
No cabe duda de que la vela latina es tradición, historia y pasión marinera, pero también es competición. Y como todo deporte vivo, necesita adaptarse para seguir en la brecha, porque todos sabemos en qué punto estamos, en un punto de inflexión que determinará nuestro futuro como deporte. Hoy pongo sobre la mesa dos propuestas que, desde mi punto de vista, podrían mejorar tanto la igualdad como el espectáculo: la reducción del tamaño de las velas a 12 metros y la introducción de balizas intermedias en las regatas del campeonato.
La vela de 12 metros: igualdad, espectáculo y futuro
Esta propuesta ya se ha planteado en el pasado, como hizo en
su momento Israel Cabrera, patrón del Minerva. En la actualidad, muchos botes
navegan con velas de 12,50, 12,80, 13, 13,20 o 13,25 metros. En condiciones de
viento fuerte, algunos botes, si cuentan con tripulaciones pesadas, pueden
aguantar 13,20 e incluso 13,25 y después aprovechar la ventaja cuando el viento
baja en la recta final, mientras sus contrincantes, con velas de menor tamaño,
ya han cedido terreno. Esto rompe el equilibrio entre botes y distorsiona la
competición.
Nuestro deporte resulta una excepción dentro del panorama de
los deportes de equipo. Cuando entran en juego elementos externos al esfuerzo
humano, casi todas las disciplinas tienden a la uniformidad en las medidas para
evitar ventajas competitivas. Ahí están ejemplos claros: en la Fórmula1, todos
los coches compiten bajo un mismo reglamento técnico que limita dimensiones,
aerodinámica y potencia del motor; en el fútbol todos juegan con el mismo balón
y con porterías de medidas idénticas; en el baloncesto, lo mismo con el tamaño
del balón y la altura de los aros.
Y en la vela de otras modalidades ocurre igual: existen
reglas muy estrictas que fijan las dimensiones de la vela, del casco o del
aparejo, de manera que todos los barcos compiten bajo las mismas condiciones.
La diferencia la marcan la estrategia de regata, la lectura del viento y la
pericia de los tripulantes, no el material.
En cambio, en la vela latina canaria de botes, pese a contar
con un reglamento estricto en muchos aspectos, que limitan las dimensiones del
casco, de palos y palancas, etc., todavía no existe esa uniformidad en algo tan
decisivo para la competición como el tamaño de la vela. Y eso, como mínimo, es
una anomalía que conviene repensar y reconsiderar.
La propuesta de fijar velas de 12 metros traería consigo
varios beneficios:
Igualdad en la competición: la ventaja competitiva ya
no estaría en el tamaño de la vela, sino en la estrategia de regata del patrón,
en la puesta a punto del bote y en la capacidad de la tripulación para ejecutar
con precisión las maniobras a lo largo de la pega.
Competición más rica y espectacular: al eliminar la
ventaja de las velas grandes, los botes se enfrentan en condiciones más
igualitarias. Esto eleva la exigencia táctica, multiplica las posibilidades de
lucha en el agua y mantiene la emoción hasta el final, lo que se traduce en un
espectáculo mucho más atractivo.
Mayor control con viento fuerte y más continuidad en el
calendario: los botes responden mejor en condiciones de viento duro y,
gracias a ello, se reducirían los aplazamientos de las regatas. Con estas velas
podrían soportar vientos de hasta 20 o 25 nudos, lo que aporta estabilidad a
los aficionados, facilita la cobertura mediática y evita constantes reajustes en
el calendario que tantas veces obligan a competir en domingos adicionales, con
lo perjudicial que eso resulta para la conciliación familiar.
Navegación más equilibrada y mayor seguridad: menor
escora y mayor estabilidad, lo que facilita repiquetes más rápidos y reduce la
exigencia sobre el aparejo —alargando la vida del material—. Esto incrementa la
competitividad, ya que los botes y sus tripulaciones estarían menos
condicionados por el viento fuerte y podrían centrarse más en la táctica y la
lucha directa. Además, con velas más pequeñas se reduciría el riesgo de trabucadas,
con lo que ello implica en la seguridad de los tripulantes y en la prevención
de accidentes.
Menor número de tripulantes y apertura a nuevos perfiles:
en lugar de necesitar 11 o 12 tripulantes en vientos medios, bastaría con 9 o
10, lo que facilita la organización de los equipos. Hoy predominan fenotipos
muy pesados, con regatistas que suelen estar entre los 80 y más de 100 kilos,
necesarios para aguantar velas grandes. Con una vela más reducida, no sería
imprescindible reunir tanto peso a bordo, lo que abriría la puerta a
tripulaciones más variadas, menos condicionadas por la corpulencia y más
centradas en la técnica, la agilidad y la coordinación. Este cambio podría dar
entrada a nuevos tripulantes que hasta ahora no encajaban en ese modelo físico
y, además, potenciar la cantera al facilitar la incorporación de jóvenes en
formación.
Impulso a la integración femenina: la reducción del
tamaño de la vela supondría una exigencia física menor y menos necesidad de peso
a bordo, lo que facilitaría la incorporación de mujeres a las tripulaciones.
Este cambio ampliaría la base de participación y garantizaría mayor continuidad
a proyectos como el Tara del Mar, que este año se vio obligado a
retirarse por falta de tripulantes.
Reducción de costes globales: una vela más pequeña no
solo abarata su confección, también reduce el desgaste de palos, palancas y
herrajes, así como el coste de mantenimiento. Al disminuir el riesgo de
trabucadas, se evitarían roturas de velas, palos, palancas y estayes, con el
consiguiente ahorro económico y mayor durabilidad del material. A esto se suma
la reducción en la confección de sacos para el lastre y de plomos para el
lastre fijo. Además, la menor superficie de vela conllevaría palos y palancas
más pequeños, más fáciles de manejar y más baratos de fabricar y mantener. Todo
ello haría más accesible la participación a clubes con menos recursos.
Mayor sostenibilidad deportiva: menos necesidad de
fabricar aparejos sobredimensionados implica un menor consumo de materiales y
un impacto ambiental más bajo, un punto cada vez más valorado en todos los
deportes. Además, esta apuesta por la sostenibilidad podría atraer a nuevos
patrocinadores, sensibles a vincular su imagen con prácticas más responsables y
modernas..
2. Balizas intermedias: más emoción en el campeonato
Además del tamaño de vela, el campeonato de vela latina
también podría enriquecerse con una modificación en su formato: la introducción
de balizas intermedias en determinadas jornadas. Sé que se trata de una
propuesta que rompe con lo que se ha hecho durante muchos años, pero en
realidad lo que plantea es una combinación de dos fórmulas ya existentes: el Campeonato
y los Concursos. En este caso concreto, sería una especie de mezcla entre el Campeonato
Provincial de Botes de Vela Latina de Gran Canaria y la Copa del Cabildo de
Gran Canaria, aprovechando lo mejor de cada uno para darle más emoción al
formato.
La idea sería colocar una baliza en
Cardoso y otra en la
Fuente Luminosa. Incluso podría añadirse una tercera en mitad del campo de
regatas, aunque con esas dos ya se generarían novedades interesantes. Estas
balizas se usarían solo en la mitad de las jornadas, sorteadas para mantener la
justicia en la competición. Podría plantearse, además, una introducción
experimental para la próxima temporada, con 3 o 4 jornadas en esta modalidad, a
modo de prueba, para evaluar los resultados y la acogida entre patrones,
tripulaciones y aficionados.
Ventajas de este formato:
La competición se acerca al público: con la
introducción de balizas intermedias en tierra, los botes tendrían que acercarse
mucho más a la costa para tomar esas referencias, tal y como ocurre en los
concursos. Esto, de entrada, genera un mayor atractivo para el aficionado, que
puede seguir la acción desde la avenida o el muelle sin necesidad de
prismáticos ni embarcaciones de apoyo.
Además, acerca la vela latina a un escenario urbano y
cotidiano: el público que pasea por la zona se topa con la competición de
manera directa, lo que facilita que personas ajenas al deporte puedan
descubrirlo y engancharse. El hecho de ver de cerca las maniobras, las viradas
y las tensiones en torno a la baliza convierte la regata en un espectáculo
mucho más comprensible y emocionante para cualquier espectador.
No es solo cuestión de visibilidad: acercar los botes a
tierra también refuerza el vínculo entre el deporte y la ciudad, poniendo en
valor que la vela latina es parte de la identidad cultural de Las Palmas de
Gran Canaria. Así, el campeonato no se vive únicamente en el mar, sino que se
siente también desde la costa, integrando a la comunidad alrededor del deporte.
Aumenta la estrategia de los patrones: la inclusión
de balizas intermedias introduce dos nuevos puntos de incertidumbre en la
regata. Cada patrón tendría que decidir no solo cómo salir o cómo defender la
posición inicial, sino también qué recorrido trazar hasta la baliza, en qué
momento arriesgar y cuándo protegerse del rival. Esto abre un abanico de
posibilidades tácticas: marcar de cerca al contrario, forzarlo a un error en la
toma de la baliza, o buscar un ángulo distinto para aprovechar mejor el viento.
Con estas variables, la regata deja de ser lineal y
predecible para convertirse en una partida de ajedrez sobre el mar, donde cada
movimiento cuenta. La ventaja de salir delante ya no sería tan determinante: un
mal cálculo en la aproximación o una maniobra tardía en la baliza podría dar al
rival la oportunidad de ponerse por delante. En definitiva, el protagonismo
pasaría más al talento del patrón y su capacidad de leer el campo de regata, lo
que haría que cada jornada fuese distinta y con emoción hasta el final.
Crece la emoción del espectáculo: con la introducción
de balizas intermedias, salir delante deja de ser tan determinante. Hasta
ahora, el bote que sale delante cuenta con una ventaja clara, limitando las
opciones de su rival. Con este nuevo formato, esa superioridad inicial se
relativiza: cada baliza se convierte en un punto de inflexión donde la
precisión de la maniobra y la lectura del viento pueden cambiar el orden de la
regata.
Esto significa que ya no basta con salir delante. Los botes
que partan desde atrás tienen más oportunidades de remontar, porque pueden
aprovechar un fallo en la toma de baliza del rival o una mejor elección de
ángulo. El espectáculo crece precisamente por eso: el desenlace no está escrito
desde la salida, sino que se construye hasta el último momento, manteniendo la
emoción viva en el agua y en tierra.
Se da más peso a la táctica y a la maniobra, no solo a la
fuerza física de la tripulación. En el formato actual, la capacidad de
aguantar velas grandes depende en buena medida del peso y la fuerza de la
tripulación. Eso provoca que muchas veces la ventaja venga marcada por la
corpulencia de los tripulantes más que por la destreza en el manejo del bote. Con
la reducción del tamaño de la vela y la introducción de balizas intermedias,
esa relación se equilibra: el éxito ya no dependería tanto de contar con once o
doce tripulantes pesados, sino de la calidad de las decisiones tácticas del
patrón y de la precisión técnica de quienes ejecutan las maniobras.
Este cambio da valor a aspectos como la rapidez en las
viradas, la coordinación en las maniobras y la lectura del campo de regata, que
pasan a ser factores decisivos para alcanzar la victoria. En un escenario así,
un bote con menos peso pero con una tripulación bien entrenada y disciplinada
puede competir de tú a tú con otro que antes lo superaba en otros aspectos. Se
premia la inteligencia en el agua y la preparación en los entrenamientos, lo
que eleva el nivel deportivo del campeonato y genera un espectáculo más justo y
atractivo para todos.
Las regatas se vuelven más atractivas para el espectador
nuevo, con referencias claras y momentos clave fáciles de seguir. Uno de
los grandes retos de la vela latina es que, para quien no está familiarizado,
puede resultar difícil entender qué está pasando en el agua. Al no haber
balizas intermedias, la pega se reduce a un duelo de dos botes que avanzan mar
adentro y regresan, lo que para el ojo no entrenado puede parecer monótono o poco
claro. Con la introducción de balizas en tierra y puntos intermedios, la regata
gana dinamismo y referencias visuales que cualquiera puede identificar desde la
costa: se ve con claridad cuándo un bote entra mejor a la baliza, cuándo falla
en la maniobra o cuándo aprovecha un cambio de viento.
De esta manera, cada baliza se convierte en un momento clave
que marca la narrativa de la competición, casi como los “puntos calientes” de
otros deportes: un penalti en el fútbol, un saque decisivo en el tenis o una
curva complicada en la Fórmula 1. Eso facilita que el público nuevo entienda la
emoción y se enganche al desarrollo de la regata, porque puede anticipar qué
está en juego en cada maniobra. Al hacerlo más accesible, se amplía la base de
aficionados y se fortalece la proyección de la vela latina como espectáculo
deportivo
Se abre la posibilidad de reorganizar los concursos:
la introducción de balizas intermedias en el campeonato también permitiría
replantear el calendario general de la vela latina. Al contar con jornadas con
un formato más dinámico y atractivo, se podría reducir el número de concursos
oficiales, evitando la saturación del calendario y concentrando esfuerzos en
pruebas con mayor repercusión y calidad deportiva.
Al mismo tiempo, los concursos que quedaran fuera del
formato oficial podrían integrarse dentro de las propias jornadas del
campeonato bajo nuevas denominaciones, lo que aportaría variedad y frescura al
desarrollo de la temporada. Esto no significaría restar espacio a los concursos
tradicionales, sino darles un nuevo marco en el que convivieran con el
campeonato, modernizando la competición y haciéndola más atractiva tanto para
los participantes como para el público.
Un futuro más justo y atractivo
La vela latina está en un momento en el que necesita
reflexionar sobre su futuro. La vela de 12 metros podría aportar
igualdad real, más seguridad y un acceso más amplio a tripulaciones diversas,
mientras que las balizas intermedias abrirían el juego táctico y
multiplicarían el espectáculo.
No se trata de romper con la tradición, sino de adaptarla
para que siga viva y con proyección. La cuestión está en cómo queremos que
evolucione nuestro deporte: ¿seguir apostando por un modelo donde las
diferencias las marque el tamaño de la vela y la salida inicial, o dar el paso
hacia una competición más táctica, igualada y atractiva para todos?
La vela latina canaria merece este debate. El mar, el viento
y la pericia de quienes navegan deberían ser los verdaderos protagonistas.
Quizás ha llegado el momento de decidir si estas propuestas pueden ser el
camino para lograrlo.