10 febrero 2009

Ha muerto Eluana

Como siempre me he levantado a la misma hora. Soy un puntual empedernido. Nunca he podido llegar tarde a ningún sitio, cosas de carácter y de la formación educacional o de yo que sé. Al único sitio que me gustaría llegar tarde, es al de mi muerte, pero mucho me temo, que seré igual de puntual.
Enciendo el televisor para enterarme de como va el mundo. Sigue igual, bueno con un puñal (daga quedaría más dramático, pero ya tenemos suficiente drama) en la espalda que se llama crisis internacional, que no hay forma de quitárselo, porque sencillamente nadie alcanza a su negra empuñadura para agarrarlo y arrancarlo.
De sopetón la presentadora del informativo dice que Eluana Englaro ha muerto. (¿Quién es Eluana Englaro? No me preguntes eso, a estas horas de la mañana) Tengo un sentimiento bastante contradictorio. Por una parte me siento feliz y por otra triste. Feliz porque por fin, esta mujer podrá descansar y dejar esta vida, que se la había planteado muy jodida desde que sufrió aquel fatal accidente. Una vida cuyo único lazo que la conectaba con el mundo que la rodeaba, era una fría sonda nasogástrica que la mantenía con vida. Y triste por todo el pollo que se ha montado a su alrededor, con los que estaban a favor de que la mantuviesen con vida hasta el fin de sus días, hasta que Dios Padre, hiciera el esperado milagro y, con su dedo divino, le devolviera la vida y con ella, su bellísima sonrisa. Y los otros, (yo soy uno de estos) que querían que la dejaran morir en paz porque nadie merece “vivir” encadenada a una sonda nasogástrica.

02 febrero 2009

Adiós, amigo



—¿Cómo fue hoy trabajo?
—El mismo rollo de siempre. Las mismas caras empanadas de todos los días. Estoy un poquito harto de esta historia. ¿Sabes? Estoy pensando en cambiar de trabajo.
—Bueno, bueno. Ya estás otra vez con ese guineo. Llevas quince años con la misma cantinela y al final, te levantas todos los días a la misma hora y como un corderito te vas a tu trabajo a soportar las impertinencias de tu jefe y las memeces de tus compañeros. Así que no me estés volviendo loco con tus historias para al final no hacer nada.
—Oye no te pases. Esta vez estoy hablando muy en serio. Ya va siendo hora de cambiar de trabajo y de vida. Romper con todo, ser libre y volar como una gaviota. Necesito un cambio. Aires nuevos.
—Jajajajajaja, como una gaviota. ¿Dónde vas a ir? Eres un muerto de hambre y seguirás siéndolo hasta que te mueras. ¿Pero no te has visto? ¿Qué has conseguido en la vida? Naaaaaaddaaaaa. Jajajajaja. Solo ser un miserable «correveydile». El rey de los mediocres. ¿Pero no ves que en tu trabajo nadie te respeta? Todos se ríen de ti a tus espaldas, pero tú no quieres verlo. Lo sabes, pero metes la cabeza en el water como un puto avestruz. Nunca has sido capaz de enfrentarte con esos capullos de mierda que están todo el santo día puteándote y riéndose de ti.
—¡No! ¡Cállate! ¡Idiota! ¡Siempre eres el mismo, siempre, maldito seas! No puedo contarte nada, porque acabas insultándome o dándome un sermón.
—¿Insultándote? ¿Dándote un sermón? No, amigo, no, diciéndote las verdades. Lo que pasa es que no te gusta oír la verdad. ¿Qué esperas? ¿Qué me quede aquí pasmado oyendo tus sandeces? Si no quieres oír lo que pienso, pues no vengas a verme. No pasa un maldito día sin que vengas aquí a molestarme con tus historias.
—Pero ¿No puedes quedarte ahí escuchándome como un buen amigo? Nooooo, siempre tienes algo que decir. Solo quiero que me escuches.
—¡Venga ya! Ya me conoces y nunca me quedaré callado porque estoy harto de atender tus milongas de quejica amargado. Nos conocemos hace mucho tiempo para me vengas a vender la moto porque tu nunca cambiarás y lo sabes. ¿O quieres que te recuerde la fábula de la rana y de escorpión?
—¡Dios! ¡Cállateeeee! No quiero escucharte. Déjame en paz.
—Sabes que no me voy a callar. Seguiré diciendo lo que me dé la gana.
—¡Noooooo, noooo, no quiero verte, vete de mi casa, no quiero verte!
—No me voy a ir, y lo sabes.
—Si te puedes ir, por lo menos por unos días.
—¿Qué vas a hacer? ¿En qué estás pensando? ¡No! No vuelvas hacerlo, porque más pronto que tarde volverás a buscarme con las orejas gachas y con el rabo en el culo. Reconócelo. No puedes estar sin mí.

—Si puedo estar sin ti, por lo menos por unos días, así que lárgate y déjame en paz. –Se dijo mirándose en el espejo, cogiendo el pequeño jarrón que tenía en el baño y rompiendo, en mil pedazos, el rostro que se reflejaba en él.

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27 enero 2009

Claudia, una historia de amor

Fuente de la imagen: Pixabay

Cuando la encontré, no pasaban más de las diez de la mañana. Yo perdía mi tiempo buceando entre el blanco y el negro de un periódico local, como hacía cada mañana en este o aquel bar.
—Buenos días ¿Qué va a tomar? —me preguntó con su voz musical.
—Un café solo —le contesté con frialdad sin apartar la vista del periódico.
—¿Algo más? —insistió con su voz cantarina.
Entonces levanté la cabeza para mirarla un instante y decirle lacónicamente, con mi habitual mal humor, que si no había entendido lo que le había dicho y que si hubiera querido algo más, se lo hubiera pedido.
Pero me tropecé con sus ojos. Unos ojos de un verde tan intenso y una belleza tal, que quedé enmudecido por unos instantes. El tiempo se congeló. Recordé aquel sublime sentimiento que enterré, hacía muchos años, bajo una pesada loza de fracaso y desamor. Volví a sentir como el pulso se me aceleraba ante la presencia de una mujer.
—¿Quiere algo más? —volvió a repetir con su voz melodiosa y con el dibujo de una arrebatadora sonrisa.
—Sí ¿Qué me puede ofrecer? —e pregunté sin dejar de mirarla mientras el rictus de una sonrisa jugaba a salir en mi cara.
—Tenemos…
—Bueno —la interrumpí— tráigame lo que usted quiera. Seguro que acertará.
—Ok
Observé como se perdía esquivando con maestría las mesas y a los despistados clientes que buscaban el servicio, hasta que volvió con un croissant vegetal que estaba riquísimo.
Salí del restaurante-bar en silencio, acompañado por el murmullo de las conversaciones, deseando volver a encontrarme con el verde de su mirada.
Al día siguiente volví buscando refugio, como un gato que se había perdido en una noche lluviosa, para volver a bañarme en aquel mar donde se escondían sus ojos. Me volvió a sonreír mientras me preguntaba que iba a tomar y yo le contesté que un café y «luego lo que tú quieras».
Después de ser un asiduo del restaurante, de pensar un día sí y otro también en aquella camarera y de soñar las mil y una formas de amarla, caí en la cuenta que no sabía cómo se llamaba. Me armé de valor. Siempre he sido un tímido patológico, una enfermedad que me ha convertido en un ermitaño. Pero me sobrepuse a mi patología endémica y le pregunté su nombre.
—Claudia, me llamo Claudia.
Claudia, se llamaba Claudia. Su nombre terminó por conquistar el último baluarte de resistencia que quedaba en mi corazón. Con mis manos, fui sacando los siete metros de tierra de la tumba en la que estaba enterrado mi amor, para que volviera a ver la luz.
Volví, volví, y volví durante los siguientes días, los siguientes meses y los siguientes años, solo por el placer de verla y disfrutar de aquella belleza que me embargaba y que me hacía, simplemente, sonreír.
La amé en silencio y en secreto, como un anacoreta. Porque yo solo necesitaba una gota del amor de su océano, una sonrisa de su tierna boca, el leve instante de su mirada apresurada o un leve roce de su mano para alimentar mi amor y levantarme cada día.

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https://steemit.com/spanish/@moises-moran/claudia-una-historia-de-amor

11 noviembre 2008

Presentación de los libros de Marisol: Mosaico ensangrentado y Tarda tanto la muerte



Marisol presentó el pasado viernes 7 de noviembre en la Casa de Galicia dos libros publicados en la colección Tid de Ediciones Idea: Mosaico ensangrentado y Tarda tanto la muerte.


Algunos estuvimos allí....