencio,
yo no tengo en qué pensar.
No necesito silencio,
yo no tengo en qué pensar.
Tenía, pero hace tiempo,
ahora ya no pienso más.
Tenía, pero hace tiempo,
ahora ya no pienso más.

Los ejes de mi carreta,
nunca los voy a engrasar.




18 marzo 2009

Te he construido en todas las noches de tu ausencia. Una poesía del baúl de los recuerdos


Te he construido en todas las noches de tu ausencia,

le he dado forma a tus labios ardientes,
los he besado con pasión, los he besado con ternura,
los he acariciado con mis manos
como buscando desesperado una forma en el aire,
un suspiro donde agarrarme
buscando en ellos tu cálida presencia.

Te he construido en todas las noches de tu ausencia,
dando forma a tu sonrisa grandiosa,
queriendo oír tu risa, tu carcajada singular,
y reírme contigo para consolar a este
corazón que se oculta como el Sol
todas las tardes en que tu no estás.

Te he construido en todas las noches de tu ausencia,
pintando en el aire tu cuerpo,
queriendo recorrer tus colinas cálidas,
besar las frescas margaritas que crecen en ellas,
desojar con mi lengua sus pétalos,
viendo como tu mirada se pierde en la noche
mirando las nubes y las estrellas
sintiendo como el frescor de nuestro placer
recorre nuestras espaldas.

Te he construido en todas las noches de tu ausencia,
esculpiendo nuestros cuerpos entre sábanas blancas,
entre la arena amarilla de una playa,
entre el vaho tibio de un Ford negro matrícula de Barcelona,
en el salón de una abarrotada discoteca,
para sumergirnos en nuestro amor,
en nuestros besos,
en roce ardiente de nuestros cuerpos,
y llegar vencidos por el placer
al éxtasis, al nirvana que hemos construido
con nuestras caricias.

Te he construido en todas las noches de tu ausencia,
para buscarte dentro de mí,
darte todos mis sentimientos con mis manos,
retenerte en el aire, aunque sea por unos instantes
y perderme en un mar de escalofríos incontrolables,
para caer dormido con tu imagen
en el desierto de su ausencia
esperando el día que me des de beber el agua de tu presencia.

También publicado en:

https://steemit.com/spanish/@moises-moran/te-he-construido-en-todas-las-noches-de-tu-ausencia