12 febrero 2018

Caín

Estaba sentado frente a la hoguera, observando cómo el fuego crepitaba y consumía los últimos rescoldos, esperando a que llegara la hora. No podía dejar de llorar, recordando lo que había sucedido. Pero tenía que volver al presente y buscó en sus bolsillos el menú de aquel restaurante de mala muerte donde había anotado la clave. El papel estaba teñido con la sangre de su hermano Hans. No pudo evitar la pelea. Su hermano lo agredió acusándole de querer quedarse con todo el dinero de la herencia de sus padres. Él se defendió empujándolo y Hans cayó de bruces partiéndose el cráneo. Huyó hacia el mar sin mirar atrás, sin poder quitarse de la cabeza, la imagen de su hermano muerto. Jamás se perdonaría la comisión de ese crimen. Pero todo había sido un desgraciado accidente. Miró el reloj, a esa hora ya estaría abierto el banco.
El tiempo parecía diluirse en la penumbra de la madrugada, mientras la hoguera emitía sus últimos suspiros. La madera carbonizada se desmoronaba en un leve chisporroteo, un reflejo de su propio estado interior. El peso de la culpa le oprimía el pecho, cada respiración se volvía más pesada, cada recuerdo más nítido.
Hans, con sus ojos llenos de furia, su voz cargada de acusaciones. El forcejeo fue inevitable, una mezcla de desesperación y miedo. Ese empujón, ese único movimiento, cambió todo para siempre. Ahora, en la quietud de la noche, la imagen de su hermano desplomándose, el sonido seco del impacto, lo perseguía con una persistencia cruel.
Las horas se arrastraron hasta que la primera luz del alba comenzó a teñir el cielo. El banco ya habría abierto sus puertas. Se puso en pie con esfuerzo, sintiendo que cada paso le acercaba más a un destino incierto. Sacó el papel del bolsillo y lo miró de nuevo, como si fuera un talismán de su última esperanza. La clave escrita en él, ahora borrosa por las manchas de sangre, era su única vía para intentar remediar el desastre que había provocado.
El trayecto hasta el banco fue una mezcla de temor y determinación. La ciudad comenzaba a despertarse, ajena a su tormento. Entró en la sucursal con el corazón martilleándole en el pecho. La luz artificial del lugar le hizo parpadear. Se acercó al mostrador, entregó el papel y esperó. Cada segundo parecía eterno, la ansiedad crecía.
Finalmente, el cajero le indicó que todo estaba en orden. La suma de dinero, fruto de la herencia que tanto había dividido a su familia, se encontraba disponible. Pero la paz que esperaba encontrar en ese momento no llegó. Miró el dinero, consciente de que ningún valor material podría borrar el recuerdo de lo sucedido, ni devolverle a su hermano.
Salió del banco con las manos temblorosas, el peso del dinero no aligeraba el de su conciencia. Caminó sin rumbo, buscando un sentido en medio del caos de sus pensamientos. Sabía que el perdón nunca llegaría, que la sombra de Hans lo acompañaría siempre en cada uno de sus pensamientos, pero también comprendió que debía enfrentar su destino, encontrar una manera de vivir con la verdad y asumir las consecuencias de sus acciones. Solo así, quizás, algún día podría hallar un atisbo de redención.
 Fuente de la imagen: Pixabay 

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