A él no le importaba, él se quedaba con el instante en que sus manos se rozaban y se intercambiaban una mirada furtiva, mientras le pagaba. Luego llegaba a casa con la mancha en el pulgar y en el índice derechos, subía por las escaleras despacio, pensando solo en él, en su mirada y moviendo los dedos, sintiendo la textura de la harina como si fuera el tacto de su piel. Luego se detenía delante de la puerta, se limpiaba los dedos en la pernera del pantalón y sonreía porque a su mujer nunca le gustaron las manchas de harina. También en: https://steemit.com/spanish/@moises-moran/el-roce-furtivo
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