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23 mayo 2018

Muñecos rotos

Aquella noche fue diferente, tan diferente que decidió salir en busca de él. No recordaba como le había dicho que estaría vestido, solo un lugar y una hora. Se dio una ducha ligera para quitarse el sudor pegajoso de la noche del cálido verano, pidió un taxi y esperó. Mientras esperaba, pensó cómo sería aquel desconocido que se había atrevido a quedar con ella la primera noche y después de un breve intercambio de palabras a través del ordenador.

Sí, definitivamente, a ella le gustaba jugar al filo del precipicio y sentir esa sensación, incomprensible, de vértigo, que ninguna experiencia se la hacía sentir, pero

¿le gustaría a él?
Ese aspecto, la verdad, le importaba poco o nada. A ella solo le importaba disfrutar con aquella experiencia arrebatadora que la embargaba por completo.
Se levantó, fue a su cuarto oscuro donde guardaba todos sus juguetes, cogió las esposas, su traje de látex negro, las pinzas de acero, las bolas y el látigo corto. Cuando agarró el cuchillo de dos filos, una sonrisa se le dibujó en sus labios y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo que hizo que se pusiera en marcha.
Hoy volvería a jugar con otro muñeco que, con toda seguridad, al amanecer, terminaría roto en el fondo de un barranco.
Así eran los juegos a los a ella le gustaba jugar.

Fuente de la imagen: Pixabay